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– Nadie ha llamado aquí -respondió ella-. Pero en la guía telefónica sólo figura mi nombre, por deseo de Bernt. Será mejor que habléis con el ministerio, por si alguien ha llamado allí.

– Ya lo hemos hecho -comentó Halvorsen mirando fugazmente a Harry.

– Estamos rastreando todas las llamadas que recibió ayer en su despacho.

Halvorsen insistió en el tema de los posibles enemigos de su marido, pero ella no tenía gran cosa que aportar.

Harry estuvo un rato escuchando, hasta que, de pronto, recordó un detalle y preguntó:

– ¿Quieres decir que aquí no recibisteis ayer ni una sola llamada?

– Bueno, alguna hubo -admitió ella-. Un par de llamadas.

– ¿De quién?

– Mi hermana. Bernt. Y algún sondeo de opinión, si no recuerdo mal.

– ¿Sobre qué preguntaban?

– No lo sé. Preguntaron por Bernt. Ya sabes, tienen esas listas de nombres por edad y sexo…

– ¿Preguntaron por Bernt Brandhaug?

– Sí…

– Los de sondeos de opinión no usan nombres. ¿Oíste algún ruido de fondo?

– ¿Qué quieres decir?

– Normalmente, esa gente trabaja desde cabinas que comparten con varias personas.

– Sí lo había. Pero…

– ¿Pero?

– No era esa clase de ruidos a los que tú te refieres. Era… diferente.

– ¿A qué hora recibiste esa llamada?

– Sobre las doce, creo. Contesté que volvería por la tarde. Se me había olvidado que iba a Larvik a esa cena con el Consejo de Exportación.

– Ya que Bernt no figura en la guía telefónica, ¿no se te ocurrió que alguien podría haber llamado a todos los Brandhaug de la guía para averiguar dónde vivía Bernt y cuándo iba a estar en casa?

– No entiendo…

– Las agencias de sondeos de opinión no suelen llamar en horas de trabajo preguntando por alguien en edad de trabajar.

Harry se dirigió a Halvorsen.

– Pregunta a Telenor si te pueden facilitar el número desde el que llamaron.

– Perdón, señora Brandhaug -dijo Halvorsen-. Me he fijado en que tienen un nuevo teléfono Ascom ISDN en la entrada. Yo tengo el mismo aparato. Los diez últimos números entrantes quedan grabados en la memoria, así como la hora de llamada. ¿Puedo…?

Harry aprobó con la mirada la eficacia de Halvorsen. Éste se levantó y la hermana de la señora Brandhaug lo acompaño a la entrada.

– Bernt era un poco chapado a la antigua a veces -le explicó a Harry la señora Brandhaug, con media sonrisa-. Pero le gustaba comprar trastos modernos. Teléfonos y cosas así.

– ¿Cómo de chapado a la antigua era en cuanto a la fidelidad, señora Brandhaug?

Ella alzó la cabeza bruscamente.

– He pensado que podríamos hablar de esto a solas -continuó Harry-. La KRIPOS ha investigado lo que les contaste antes. Tu marido no estuvo en Larvik con el Consejo de Exportación. ¿Sabías que Asuntos Exteriores dispone de una habitación permanente en el hotel Continental?

– No.

– Mi superior del CNI me lo dijo esta mañana. Parece ser que tu marido se hospedó allí ayer por la tarde. No sabemos si estaba solo o acompañado, pero es fácil sospechar cuando un hombre le miente a su mujer y se va a un hotel…

Harry la observó mientras su semblante sufría una metamorfosis, desde la ira a la desolación, la resignación y… la risa. Aunque sonó como un sollozo.

– Realmente, no debería sorprenderme -admitió ella-. Si quieres saberlo, te diré que en ese campo también era moderno. De todos modos, no alcanzo a comprender qué tiene eso que ver con este asunto.

– Podría haberle dado motivos a un esposo celoso para asesinarlo -aclaró Harry.

– Yo podría tener el mismo motivo, Hole. ¿Has pensado en eso? Vivimos en Nigeria y allí no costaba más de doscientas coronas contratar los servicios de un asesino -le reveló con la misma risa amarga-. Creía que atribuíais el móvil a las opiniones que el diario Dagbladet puso en su boca.

– Tenemos que comprobar todas las posibilidades.

– La mayoría eran mujeres que conocía a través del trabajo. Ni que decir tiene que yo no conozco todas sus historias, pero una vez, lo pillé in fraganti. Y entonces me di cuenta de que seguía unas pautas. Pero ¿un asesinato? No sé, hoy en día, nadie le pega un tiro a nadie por algo así, ¿no?

Dirigió a Harry una mirada inquisitiva, pero él no supo qué contestar. A través de las puertas de cristal que daban a la entrada, se oía a Halvorsen hablar en voz baja.

Harry carraspeó.

– ¿Sabes si últimamente tenía un lío con alguna mujer?

Ella negó con un gesto.

– Pregunta en el ministerio. Ya sabes, es un ambiente muy extraño. Seguro que allí hay alguien a quien le encantaría daros alguna pista.

Lo dijo sin amargura, como una información más.

– Es muy raro -dijo Halvorsen ya de vuelta-. Recibiste una llamada a las 12:24, Pero no fue ayer sino anteayer.

– Ah, sí, puede que me haya confundido -respondió Elsa Brandhaug-. En fin, en ese caso, no tendrá nada que ver con esto.

– Puede que no -convino Halvorsen-. Aun así, he solicitado la información. La llamada procedía de un teléfono público. El del restaurante Schrøder.

– ¿Un restaurante? -preguntó ella-. Sí, claro, eso explicaría el sonido de fondo. ¿Crees que…?

– No tiene por qué estar relacionado con el asesinato de tu marido -se apresuró a intervenir Harry al tiempo que se ponía de pie-. Al Schrøder va mucha gente rara.

Elsa Brandhaug los acompañó hasta la escalinata de la entrada. Hacía una tarde gris y las nubes se deslizaban despacio sobre la colina que tenían a su espalda.

La señora Brandhaug tenía los brazos cruzados, como si tuviera frío.

– Hay tanta oscuridad aquí -comentó-. ¿No os habéis fijado?

La policía científica seguía peinando el área en torno a la cabaña, donde habían encontrado el casquillo, cuando Harry y Halvorsen se acercaron cruzando por el brezo.

– ¡Alto! -les gritó una voz cuando se agacharon para pasar bajo el cordón policial.

– ¡Policía! -contestó Harry.

– ¡No importa! -contestó la misma voz-. Tendréis que esperar a que terminemos.

Era Weber. Llevaba unas botas de goma altas y un ridículo chubasquero amarillo. Harry y Halvorsen volvieron al otro lado de las cintas.

– ¡Hola, Weber! -gritó Harry.

– No tengo tiempo -repuso haciéndoles gestos para que se apartaran.

– Sólo un minuto.

Weber se acercó dando grandes zancadas y con una expresión de irritación manifiesta.

– ¿Qué quieres? -le gritó desde una distancia de veinte metros.

– ¿Cuánto tiempo estuvo esperando?

– ¿El tío de ahí arriba? No tengo ni idea.

– Venga, Weber. Una pista.

– ¿Es KRIPOS o vosotros quien investiga este caso?

– Los dos. Todavía no estamos del todo coordinados.

– ¿Y quieres que me crea que lo vais a estar?

Harry sonrió y sacó un cigarrillo.

– Has acertado otras veces, Weber.

– Deja de dorarme la pildora. ¡Corta el rollo! ¿Quién es el muchacho?

– Halvorsen -dijo Harry antes de que el aludido pudiese presentarse.

– Escucha, Halvorsen -dijo Weber mientras observaba a Harry sin intentar ocultar su disgusto-. Fumar es una guarrería y la prueba definitiva de que el ser humano sólo persigue una cosa: placer. El tipo que estuvo aquí dejó ocho colillas en una botella de refresco de naranja medio vacía. Fumaba Teddy sin filtro. Los tíos que fuman Teddy no fuman dos al día, así que si no se quedó sin tabaco, supongo que estuvo aquí, como mucho, veinticuatro horas. Cortó las ramas de abeto más bajas, a las que no llega la lluvia; pero había gotas de agua en el techo de la cabaña. La última vez que llovió fue ayer a las tres de la tarde.

– ¿De modo que llegó aquí entre las ocho y las tres del día de ayer, aproximadamente? -preguntó Halvorsen.