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– Sólo quiero decir que es plausible. Por otro lado, resulta desproporcionado, parece exagerado introducir en el país clandestinamente el rifle de atentados más caro del mundo para matar a un alto funcionario, aunque no muy significativo, que no tiene guardaespaldas ni vigilancia en su domicilio. El asesino también podría haber llamado a la puerta y haberlo matado a bocajarro con una pistola. Se me antoja un poco como…

Harry describía círculos en el aire con la mano.

– … como matar hormigas a cañonazos -remató Halvorsen.

– Eso es -aprobó Harry.

– Bien -intervino Møller con los ojos cerrados-. ¿Y cómo ves tu papel en el seguimiento de esta investigación, Harry?

– Más o menos «por libre» -aseguró Harry con una sonrisa-. Yo soy ese tío del CNI que va por libre, pero puedo solicitar asistencia a todos los demás grupos cuando sea necesario. Soy ese que sólo informa a Meirik, pero que tiene acceso a todos los documentos del caso. El que hace preguntas, pero al que no se le pueden exigir respuestas, etcétera.

– ¿Y qué tal si añadimos una licencia para matar? -ironizó Møller-. Y un coche superveloz.

– En realidad no ha sido idea mía -dijo Harry-. Meirik acaba de hablar con la comisario jefe.

– ¿La comisario jefe?

– Eso es. Supongo que te mandará un correo electrónico durante el día. El asunto de Brandhaug tiene la más alta prioridad desde este momento y la comisario jefe no quiere que quede ningún cabo suelto. Ya sabes, como eso que hacen en el FBI, que trabajan con varios pequeños grupos de investigación que se solapan mutuamente para evitar una línea de investigación uniforme. Seguro que lo has leído.

– No.

– Pues se trata de que, si bien es posible que se dupliquen algunas funciones y los diferentes grupos tal vez realicen varias veces el mismo trabajo, todo queda compensado por los diferentes enfoques y formas de ejecución.

– Gracias -dijo Møller-. Pero ¿qué tiene eso que ver conmigo? ¿Por qué estás aquí ahora?

– Porque, como ya te he explicado, puedo solicitar el apoyo de otros…

– … grupos si es necesario -terminó Møller-. Ya lo he oído. Desembucha, Harry.

Harry hizo una señal con la cabeza hacia Halvorsen, que le dedicó a Møller una sonrisa.

Møller suspiró:

– ¡Por favor, Harry! Sabes que andamos muy mal de personal en el grupo de delitos violentos.

– Te prometo que te lo devolveré en buen estado.

– ¡He dicho que no!

Harry no dijo nada. Esperó con los dedos entrelazados y se aplicó a observar con atención la curiosa reproducción del castillo de Soria Mona que colgaba en la pared, sobre la librería.

– ¿Cuándo me lo devolverás? -capituló Møller al fin.

– En cuanto hayamos resuelto el caso.

– En cuanto… ¡Eso, Harry, es lo que un jefe de grupo le contesta a un inspector! No al revés.

Harry se encogió de hombros.

– Lo siento, jefe.

Capítulo 76

CALLE IRISVEIEN

12 de Mayo de 2000

El corazón le galopaba en el pecho como un caballo desbocado cuando levantó el auricular.

– Hola, Signe -dijo la voz-. Soy yo.

Sintió que le entraban ganas de llorar.

– Déjalo ya, por favor -susurró.

– Fiel en la muerte, Signe. Tú lo dijiste.

– Iré a buscar a mi marido.

La voz reía suavemente.

– Pero no está en casa, ¿verdad?

Ella agarraba el auricular con tal fuerza que le dolía la mano. ¿Cómo sabía que Even no estaba en casa? ¿Y cómo era posible que sólo llamase cuando Even estaba fuera?

La idea que cruzó su mente le atenazó la garganta, no podía respirar, estuvo a punto de desmayarse. ¿Estaría llamando desde un sitio desde el que podía ver su casa y cuándo salía Even? No, no, no. Haciendo un gran esfuerzo, logró controlarse y concentrarse en respirar. No demasiado rápido, sino profunda y lentamente, se dijo a sí misma. Lo mismo que les decía a todos aquellos soldados heridos cuando se los llevaban desde las trincheras llorando, presas del pánico y con la respiración acelerada. Consiguió controlar el miedo. Y, por el ruido de fondo, oyó que llamaba desde un lugar donde había mucha gente. En su vecindario sólo había edificios de viviendas.

– Estabas tan guapa con tu uniforme de enfermera, Signe -dijo la voz-. Tan reluciente y blanco. Blanco como el capote de Olaf Lindvig. ¿Te acuerdas de él? Estabas tan limpia que yo creía que era imposible que nos traicionases, que tu corazón era incapaz de albergar la traición. Creía que eras como Olaf Lindvig. Yo te vi tocarlo, Signe, tocar su cabello. Una noche de luna. Tú y él, parecíais ángeles, como enviados del cielo. Pero me equivoqué. Hay ángeles que no son enviados del cielo, Signe. ¿Lo sabías?

Ella no contestó. La voz había dicho algo que activó un volcán de pensamientos en su cabeza. La voz. Y cayó en la cuenta, estaba distorsionada.

– No -se obligó a contestar.

– ¿No? Pues deberías. Yo soy uno de esos ángeles.

– Daniel está muerto -dijo ella.

Se hizo el silencio, sólo interrumpido por la respiración que siseaba contra la membrana. Entonces, la voz habló de nuevo:

– He venido para juzgar. A vivos y muertos.

Y colgó.

Signe cerró los ojos. Se levantó y fue al dormitorio. Se quedó mirándose al espejo tras las cortinas corridas. Temblaba como presa de una altísima fiebre.

Capítulo 77

ANTIGUO DESPACHO DE HARRY

12 de Mayo de 2000

Harry tardó veinte minutos en mudarse a su antiguo despacho. Cuanto necesitaba cabía en una bolsa del Seven-Eleven. Lo primero que hizo fue recortar la foto de Bernt Brandhaug que aparecía en el Dagbladet y clavarla en el tablón, junto a las fotos de archivo de Ellen, Sverre Olsen y Hallgrim Dale. Cuatro momentos. Había enviado a Halvorsen al Ministerio de Asuntos Exteriores para que hiciese algunas preguntas e intentase averiguar quién era la mujer del hotel Continental. Cuatro personas. Cuatro vidas. Cuatro historias. Se sentó en la silla rota y estudió sus rostros, pero sus miradas estáticas no dejaban traslucir nada.

Llamó a Søs. Su hermana le dijo que le apetecía mucho quedarse con Helge, al menos por un tiempo. Se habían hecho buenos amigos, dijo. Harry le aseguró que le parecía bien, siempre que no olvidase darle de comer.

– Es una hembra -dijo Søs.

– ¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes?

– Henrik y yo lo hemos comprobado.

Pensó que le gustaría saber cómo se comprobaba algo así, pero se dio cuenta enseguida de que prefería no saberlo.

– ¿Has hablado con papá?

Søs le dijo que sí y le preguntó si iba a ver a la chica.

– ¿Qué chica?

– Con la que dijiste que habías dado un paseo. La que tiene un hijo.

– ¡Ah, esa chica! No, no lo creo.

– ¡Qué pena!

– ¿Pena? Si no la has visto en tu vida, Søs.

– Pienso que es una pena porque estás enamorado de ella.

A veces Søs decía cosas a las que Harry no tenía ni idea de qué contestar. Acordaron que irían al cine un día de éstos. Harry le preguntó si tenían que invitar a Henrik. Y Søs le dijo que sí, que así era cuando se tenía novio.

Después de colgar, Harry se quedó pensativo. Rakel y él no se habían cruzado aún por el pasillo, pero sabía dónde estaba su despacho. Se decidió y se levantó de la silla: tenía que hablar con ella ya, no soportaba aquella espera.

Linda le sonrió cuando lo vio entrar por la puerta del CNI.

– ¿Ya de vuelta, guapísimo?

– Sólo voy a saludar a Rakel un momento.

– ¿Sólo? Harry, os vi en la fiesta del grupo.

Harry notó con disgusto que su sonrisa burlona lo hizo enrojecer hasta los lóbulos de las orejas y que su intento de risa seca fracasó estrepitosamente.