Aquella mujer se había convertido en una obsesión y últimamente había llegado a pensar que debía intentar olvidarla, que estaba a punto de ir demasiado lejos para conseguirla. Pensó en las maniobras de los últimos días. Si no hubiese sido porque el jefe del CNI era Knut Meirik, jamás habría funcionado. Lo primero que tuvo que hacer fue librarse de ese Harry Hole, mandarlo fuera de su vista, fuera de la ciudad, a un lugar donde ni Rakel ni ninguna otra persona se iría con él.
Brandhaug llamó a Knut y le dijo que su contacto en el diario Dagbladet le había informado de que, en el entorno periodístico, corría el rumor de que había sucedido «algo» aquel otoño, durante la visita del presidente estadounidense. Se imponía, pues, actuar antes de que fuera demasiado tarde, ocultar a Hole en algún lugar donde la prensa no pudiese encontrarlo. ¿No pensaba Knut, como él, que eso sería lo mejor?
Knut dejó escapar unos gruñidos y dijo que sí, más o menos… Por lo menos, hasta que los rumores se aplacasen, continuó Brandhaug. A decir verdad, Brandhaug dudaba de que Meirik se lo hubiese creído. Aunque, claro está, tampoco le preocupaba lo más mínimo. Knut lo llamó unos días después para comunicarle que Harry Hole había sido destinado al frente, a un lugar de Suecia dejado de la mano de Dios. Brandhaug se frotó las manos de satisfacción, literalmente. Ahora nada podría interferir en los planes que tenía para sí mismo y para Rakel.
– Nuestra democracia es como una hija bella y sonriente, aunque algo ingenua. El hecho de que se unan las fuerzas positivas de la sociedad no significa elitismo o concentración del poder; es, simplemente, la única garantía de que nuestra hija, la democracia, no sea violada y de que unas fuerzas no deseadas usurpen el poder. Por esta razón, la lealtad, virtud ya casi olvidada, entre personas como nosotros, no sólo es deseable, sino totalmente imprescindible, es un deber que…
Se habían instalado en los hondos sillones de la sala de estar y Brandhaug pasó su estuche de puros habanos, regalo del cónsul general de La Habana.
– Liado entre los muslos de las mujeres cubanas -le susurró al marido de Anne Størksen con un guiño, aunque éste no pareció captar el significado del chiste.
Tenía un aspecto algo estirado y seco, ese marido suyo, ¿cómo se llamaba? Por Dios, si era un nombre compuesto… ¿Lo había olvidado? ¡Tor Erik! Exacto, Tor Erik.
– ¿Más coñac, Tor Erik?
Tor Erik sonrió apretando los labios pero negó con un gesto. Un tipo ascético, seguramente, que correría cincuenta kilómetros todas las mañanas, pensó Brandhaug. Todo en aquel hombre era delgado, el cuerpo, la cara, el pelo… No le había pasado desapercibida la mirada que intercambió con su mujer durante su discurso, como recordándole un chiste privado. Claro que no tenía por qué estar relacionado con el discurso.
– Sensato -lo elogió Brandhaug-. Luego llega el día siguiente y…, ¿no es cierto?
De repente, Elsa apareció en la puerta de la sala de estar.
– Te llaman por teléfono, Bernt.
– Tenemos invitados, Elsa.
– Es del Dagbladet.
– Lo cogeré en mi estudio.
Era de la sección de noticias, una mujer cuyo nombre no conocía. Sonaba joven e intentó imaginársela. Llamaba a propósito de la manifestación que, para esa noche, se había convocado ante la embajada austríaca, en la calle Thomas Heftye, en contra de Jörg Haider y el del partido Libertad, de extrema derecha, que después de las elecciones ya formaba parte del gobierno austríaco. La joven sólo quería recabar unos comentarios para la edición del día siguiente.
– ¿Opinas que se deberían reconsiderar las relaciones diplomáticas entre Noruega y Austria en estos momentos, Brandhaug?
Él cerró los ojos. Ya estaban intentando sonsacarle información, como solían, pero tanto ellos como él sabían que no la iban a obtener; él tenía demasiada experiencia. Notaba el efecto del alcohol, sentía la cabeza pesada y en la oscuridad, al cerrar los párpados, algo bullía…, pero eso no constituía el menor problema.
– Eso es una valoración política y es una decisión que no depende del Ministerio de Asuntos Exteriores -declaró.
Se hizo una pausa. Le gustaba la voz de la joven. Intuía que era rubia.
– ¿Pero sí tú, con tu amplia experiencia en esa cartera, tuvieses que vaticinar cuál será la actuación del gobierno noruego?
Sabía lo que debía contestar, era muy sencillo:
«Yo no vaticino ese tipo de cosas.»
Ni más, ni menos. Realmente, era extraño, uno no tenía que ocupar un puesto como el suyo mucho tiempo para tener la sensación de haber contestado ya a todas las preguntas. Los periodistas jóvenes solían creerse los primeros en formularle exactamente esa pregunta, puesto que ellos se habían pasado toda la noche pensándosela. Y todos se quedaban muy impresionados cuando él fingía reflexionar antes de responder algo que, probablemente, ya había dicho una docena de veces.
«Yo no vaticino ese tipo de cosas.»
Se sorprendió de no habérselo dicho aún, pero había algo en la voz de aquella joven periodista que lo impulsaba a ser un poco más complaciente. «Tu amplia experiencia», había dicho. Sentía deseos de preguntarle si la idea de llamarlo a él, a Bernt Brandhaug, había sido suya.
– Como el más alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, me atengo al hecho de que por ahora mantenemos relaciones diplomáticas normales con Austria -respondió al fin-. Pero, por supuesto, nos hacemos cargo de que también otros países reaccionan ante lo que sucede allí actualmente. Por otro lado, que mantengamos relaciones diplomáticas con un país no significa que aceptemos cuanto allí ocurra.
– Cierto, Noruega mantiene relaciones diplomáticas con varios regímenes militares -convino la voz al otro lado del hilo telefónico-. De modo que, ¿por qué crees que la reacción del pueblo noruego ha sido tan dura en este caso, precisamente?
– La respuesta está, seguramente, en la historia reciente de Austria. -Debería dejarlo ya. Debería dejarlo, se dijo-. Los lazos con el nazismo son evidentes. La mayoría de los historiadores están de acuerdo en que, durante la guerra, Austria fue, de hecho, un aliado de la Alemania de Hitler.
– ¿No sufrió la Ocupación, igual que Noruega?
Brandhaug se preguntó qué aprenderían hoy en día en las escuelas sobre la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, muy poco.
– ¿Cómo dijiste que te llamas? -preguntó.
Quizás hubiese bebido un poco de más, después de todo. Ella le repitió su nombre.
– Bien, Natasja, permíteme que te ayude un poco antes de que sigas con tu ronda de llamadas. ¿Has oído hablar del Anschluss? Eso quiere decir que Austria no fue ocupada en el sentido corriente de la palabra. Los alemanes entraron sin más en marzo de 1938, apenas si hubo resistencia y así fue hasta el final de la guerra.
– ¿Casi como en Noruega, no?
Brandhaug se escandalizó. La joven preguntó con total aplomo, sin ningún viso de vergüenza de su propia ignorancia.
– No -objetó él despacio, como si le hablase a un niño torpón-. No como en Noruega. En Noruega nos defendimos y el gobierno noruego y el rey no escatimaron esfuerzos en… alentar al país, con sus emisiones radiofónicas, desde Londres.
Se percató de que no había formulado su respuesta de modo muy afortunado, y añadió:
– En Noruega, todo el pueblo estaba unido contra los ocupantes. Los pocos traidores noruegos que vistieron uniforme alemán y combatieron del lado de Alemania eran la escoria que se encuentra en cualquier país. Pero en Noruega, las fuerzas positivas estuvieron unidas, las personas de incuestionable capacidad que se pusieron al frente de la Resistencia funcionaron como un núcleo que mostró el camino de la democracia. Estas personas se mantuvieron leales entre sí y, al final, eso fue lo que salvó a Noruega. La democracia es la gratificación de sí misma. Tacha lo que dije del rey, Natasja.