Les sirvieron la pizza y Halvorsen miró a Harry inquisitivo.
– Adelante -lo animó Harry-. La pizza no es lo mío.
Al abrigo del rincón se le había sumado la compañía de una guerrera de combate, corta y de color verde. Conversaban entre susurros al tiempo que miraban hacia los dos policías.
– Otra cosa más -recordó Harry-. Linda, del CNI, me dijo que en Colonia existen unos archivos de la SS, una parte de los cuales se destruyeron en un incendio en los años setenta; pero en alguna que otra ocasión han encontrado en ellos información sobre ciudadanos noruegos que lucharon en el bando alemán. Destinos, condecoraciones, rango, ese tipo de cosas. Quiero que llames y veas si puedes averiguar algo sobre Daniel Gudeson. Y sobre Gudbrand Johansen.
– Bueno, bueno, jefe -dijo Halvorsen con la boca llena de pizza-. Cuando termine con el resto de la pizza, ¿no?
– Mientras tanto, iré a charlar con la juventud -afirmó Harry levantándose.
Cuando se trataba de asuntos de trabajo, Harry nunca había tenido el menor reparo en utilizar su tamaño para conseguir alguna ventaja psicológica. Y, pese a que el del bigote a lo Hitler miraba a Harry como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano, Harry sabía que tras aquella fría mirada se ocultaba el mismo miedo que había visto en Krohn. Con la diferencia de que aquel tipo estaba más acostumbrado a ocultarlo. Harry cogió la silla en la que el del bigote a lo Hitler apoyaba las botas, de modo que sus pies cayeron al suelo antes de que el sujeto pudiese reaccionar.
– Perdón -dijo Harry-. Creí que la silla estaba libre.
– Jodido madero -masculló el del bigote.
La cabeza rapada que surgía del cuello de la guerrera verde se giró.
– Correcto -confirmó Harry-. O policía de mierda. O tío de la pasma. No, ese apelativo es, seguramente, demasiado suave. ¿Qué te parece the man, es lo suficientemente internacional?
– ¿Te estamos molestando o qué? -preguntó el del abrigo.
– Sí, me estáis molestando -dijo Harry-. Hace mucho que me molestáis. Dale recuerdos al Príncipe y díselo. Que Hole ha venido a devolveros las molestias. Mensaje de Hole para el Príncipe. ¿Lo habéis entendido?
El de la guerrera parpadeó embobado. El del abrigo abrió una bocaza que dejó a la vista dos hileras de dientes totalmente dispares y se echó a reír hasta que empezó a babear.
– ¿Estás hablando de Haakon Magnus, o qué? -preguntó.
Al cabo de un rato, el de la guerrera se percató del chiste y se echó a reír también.
– Claro -comentó Harry-. Si no sois más que soldados de a pie, es lógico que no conozcáis al Príncipe, así que mejor será que le transmitáis el mensaje a vuestro superior inmediato. Espero que os guste la pizza, chicos.
Mientras volvía con Halvorsen, notó sus miradas clavadas en la nuca.
– Termina de comer -le dijo Harry a Halvorsen, que, en ese momento, se llevaba a la boca un enorme trozo de pizza-. Tenemos que salir de aquí antes de que siga acumulando mierda en mi hoja de servicios.
Capítulo 82
COLINA HOLMENKOLLÅSEN
12 de Mayo de 2000
Aquélla era la tarde más calurosa de la primavera. Harry conducía con la ventanilla bajada dejando así que la suave brisa le acariciase el rostro y el cabello. Desde la colina Holmenkollåsen se veía el fiordo de Oslo salpicado de islitas que se asemejaban a conchas de color marrón verdoso y los primeros barcos de vela de la temporada volvían a tierra. Unos estudiantes orinaban al borde de la carretera, junto a un autobús pintado de rojo desde cuyos altavoces, colocados en el techo, retumbaba la música de una canción:
– Won't – you – be my lover…
Una señora mayor con pantalones bombachos y el anorak atado alrededor de la cintura bajaba la calle con una sonrisa cansada y satisfecha.
Harry aparcó el coche enfrente de la casa. Prefería no llegar hasta el jardín, no sabía muy bien por qué. Quizá porque tenía la sensación de que, si aparcaba más abajo, su visita sería menos invasiva. Un razonamiento ridículo, por supuesto, dado que, en cualquier caso, se presentaba sin avisar y sin haber sido invitado.
Estaba a mitad de camino cuando sonó el móvil. Era Halvorsen, que llamaba desde el Archivo de los Traidores a la Patria.
– Nada -anunció-. Si es verdad que Daniel Gudeson está vivo, jamás fue condenado después por traición.
– ¿Y Signe Juul?
– Le cayó una condena de un año.
– Ya, pero se libró de la cárcel. ¿Alguna otra cosa interesante?
– Nada, que ya están preparándose para echarme de aquí y poder cerrar.
– Vete a casa a dormir, puede que mañana se nos ocurra algo.
Harry había llegado al pie de la escalinata y estaba a punto de subirla de un salto cuando se abrió la puerta. Se quedó inmóvil. Rakel llevaba un jersey de lana y unos vaqueros azules, tenía el cabello despeinado y la cara más pálida que de costumbre. Buscó en sus ojos alguna señal de que se alegrase de volver a verlo, pero no halló nada. Ni siquiera esa amabilidad neutra que tanto había temido. Apenas si había expresión alguna en sus ojos; y a saber lo que eso significaba.
– He oído voces… -dijo Rakel-. Pasa.
Oleg estaba en pijama en la sala de estar, viendo la televisión.
– Hola, perdedor -saludó Harry-. ¿No deberías estar entrenándote con el Tetris?
Oleg resopló sin levantar la cabeza.
– Siempre olvido que los niños no entienden de ironías -le dijo a Rakel.
– ¿Dónde has estado? -preguntó Oleg.
¿Que dónde había estado? Harry quedó un tanto confuso al ver la expresión acusadora de Oleg.
– ¿Qué quieres decir?
Oleg se encogió de hombros.
– ¿Un café? -preguntó Rakel.
Harry asintió. Oleg y Harry observaban en silencio la increíble migración de los ñúes a través del desierto de Kalahari, mientras Rakel trajinaba en la cocina. Llevó bastante tiempo, tanto el café como la caminata.
– Cincuenta y seis mil -dijo Oleg al final.
– Mentira -replicó Harry.
– ¡Soy el primero en la lista de los mejores-de-todos-los-tiempos!
– Vete a buscarlo.
Oleg se levantó y salió corriendo del salón cuando Rakel entraba con el café y fue a sentarse frente a Harry, que cogió el mando a distancia y bajó el volumen del retumbar de pezuñas. Fue Rakel quien, al final, rompió el silencio.
– ¿Qué vas a hacer este año el Diecisiete de Mayo?
– Tengo guardia. Pero si estás insinuándome una invitación a lo que sea, moveré cielo y tierra…
Se rió agitando y negando con las manos.
– Perdón, sólo quería iniciar una conversación. Hablaremos de otra cosa.
– ¿Así que estás enferma? -preguntó Harry.
– Es una larga historia.
– Pues parece que tienes bastantes.
– ¿Por qué te han hecho volver? -preguntó Rakel.
– Brandhaug. Con quien, curiosamente, hablé en una ocasión sentado justo aquí.
– Sí, la vida está llena de casualidades absurdas -recordó Rakel.
– Tan absurdo que nunca habría colado en una historia inventada, por lo menos.
– Tú no sabes ni la mitad, Harry.
– ¿Qué quieres decir?
Ella lanzó un suspiro y empezó a remover su café.
– ¿Qué pasa? ¿Es que toda la familia ha decidido enviar mensajes cifrados esta noche?
Ella intentó reírse, pero su risa se tornó en un sollozo. El típico resfriado de primavera, pensó Harry.
– Yo… Lo que…
Intentó empezar la frase un par de veces más, pero no le salió bien. La cucharilla daba vueltas y más vueltas en la taza. Por encima de su hombro, Harry vio cómo un cocodrilo, despacio pero sin piedad, arrastraba a un ñu hasta las aguas del río.
– Lo he pasado muy mal -confesó Rakel-. Y te he echado de menos.