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– Pero te puedes ahorrar el paseo. Rakel no ha venido hoy. Se ha quedado en casa. Enferma. Disculpa un momento, Harry. -Linda contestó al teléfono-. CNI, ¿en qué puedo ayudarle?

Harry salía ya por la puerta cuando Linda le gritó:

– ¡Harry, es para ti! ¿Contestas aquí? -dijo al tiempo que le tendía el auricular.

– ¿Harry Hole? -preguntó una voz femenina, jadeante o asustada.

– Sí, soy yo.

– Soy Signe Juul. Tienes que ayudarme, Hole. Me matará.

Harry escuchó ladridos de fondo.

– ¿Quién quiere matarte, Signe Juul?

– Viene de camino a mi casa. Sé que es él. Él… Él…

– Intenta tranquilizarte, Signe. ¿De qué estas hablando?

– Distorsionaba la voz, pero esta vez la he reconocido. Sabía que le había acariciado el cabello a Olaf Lindvig en el hospital de campaña. Entonces lo comprendí. ¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer?

– ¿Estás sola?

– Sí -dijo ella-. Estoy sola. Estoy completamente sola. ¿Comprendes?

Los ladridos de fondo sonaban más frenéticos aún.

– ¿Puedes salir corriendo hasta la casa de los vecinos y esperarnos allí? ¿Quién es…?

– ¡Dará conmigo! ¡Siempre da conmigo!

Estaba histérica. Harry puso la mano sobre el auricular y pidió a Linda que llamase a la central de alarmas para decirles que enviasen el coche patrulla más cercano a la casa de Juul en la calle Irisveien, en Berg. Luego volvió a dirigirse a Signe Juul, con la esperanza de que ella no notase su estado de excitación:

– Si no quieres salir, por lo menos cierra la puerta con llave. Pero dime, ¿quién…?

– No lo comprendes -dijo ella-. Él… Él…

Se oyó un pip. La señal de ocupado. La conexión se había interrumpido.

– ¡Mierda! Perdona, Linda. Diles que lo del coche es urgente. Y que tengan cuidado, puede haber un intruso con un arma de fuego.

Harry llamó a información para pedir el número de Juul, lo marcó. Continuaba ocupado. Harry le lanzó el auricular a Linda.

– Si Meirik pregunta por mí, dile que he salido y que voy camino de la casa de Even Juul.

Capítulo 78

CALLE IRISVEIEN

12 de Mayo de 2000

Cuando Harry llegó a la calle Irisveien, enseguida vio el coche de policía estacionado enfrente de la casa de Juul. La tranquila calle flanqueada por casas de madera, los charcos de agua, la luz azul que giraba lentamente en el techo del coche, dos niños curiosos en bici: era como una repetición de la escena que había tenido lugar ante la casa de Sverre Olsen. Harry deseó que la similitud no fuese más allá.

Aparcó, se apeó del Escort y se encaminó despacio hacia la verja. Cuando la estaba cerrando, oyó que alguien salía de la casa.

– ¡Weber! -dijo Harry-. Nuestros caminos se cruzan otra vez.

– Eso parece.

– No sabía que también condujeses un coche patrulla.

– Sabes muy bien que no es eso, maldita sea. Pero Brandhaug vive aquí al lado y acabábamos de entrar en el coche cuando oímos el aviso por la radio.

– ¿Qué pasa?

– Tú me preguntas a mí y yo te hago la misma pregunta. No hay nadie en la casa. Pero la puerta estaba abierta.

– ¿Habéis escudriñado por todos los rincones?

– Desde el sótano hasta la buhardilla.

– Muy extraño. Parece que el perro tampoco está.

– Perro y dueños, todos han desaparecido. Pero hay indicios de que alguien entró en el sótano, porque el cristal de la puerta está roto.

– Está bien -dijo Harry mirando la calle Irisveien.

Entre los árboles divisó una pista de tenis.

– Puede que se haya ido a casa de los vecinos, como le aconsejé -dijo Harry.

Weber acompañó a Harry hasta el pasillo, donde hallaron a un joven oficial que estaba mirándose al espejo que había sobre la mesita del teléfono.

– Y bien, Moen, ¿ves indicios de vida inteligente? -preguntó Weber con sarcasmo.

Moen se volvió y saludó a Harry.

– Bueno -replicó Moen-. No sé si es inteligente o simplemente curioso.

Señaló el espejo. Weber y Harry se acercaron.

– ¡Vaya! -exclamó Weber.

En mayúsculas de color rojo que parecían escritas con lápiz de labios, se leía: «dios es mi juez».

Harry sentía la boca áspera como una peladura de naranja.

El cristal de la puerta de entrada tintineó cuando alguien la abrió de golpe.

– ¿Qué hacéis aquí? -preguntó la silueta que se perfilaba ante ellos, a contraluz-. ¿Y dónde está Burre?

Era Even Juul.

Harry se sentó a la mesa de la cocina en compañía de un Even Juul visiblemente preocupado. Moen fue a hacer una ronda por el vecindario en busca de Signe Juul y, de paso, para preguntar si alguien había visto algo sospechoso. Weber debía hacer algo urgente relacionado con el caso Brandhaug y tuvo que llevarse el coche de policía, pero Harry le prometió a Moen que él lo llevaría.

– Acostumbraba a avisar si pensaba salir de casa -aseguró Even Juul-. Quiero decir, «acostumbra».

– ¿Es su letra la del espejo de la entrada?

– No -respondió-. O al menos, eso creo.

– ¿Es su barra de labios?

Juul miró a Harry sin contestar.

– Tenía miedo cuando hablé con ella por teléfono -explicó Harry-. Insistía en que alguien quería matarla. ¿Tienes alguna idea de quién podía ser?

– ¿Matarla?

– Eso es lo que dijo.

– Pero si no puede haber nadie que quisiera matar a Signe.

– ¿Crees que no?

– ¿Estás loco?

– Bien. En ese caso, estoy convencido de que comprenderás que debo preguntarte si tu mujer podría calificarse de inestable. Histérica.

Harry no estaba del todo seguro de que Juul hubiera oído la pregunta, hasta que lo vio negar moviendo la cabeza muy despacio.

– De acuerdo -dijo Harry poniéndose de pie-. A ver si se te ocurre algo que pueda ser de ayuda. Y debes llamar a todos vuestros amigos y familiares entre los que creas que puede haberse refugiado. De momento, no hay mucho más que podamos hacer.

Cuando Harry cerró la verja tras de sí vio que Moen venía a su encuentro meneando la cabeza.

– ¿Nadie ha visto un coche siquiera? -se extrañó Harry.

– A estas horas, los únicos que están en casa son los jubilados y las madres con niños pequeños.

– Los jubilados suelen ser buenos observadores.

– Al parecer, éstos no lo son. Si es que, realmente, ha pasado algo fuera de lo normal.

«Fuera de lo normal.» Sin saber por qué, aquellas palabras siguieron resonando en algún lugar remoto del cerebro de Harry. Los niños con las bicis habían desaparecido. Harry suspiró.

– Vamos.

Capítulo 79

COMISARÍA GENERAL DE LA POLICÍA

12 de Mayo de 2000

Cuando Harry entró en el despacho, Halvorsen estaba hablando por teléfono. Con un gesto, le indicó que hablaba con un informador. Harry pensó que seguiría intentando dar con la mujer del hotel Continental, lo que significaba que no había tenido suerte en el Ministerio de Asuntos Exteriores. A excepción del montón de copias de archivo que atestaban su mesa, el despacho de Halvorsen estaba limpio de papeles, pues lo había retirado todo salvo lo relacionado con el caso del Märklin.

– De acuerdo -dijo Halvorsen-. Si te enteras de algo más, llámame, ¿de acuerdo?

Y colgó el auricular.

– ¿Has podido hablar con Aune? -preguntó Harry al tiempo que se sentaba en su antigua silla.

Halvorsen afirmó sin pronunciar palabra y le mostró dos dedos. A las dos. Harry miró el reloj y dedujo que Aune llegaría en veinte minutos.

– Proporcióname una foto de Edvard Mosken -pidió Harry levantando el auricular.

Marcó el número de Sindre Fauke, que accedió a reunirse con él a las tres. Después, informó a Halvorsen de la desaparición de Signe Juul.