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– ¿Así que opinas que todos los que lucharon al lado de los alemanes eran escoria?

¿Qué quería realmente de él aquella periodista? Brandhaug decidió terminar la conversación.

– Sólo quiero decir que los que traicionaron a la patria durante la guerra deberían estar contentos de que sólo se les imputasen penas de prisión. He sido embajador en países donde a la gente así se la fusila y, francamente, no estoy tan seguro de que no hubiera sido lo mejor también en Noruega. Pero volviendo al comentario que me pedías, Natasja. El Ministerio de Asuntos Exteriores no tiene ningún comentario en relación con la manifestación ni a propósito de los nuevos miembros del gobierno austríaco. Tengo invitados, así que tendrás que disculparme, Natasja…

Natasja lo disculpó y él colgó el auricular.

Cuando regresó a la sala de estar, los invitados ya se preparaban para marcharse.

– ¿Tan pronto? -preguntó con una gran sonrisa, pero sin insistir. Estaba cansado.

Acompañó a los invitados hasta la puerta, estrechó especialmente la mano de la comisario jefe, diciéndole que nunca dudase en solicitar su ayuda, que la vía oficial estaba muy bien, pero…

Su último pensamiento antes de dormirse fue para Rakel Fauke. Y para su oficial de policía, al que ya se había quitado de en medio. Se durmió con una sonrisa en los labios, pero se despertó con un dolor de cabeza espantoso.

Capítulo 71

FREDRIKSTAD-HALDEN

10 de Mayo de 2000

El tren iba sólo medio lleno y Harry había conseguido un asiento junto a la ventanilla. La chica que ocupaba el asiento de atrás se había quitado los auriculares del walkman y Harry oía a duras penas la voz del cantante, pero ninguno de los instrumentos. El experto en escuchas cuyos servicios habían utilizado en Sidney le había explicado a Harry que, con niveles de sonido bajos, el oído humano amplifica el área de frecuencias donde se localiza la voz humana.

Harry pensó que había en ello algo reconfortante: lo último que uno deja de oír antes del silencio total es la voz humana.

Las gotas de lluvia formaban líneas de agua que temblaban sobre el cristal de la ventana. Harry miró los campos llanos y empapados y el subir y bajar de los cables tendidos entre los postes que se alzaban a lo largo de las vías.

En la estación de Fredrikstad había estado tocando una banda de música. El revisor le explicó que solían practicar allí para la fiesta nacional del Diecisiete de Mayo.

– Todos los años, todos los martes, por estas fechas -le dijo-. Según el director de la banda, las prácticas son más realistas cuando las hacen rodeados de gente.

Harry llevaba algo de ropa en una bolsa. Según le dijeron, el apartamento de Klippan era sencillo, pero estaba bien equipado. Un televisor, un equipo de música, incluso algunos libros.

– Mein Kampf y cosas por el estilo -bromeó Meirik cuando le habló de él.

No había llamado a Rakel, pese a que necesitaba oír su voz. Una última voz humana.

– ¡Próxima estación, Halden! -anunció por el altavoz un timbre nasal antes de quedar interrumpido por el tono chillón y falso del tren al frenar.

Harry deslizó un dedo por la ventana mientras daba vueltas en su cabeza a aquella frase. «Un tono chillón y falso. Un tono chillón y falso. Un tono chillón y…»

Un tono no puede ser falso, se dijo. Un tono no es falso hasta que no se une a otros tonos. Hasta Ellen, la persona más musical que había conocido, necesitaba varios factores, varias notas para oír música. Ni siquiera ella podía considerar un solo factor y asegurar al cien por cien que fuese falso, que no fuese correcto, que fuese mentira.

Y aun así, aquel tono sonaba en sus oídos, chillón y muy, muy falso: él iba a Klippan para buscar un posible remitente de un fax que hasta el momento no había causado otra cosa que algunos titulares en los periódicos. Esa mañana había revisado muy bien la prensa y era evidente que el asunto de las cartas de amenazas que tanta cobertura había tenido no hacía ni cuatro días ya había caído en el olvido. El diario Dagbladet escribía sobre Lasse Kjus, que odiaba Noruega; y el consejero de Exteriores, Bernt Brandhaug, que había dicho que los culpables de traición a la patria deberían haber sido sentenciados a muerte, si es que lo habían citado correctamente.

Había, además, otro tono falso. Aunque quizá porque él deseaba que lo fuese. La despedida de Rakel en Dinner, la expresión de sus ojos, la media declaración de amor antes de cortar tajantemente dejándolo con una sensación de caída libre y una cuenta de ochocientas coronas que ella había alardeado con pagar. Aquello no cuadraba. ¿O quizá sí? Rakel había estado en su apartamento, lo había visto beber, lo había oído lamentarse con voz llorosa de la muerte de una colega a la que conocía hacía apenas dos años, como si se tratase de la única persona con la que hubiese tenido una relación estrecha en su vida. Patético. El hecho de que las personas quedasen ante los demás tan al desnudo era algo que había que evitar. Pero, en ese caso, ¿por qué no había dado fin a la relación antes, por qué no se había dicho a sí misma que aquel hombre era un problema sin el que podía vivir?

Como en todas las ocasiones en que la vida privada se le hacía demasiado insoportable, se refugió en el trabajo. Había leído que era normal en cierto tipo de hombres. Tal vez fuera ésa la razón por la que se había pasado el fin de semana inventando teorías de conspiración y líneas de pensamiento que le permitiesen meter en el mismo saco todos los elementos: el rifle Märklin, el asesinato de Ellen, el asesinato de Hallgrim Dale; así podría mezclarlo todo para confeccionar un apestoso guiso. Tan patético como lo otro.

En el periódico abierto que había en la mesita vio la foto del consejero de Asuntos Exteriores. Le sonaba su cara.

Se pasó la mano por la frente. Sabía por experiencia que el cerebro empezaba a funcionar por su cuenta cuando no se avanzaba en una investigación. Y la investigación del rifle era un capítulo cerrado, algo que Meirik había dejado muy claro. Lo había llamado un no-hay-caso. Meirik prefería que Harry redactase informes sobre los neonazis y que observase a la juventud desarraigada de Suecia. ¡A la mierda!

«… salida al andén por la derecha.»

¿Y si se bajaba? ¿Qué era lo peor que podía pasar? Mientras Asuntos Exteriores y el CNI temiesen que se filtrase información sobre el tiroteo del año anterior en la estación de peaje, Meirik no podía despedirlo. Y en cuanto a Rakel… En cuanto a Rakel, no tenía ni idea.

El tren se detuvo emitiendo una especie de suspiro. El silencio que reinaba en el vagón no podía ser mayor. Se oía el movimiento de puertas en el pasillo. Harry permaneció sentado. En ese momento oyó la canción del walkman con más claridad. La había escuchado antes muchas veces, pero no recordaba dónde.

Capítulo 72

NORDBERG Y HOTEL CONTINENTAL

10 de Mayo de 2000

El anciano no estaba preparado y se quedó sin respiración cuando el dolor se presentó súbitamente. Tumbado como estaba, flexionó el cuerpo y se metió los nudillos en la boca para no gritar. Permaneció así, intentando no perder la conciencia, mientras sacudían su cuerpo oleadas alternas de luz y de oscuridad. Parpadeó. El cielo se deslizaba sobre su cabeza, era como si el tiempo se acelerase, las nubes corrían allá arriba, las estrellas brillaban sobre el fondo azul, se hizo de noche, de día, de noche, de día, de noche otra vez. Y entonces se acabó, volvió a percibir el olor a tierra mojada y supo que estaba vivo.