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– Ajá.

– Cuando se enteró de que iba a celebrarse la causa de la prometida de Daniel Gudeson, se presentó en la sala de vistas y se quedó allí sentado todo el día, mirándola. Era como si hubiese acudido allí con la decisión de que fuese suya.

– ¿Sólo porque había sido la mujer de Daniel?

– ¿Estás seguro de que esto es importante? -preguntó Fauke mientras caminaba tan deprisa sendero arriba, hacia la colina, que Harry se vio obligado a apretar el paso a grandes zancadas para alcanzarlo.

– Bastante.

– De todos modos, no sé si debería decirte esto, pero mi opinión personal es que Even Juul amaba el mito de Daniel Gudeson más de lo que nunca amó a Signe Juul. Estoy seguro de que su admiración por Gudeson era una causa determinante de que no retomase los estudios de medicina después de la guerra y empezase, en cambio, a estudiar historia. Y, naturalmente, se especializó en la época de la Ocupación y en el tema de los voluntarios del frente.

Habían llegado a la cima y Harry se enjugaba el sudor en tanto que Fauke apenas si resoplaba.

– Una de las razones de que Even Juul obtuviese una posición importante como historiador con tanta rapidez fue que, como hombre de la Resistencia, él era un instrumento perfecto para la visión de la historia que, según las autoridades, mejor servía a la Noruega de después de la guerra; una visión que silenciaba la prolongada colaboración con los alemanes y que hacía hincapié en el insignificante movimiento de Resistencia. Por ejemplo, en la historia de Juul, se dedican cinco páginas al hundimiento del Blücher la noche del nueve de abril, mientras que se pasa por alto tranquilamente que se sopesó el procesamiento de cerca de cien mil noruegos en el juicio. Y funcionó: el mito de un pueblo unido contra el nazismo sigue hoy vivo a través de los años.

– ¿Y es ése el tema de tu libro, Fauke?

– Simplemente, intento dar a conocer la verdad. Even sabía que lo que él escribía eran, si no mentiras, sí una visión parcial de la verdad. En una ocasión, hablé con él del asunto. Se defendió aduciendo que, en el momento de la redacción de su libro, aquella postura servía a un fin: mantener unido a todo un pueblo. Lo único que no tuvo valor para abordar a la misma luz favorable y heroica fue la huida del rey. Él no fue el único combatiente de la Resistencia que se sintió traicionado en 1940, pero jamás conocí a ninguno tan parcial en sus condenas como Even, ni siquiera entre los voluntarios del frente. Piensa que, durante toda su vida, la gente a la que él amaba y en la que confiaba, lo había abandonado. Yo creo que odiaba a todos y cada uno de los que huyeron a Londres, que los odiaba con toda su alma. Profundamente.

Se sentaron en un banco para contemplar la iglesia de Fagerborg que se alzaba a sus pies, los tejados de Pilestredet que se alineaban en su descenso hacia la ciudad y el fiordo de Oslo, que relucía azul a lo lejos.

– Es hermoso -comentó Fauke-. Tanto que, en algún momento, puede parecer que merezca la pena morir por ello.

Harry intentaba componer la imagen y conseguir que todo encajase. Pero aún le faltaba un pequeño detalle.

– Even empezó a estudiar medicina en Alemania, antes de la guerra. ¿Sabes en qué ciudad?

– No -respondió Fauke.

– ¿Sabes si pensaba en alguna especialidad en concreto?

– Sí, me confesó que soñaba con seguir los pasos de su célebre padre adoptivo y del padre de éste.

– ¿Que eran…?

– ¿No conoces a los especialistas Juul? Eran cirujanos.

Capítulo 89

GRØNLANDSLEIRET

16 de Mayo de 2000

Bjarne Møller, Halvorsen y Harry caminaban juntos calle abajo, por Motzfeldtsgate. Estaban en la zona más abigarrada del barrio Lille Karachi y los aromas, la ropa y las personas que tenían a su alrededor hacían pensar en Noruega tan poco como los kebabs que estaban comiéndose recordaban a los perritos calientes de Gilde. Un chiquillo, ataviado con ropas festivas paquistaníes, pero con la banderola del Diecisiete de Mayo sobre la solapa dorada, se les acercó bailoteando desde la acera opuesta. Tenía una nariz extrañamente respingona y sostenía en su mano una bandera noruega. Harry había leído la noticia de que los musulmanes organizaban ese día la fiesta del Día Nacional para que se concentrasen en el Eid al día siguiente.

– ¡Hurra!

El pequeño les dedicó una blanquísima sonrisa al pasar ante ellos.

– Even Juul no es cualquiera -observó Møller-. Es, con toda probabilidad, nuestro más reconocido historiador de la guerra. Si todo eso es cierto, se armará un buen lío en la prensa. Por no hablar de si estamos equivocados. Si tú estás equivocado, Harry.

– Lo único que pido es que me permitan llamarlo a interrogatorio con un psicólogo. Y una orden de registro de su casa.

– Y lo único que pido yo es, como mínimo, una prueba de tipo técnico o un testigo -replicó Møller gesticulando-. Juul es un personaje conocido y nadie lo ha visto cerca del lugar de los hechos. En ningún momento. ¿Qué hay, por ejemplo, de la llamada telefónica que recibió la mujer de Brandhaug desde ese lugar del que dices que eres habitual?

– Le mostré la fotografía de Even Juul a la mujer que trabaja en el Schrøder -intervino Halvorsen.

– Se llama Maja -aclaró Harry.

– Dijo que no lo recordaba -terminó Halvorsen.

– Eso es precisamente lo que yo digo -rugió Møller al tiempo que se limpiaba la salsa de la boca.

– Claro, pero entonces les mostré la fotografía a un par de clientes que había allí sentados -indicó Halvorsen mirando de reojo a Harry-. Un viejo con un abrigo que me dijo que sí, que deberíamos detenerlo.

– Con abrigo -dijo Harry-. Ése es el Mohicano. Konrad Åsnes, marino de guerra. Un buen tipo, pero ha dejado de ser un testigo fiable, me temo. Bueno, Juul dijo que había estado en la cafetería de enfrente, la Kaffebrenneriet. Pero allí no hay ningún teléfono público. De modo que si quería hacer una llamada, lo normal sería que cruzase la calle y entrase en el Schrøder.

Møller hizo una mueca y lanzó una mirada suspicaz a su kebab. Había accedido, a duras penas, a probar el kebab que Harry había presentado como «encuentro de Turquía con Bosnia, de Bosnia con Paquistán, de Paquistán con Grønlandsleiret».

– ¿De verdad que tú crees en esas historias de personalidad dividida, Harry?

– A mí me parece tan increíble como a ti, jefe, pero Aune dice que es una posibilidad. Y está dispuesto a ayudarnos.

– Entonces, crees que Aune es capaz de hipnotizar a Juul e invocar a ese tal Daniel Gudeson que él lleva en su interior y conseguir una confesión.

– No es seguro que Even Juul sepa siquiera lo que Daniel Gudeson hizo, de modo que es imprescindible hablar con él -aseguró Harry-. Según Aune, las personas que sufren trastorno de personalidad múltiple son, por suerte, relativamente fáciles de hipnotizar, puesto que eso es lo que ellas hacen consigo mismas constantemente: autohipnosis.

– Estupendo -ironizó Møller alzando la vista al cielo-. Y ¿para qué quieres una orden de registro?

– Como tú has dicho, no tenemos ninguna prueba física, ningún testigo, y ya sabemos que ese tipo de dictámenes psicológicos no siempre se tienen en cuenta en el tribunal. Pero, si encontramos el rifle Märklin, lo habremos conseguido y no necesitaremos ninguna otra cosa.

– Mmm -Møller se detuvo sobre la acera-. El móvil.

Harry lo miró inquisitivo.

– La experiencia me dice que incluso las personas desquiciadas suelen tener un móvil, en medio de toda su locura. Y no veo el de Juul.

– No el de Juul, jefe -advirtió Harry-. El de Daniel Gudeson. El que Signe Juul se pasase, por así decirlo, al enemigo, puede haberle dado a Gudeson un motivo de venganza. Lo que había escrito en el espejo, «Dios es mi juez», puede indicar que ve los asesinatos como una cruzada de un solo hombre, que tiene una causa justa aunque otras personas lo recriminen.