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– Creo que Halvorsen llegará lejos -observó Weber lacónico, sin dejar de mirar a Harry-. Sobre todo, teniendo en cuenta el nivel que hay en el cuerpo. ¡Joder! Cada día está peor. ¿Has visto qué clase de gente admiten hoy en la academia de policía? Hasta la carrera de magisterio atrae a más genios.

De pronto, Weber dejó de tener prisa e inició una extensa disertación sobre el nefasto futuro del cuerpo.

– ¿Alguno de los vecinos ha visto algo? -interrumpió Harry cuando Weber se vio obligado a hacer un alto para respirar.

– Hay cuatro tíos llamando a todas las puertas, pero la mayoría de la gente no vuelve del trabajo hasta más tarde. No sacarán nada de todos modos.

– ¿Por qué no?

– No creo que se haya dejado ver en el vecindario. Trajimos un perro que le siguió el rastro durante un kilómetro bosque adentro, hasta uno de los senderos, pero allí lo perdió. Apuesto por que ha venido y ha vuelto por el mismo camino, por esa red de senderos que se extiende entre los lagos de Sognsvann y Maridalsvannet. Puede haber dejado el coche en cualquiera de los más de doce aparcamientos que los senderistas tienen a su disposición en esta zona. Y te aseguro que aquí vienen miles, a diario, casi todos con la mochila a la espalda. ¿Comprendes?

– Comprendo.

– Y ahora me vas a preguntar si encontraremos huellas dactilares.

– Pues…

– Venga.

– ¿Qué pasa con la botella de naranjada?

Weber negó con la cabeza.

– Ninguna huella. Nada. Para haber permanecido aquí tanto tiempo ha dejado muy pocos indicios. Seguimos buscando, pero estoy bastante convencido de que lo único que vamos a encontrar serán huellas de zapatos y algunas fibras de tejido.

– Además del casquillo.

– Ése lo dejó aposta. Todo lo demás está demasiado bien recogido.

– Entiendo. Como una advertencia, quizá. ¿Tú qué opinas?

– ¿Yo qué opino? Creía que los cerebros sólo se habían distribuido entre vosotros los jóvenes, ya que ésa es la creencia que intentan implantar hoy en el cuerpo.

– Bueno. Gracias por la ayuda, Weber.

– Y deja de fumar, Hole.

– Un tío estricto -opinó Halvorsen ya en el coche cuando iban camino al centro.

– Weber puede ser un tanto especial -admitió Harry-. Pero conoce bien su trabajo.

Halvorsen tamborileaba en el salpicadero el ritmo de una melodía muda.

– ¿Y ahora qué? -preguntó.

– Al hotel Continental.

La KRIPOS llamó al hotel Continental quince minutos después de que hubiesen limpiado y cambiado las sábanas de la habitación de Brandhaug. Nadie se había dado cuenta de que hubiese recibido visita; sólo sabían que Brandhaug había dejado el hotel alrededor de medianoche.

Harry estaba en la recepción, fumándose su último cigarrillo, mientras el recepcionista que había estado de guardia la noche anterior se retorcía las manos visiblemente atribulado.

– Hasta bien entrada esta mañana, no nos informaron de que Brandhaug había sido asesinado -se excusó-. De lo contrario, habríamos tenido el sentido común de no tocar su habitación.

Harry hizo un gesto afirmativo antes de dar la última calada al cigarrillo. De todas formas, la habitación del hotel no era el escenario del crimen, aunque habría sido interesante encontrar algún cabello largo y rubio sobre la almohada y dar con la persona que, con toda probabilidad, fue la última en hablar con Brandhaug.

– Bueno, supongo que eso es todo -dijo el jefe de la recepción con una sonrisa pero como si estuviese a punto de echarse a llorar.

Harry no contestó. Se percató de que el hombre se ponía tanto más nervioso cuanto menos hablaban ellos. De modo que no contestó, sino que se quedó mirando fijamente el ascua de su colilla.

– Bueno… -repitió el jefe de la recepción al tiempo que se pasaba la mano por la solapa.

Harry seguía mudo. Halvorsen miraba al suelo. El jefe de la recepción aguantó quince segundos más, antes de estallar.

– Por supuesto, está claro que a veces recibía visitas en la habitación -confesó al fin.

– ¿De quién? -preguntó Harry sin quitar la vista de la colilla.

– Mujeres y hombres…

– ¿Quiénes?

– En realidad, no lo sé. No es asunto nuestro saber con quién elige pasar su tiempo el consejero de Exteriores.

– ¿De verdad?

Pausa.

– Claro que, si entra una mujer que obviamente no es cliente del hotel, procuramos fijarnos en el piso en que se detiene el ascensor.

– ¿La reconocerías?

– Sí -contestó el hombre enseguida y sin vacilar-. Era muy guapa. Y estaba muy borracha.

– ¿Una prostituta?

– De lujo, en tal caso. Y ésas no suelen venir borrachas. Bueno, no es que yo sepa mucho sobre ellas, este hotel no es…

– Gracias -lo interrumpió Harry.

Esa tarde el viento del sur arrastró consigo un calor repentino y cuando Harry salió de la Comisaría General, tras haber celebrado una reunión con Meirik y la comisario jefe, supo instintivamente que algo había terminado y que empezaba una nueva estación.

Tanto la comisario jefe como Meirik conocían a Brandhaug, pero ambos dejaron claro que sólo en el terreno profesional. Era evidente que lo habían acordado. Meirik inició la reunión anulando tajantemente la misión de vigilancia en Klippan y Harry tuvo la impresión de que se alegraba de hacerlo. La comisario jefe presentó su propuesta y Harry comprendió que sus hazañas en Sidney y Bangkok habían causado, pese a todo, cierta impresión en las altas esferas policiales.

– El comportamiento típico de los oficiales que van «por libre» -sentenció la comisario jefe.

Y añadió que, también en este caso, podría actuar así.

Una nueva estación. El cálido viento del sur le despejaba la cabeza y se permitió el lujo de tomar un taxi, ya que aún llevaba la pesada bolsa de viaje. Lo primero que hizo cuando entró en su apartamento de la calle Sofie fue echar un vistazo al contestador. La luz roja estaba encendida, pero no parpadeaba. No había mensajes.

Le había pedido a Linda que le hiciera copias de todos los documentos del caso e invirtió el resto de la tarde en repasar la información de que disponían sobre los asesinatos de Hallgrim Dale y Ellen Gjelten. No porque creyese que iba a encontrar nada nuevo, sino porque la lectura fomentaría su imaginación. De vez en cuando miraba al teléfono, pensando cuánto aguantaría sin llamarla. El asesinato de Brandhaug era la principal noticia del día en todos los informativos. Se acostó a medianoche. Se levantó a la una, desconectó el teléfono y lo metió en el frigorífico. A las tres, se durmió por fin.

Capítulo 75

DESPACHO DE MØLLER

12 de Mayo de 2000

– ¿Y bien? -dijo Møller después de que Harry y Halvorsen hubiesen probado su café y de que Harry les transmitiese su opinión sobre su sabor con una mueca de repugnancia.

– Opino que la conexión entre los titulares del periódico y el asesinato es una pista falsa -declaró Harry.

– ¿Por qué? -quiso saber Møller, retrepándose en la silla.

– Según Weber, el asesino permaneció en el bosque desde por la mañana temprano, es decir, como mucho, un par de horas después de que el periódico Dagbladet saliese a la calle. Pero este crimen no es fruto de un impulso, sino un acto premeditado y bien planeado. Hacía varios días que la persona en cuestión sabía que iba a matar a Brandhaug. Efectuó un reconocimiento del terreno, averiguó las horas de salida y de entrada de Brandhaug, localizó el mejor lugar desde el que disparar con el menor riesgo posible de ser descubierto, cómo llegar y luego irse…; en fin, cientos de pequeños detalles.

– ¿Así que, en tu opinión, el asesino adquirió el rifle Märklin para cometer este atentado?

– Puede que sí. Puede que no.

– Gracias, esa respuesta nos permite avanzar enormemente -replicó Meirik con acritud.