– Lo pensaré.
Harry se dejó caer en la silla.
– ¿No deberías arreglarla? Suena como si estuviera enferma.
– No tiene arreglo -aseguró Harry en tono arisco.
– Vaya, perdona. ¿Has encontrado algo en Viena?
– Ya te lo contaré. Tú primero.
– Intenté comprobar la coartada de Even Juul en el momento de la desaparición de su esposa. Según él, anduvo paseando por el centro y fue a la cafetería de Ullevålsveien, pero no se encontró con ningún conocido que pueda confirmarlo. Los camareros de la cafetería dicen que tienen demasiados clientes como para poder asegurar lo uno o lo otro.
– La cafetería está enfrente del Schrøder -dijo Harry.
– ¿Y qué?
– Es sólo una afirmación. ¿Qué dice Weber?
– Tampoco encuentran nada. Weber me dijo que si Signe Juul fue trasladada a la fortaleza en el coche que dijo el vigilante, deberían haber encontrado algún rastro en sus ropas, fibra del asiento trasero, tierra o aceite del maletero, algo.
– Bueno, habían puesto bolsas de basura en el coche -comentó Harry.
– Sí, eso dijo Weber.
– ¿Comprobaste la briznas secas de césped que encontraron en su abrigo?
– Sí. Podrían proceder de los establos de Mosken. Y de un millón de sitios más.
– Heno. No briznas.
– Esas briznas de césped no tienen nada especial, Harry, son simplemente eso…, briznas.
– ¡Joder!
Harry miró a su alrededor, malhumorado.
– ¿Y Viena?
– Más briznas. ¿Tú sabes algo de café, Halvorsen?
– ¿Qué?
– Ellen solía hacer café de verdad. Lo compraba en alguna tienda de aquí, en Grønland. Tal vez tú…
– ¡No! -gritó Halvorsen-. No pienso hacerte café.
– Bueno, por si colaba -dijo Harry volviendo a levantarse-. Estaré fuera un par de horas.
– ¿Eso era todo lo que tenías que contar sobre Viena? ¿Briznas de césped? ¿Ni siquiera briznas de paja?
Harry negó con la cabeza.
– Mala suerte, también eso era una falsa pista. Terminarás acostumbrándote.
Algo había sucedido. Harry caminaba por Grønlandsleiret al tiempo que intentaba dar con lo que era. Era algo relacionado con las personas que andaban por las calles, algo les había sucedido mientras él estaba en Viena. Estaba ya casi al final de la calle Karl Johan cuando cayó en la cuenta de qué era. Había llegado el verano. Por primera vez este año, sentía el olor del asfalto, de la gente que pasaba a su lado y de las floristerías de Prensen. Y mientras cruzaba Slottsparken, el aroma a césped recién cortado era tan intenso que no pudo por menos de sonreír. Un hombre y una chica con los monos de la Dirección Municipal de Parques Públicos estaban mirando la copa de un árbol y, discutiendo, movían la cabeza de un lado a otro. La chica se había quitado la parte superior del mono y la tenía enrollada a la cintura y Harry se dio cuenta de que, mientras ella miraba y señalaba la copa del árbol, su colega estudiaba furtivamente su ajustada camiseta.
En la calle Hegdehaugsveien, las tiendas de moda fashion y las no tan fashion hacían sus últimos intentos de vestir a la gente para la fiesta del Diecisiete de Mayo. Los quioscos vendían lazos y banderitas y, a lo lejos, se oía el eco de una banda que se entregaba al ensayo final de la marcha de Gammel Jæger. Habían anunciado lluvia, pero haría calor.
Harry estaba sudoroso cuando llamó a la puerta de Sindre Fauke.
A Fauke no le producía especial satisfacción la fiesta del Día Nacionaclass="underline"
– Jaleo. Y demasiadas banderas. No es extraño que Hitler se sintiese emparentado con el pueblo noruego, nuestro espíritu es extremadamente nacionalista. Sólo que no nos atrevemos a reconocerlo.
Fauke sirvió el café.
– Gudbrand Johansen fue a parar a un hospital de Viena -explicó Harry-. La noche anterior a su partida a Noruega, mató a un médico. Desde entonces, nadie lo ha visto.
– Vaya, vaya -comentó Fauke, y empezó a tomarse el café hirviendo a sorbos ruidosos-. Ya sabía yo que ese muchacho tenía algo raro.
– ¿Qué puedes decirme de Even Juul?
– Mucho. Si es que tengo que hablar.
– Tienes que hablar.
Fauke alzó una de sus pobladas cejas.
– ¿Estás seguro de que no andas tras una falsa pista, Hole?
– No estoy seguro de nada en absoluto.
Fauke sopló en la taza, con gesto reflexivo.
– De acuerdo. Si no hay otro remedio, lo haré. Juul y yo manteníamos una relación que, en muchos aspectos, se asemeja a la que existía entre Gudbrand Johansen y Daniel Gudeson. Yo era un padre sustituto para Even. Supongo que, entre otras cosas, porque él era huérfano.
La taza de Harry se detuvo bruscamente a medio camino hacia sus labios.
– No había mucha gente que lo supiese, porque Even solía inventar a placer. Su supuesta infancia contenía más personas, detalles, ciudades y fechas que las que la mayoría de la gente recuerda de una infancia auténtica. La versión oficial era que había crecido en el seno de la familia Juul, en una granja cercana a Grini. Pero lo cierto es que creció en las casas de diversas familias de acogida y en varias instituciones de toda Noruega, hasta que, a la edad de doce años, fue a parar a la casa de la familia Juul, que no tenía hijos.
– ¿Cómo sabes tú que mentía sobre ese asunto?
– Verás, es una historia un tanto curiosa pero, una noche en que a Even y a mí nos tocó hacer guardia juntos ante un campamento que habíamos establecido en el bosque del norte de Harestua, fue como si de pronto le ocurriese algo. Even y yo no éramos lo que se dice muy amigos por aquel entonces, y me sorprendió mucho que, de repente, empezase a contarme cómo lo habían maltratado de pequeño y que nadie lo había querido en su casa. Me reveló detalles muy personales de su vida, algunos de los cuales casi me dio vergüenza oír. A alguno de los adultos con los que había vivido habría que… -Fauke se contuvo.
»¿Por qué no damos un paseo? -propuso-. Corre el rumor de que hoy hace un buen día.
Subieron por la calle Vibe hasta el Stensparken, donde ya se veían los primeros bikinis del año y un esnifador que se había despistado de su lugar en la colina parecía estar descubriendo el planeta Tierra.
– No sé qué pasó, pero fue exactamente como si Even Juul se hubiese convertido en una persona distinta aquella noche -prosiguió Fauke-. Curioso. Pero lo más curioso fue que, al día siguiente, se comportó como si nada, como si hubiese olvidado la conversación de la noche anterior.
– Dices que no erais amigos íntimos, pero ¿tú también le hablaste acerca de tus experiencias en el frente oriental?
– Sí, por supuesto. Allá en el bosque no había mucho movimiento, y lo único que teníamos que hacer era trasladarnos y vigilar a los alemanes. De modo que, en la espera, nos contábamos más de una historia.
– ¿Le contaste muchas cosas de Daniel Gudeson?
Fauke miró a Harry largo rato.
– Así que te has dado cuenta de que Even Juul está obsesionado con Daniel Gudeson, ¿verdad?
– Por ahora no es más que una sospecha -admitió Harry.
– Pues sí, le hablé mucho de Daniel -confirmó Fauke-. Daniel Gudeson era algo así como una leyenda. No se encuentra a menudo un espíritu tan libre, fuerte y feliz como él. Y Even quedaba fascinado por sus historias, tenía que contárselas una y otra vez, en especial la del ruso que Daniel enterró.
– ¿Sabía que Daniel había estado en Sennheim durante la guerra?
– Naturalmente. Todos los detalles sobre Daniel que yo empecé a olvidar pasado un tiempo, los recordaba Even, y él me los recordaba a mí. Por una u otra razón, parecía identificarse plenamente con Daniel, aunque no puedo imaginarme a dos personas más distintas. En una ocasión en que Even estaba borracho, me propuso que empezase a llamarlo Urías, exactamente igual que Daniel. Y si quieres saber lo que pienso, no fue casualidad que se fijase en la joven Signe Alsaker durante el juicio.