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– ¿Qué hay de los otros asesinatos, de Bernt Brandhaug? ¿Y si tienes razón y se trata del mismo asesino, Hallgrim Dale?

– No tengo idea de cuál puede ser el móvil. Pero sabemos que a Brandhaug le dispararon con el Märklin y Dale conocía a Daniel Gudeson. Además, según el informe de la autopsia, Dale estaba seccionado con tanta perfección como si hubiese intervenido un cirujano. Y, en fin, Juul inició estudios de medicina y soñaba con convertirse en cirujano. Tal vez Dale tuvo que morir porque había descubierto que Juul se hacía pasar por Daniel Gudeson.

Halvorsen carraspeó ligeramente.

– ¿Qué pasa? -preguntó Harry desabrido.

Conocía a Halvorsen lo suficiente para saber que presentaría alguna objeción. Y seguramente, una objeción con fundamento.

– Según lo que nos has contado sobre el trastorno de personalidad múltiple, tuvo que ser Even Juul en el instante en que mató a Hallgrim Dale. Daniel Gudeson no era cirujano.

Harry se tragó el último bocado del kebab, se limpió con la servilleta y miró a su alrededor en busca de una papelera.

– Bien -dijo al fin-. Podría decir que pienso que deberíamos esperar y no hacer nada hasta no tener las respuestas a todas las preguntas. Y estoy convencido de que al fiscal le parecerá que las pruebas son algo inconsistentes. Pero ni nosotros ni él podemos ignorar que tenemos a un sospechoso que anda suelto y que puede volver a matar. A ti te asusta el escándalo mediático que saltará si señalamos a Even Juul, jefe, pero imagínate el escándalo que desencadenaría el que matase a más gente.

Y al final se sabría que sospechábamos de él pero no lo detuvimos…

– Vale, vale, eso ya lo sé -atajó Møller-. ¿O sea que tú crees que volverá a matar?

– Son muchos los aspectos de este caso sobre los que no estoy seguro -confesó Harry-. Pero si estoy convencido de algo es de que ese sujeto aún no ha terminado de ejecutar su plan.

– ¿Y por qué estás tan seguro?

Harry se palmeó el estómago con media sonrisa irónica.

– Un pajarito me lo dice desde aquí dentro, jefe. Que ésa es la razón de que se haya agenciado el mejor rifle y el más caro del mundo. Una de las razones por las que Daniel Gudeson se convirtió en una leyenda fue, precisamente, que era un tirador excelente. Y ahora tengo la sensación de que tiene pensado darle a esta cruzada su lógico final. Será la coronación de su obra, algo que hará inmortal la leyenda de Daniel Gudeson.

El calor estival desapareció por un instante cuando una última ráfaga de invierno recorrió Moztfeldtsgate levantando por los aires polvo y papeles. Møller cerró los ojos y se ajustó más el abrigo con un escalofrío. «Bergen -se dijo-. Bergen es la ciudad ideal.»

– Bien, veré lo que puedo conseguir -anunció al fin-. Estad preparados.

Capítulo 90

COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA

16 de Mayo de 2000

Harry y Halvorsen estaban preparados. Tanto que cuando sonó el teléfono de Harry, ambos dieron un salto. Harry cogió el auricular:

– Aquí Hole.

– No tienes que gritar -le advirtió Rakel-. Para eso, precisamente, se inventó el teléfono. ¿Qué decías el otro día sobre el Diecisiete de Mayo?

– ¿Cómo? -Harry necesitó varios segundos para caer en la cuenta-. Que yo tendría guardia, ¿es eso?

– No, lo otro -insistió Rakel-. Que removerías cielo y tierra.

– ¡Ah! ¿Te refieres a eso? -Harry sintió un agradable cosquilleo en el estómago-. ¿Queréis pasar el día conmigo si encuentro a alguien que me sustituya en la guardia?

Rakel sonrió.

– Qué encantador. Debo señalar que no eras mi primera opción, pero puesto que mi padre me dijo que este año quería pasar ese día solo, la respuesta es sí, pasaremos el día contigo.

– ¿Qué le parece a Oleg?

– Fue él quien lo propuso.

– ¿Ah, sí? Mira que es raro este Oleg.

Harry estaba feliz. Tanto que le costaba hablar con su voz de siempre. Y le importaba un comino que Halvorsen sonriese de buena gana sentado al otro lado del escritorio.

– ¿Tenemos una cita? -dijo la dulce voz de Rakel.

– Si consigo arreglarlo, claro que sí. Te llamaré luego.

– Vale, pero también puedes venir a cenar esta noche. Si tienes tiempo, vaya. Y ganas.

Sus palabras sonaron tan exageradamente indolentes que Harry sospechó que había estado practicándolas un rato antes de llamar. La risa bullía en su interior, sentía la cabeza ligera como si hubiese ingerido un narcótico y estaba a punto de decirle que sí cuando recordó algo que ella había dicho en Dinner: «Ya sé que no se quedará en una sola vez». Rakel no estaba invitándolo a cenar.

«Si tienes tiempo, vaya. Y ganas.»

Aquél era un buen momento para que le entrase el pánico.

Una luz intermitente en el teléfono vino a interrumpir sus pensamientos.

– Tengo una llamada por la otra línea y debo contestar, Rakel, ¿puedes esperar un poco?

– Por supuesto.

Harry pulsó la tecla almohadilla y enseguida oyó la voz de Møller:

– Ya tienes la orden de detención. La de registro está en camino. Tom Waaler espera con dos coches y cuatro hombres armados. Espero, por lo más sagrado, que el pajarito de tu estómago cante bien, Harry.

– A veces desentona en alguna que otra nota, pero nunca en un trino completo -aseguró Harry mientras le hacía señas a Halvorsen para que se pusiera la chaqueta-. Luego hablamos -dijo antes de colgar el auricular.

Bajaban en el ascensor cuando recordó que Rakel seguía esperando en la otra línea. No tuvo fuerzas para intentar entender lo que aquello podría significar.

Capítulo 91

CALLE IRISVEIEN, OSLO

16 de Mayo de 2000

El primer día de calor estival había empezado a refrescar cuando el coche de la policía entró a la hora de la cena en el silencioso barrio residencial. Harry se sentía mal. No sólo porque el chaleco antibalas lo hacía transpirar copiosamente, sino porque aquello estaba demasiado tranquilo. Avanzaban con la vista clavada en las cortinas que se divisaban tras los bien recortados setos, sin observar el menor movimiento. Tenía la sensación de hallarse en una película del Oeste, de estar cabalgando hacia una emboscada.

Harry se había negado en un primer momento a ponerse el chaleco antibalas, pero Tom Waaler, que era el responsable de la operación, le había dado un sencillo ultimátum: ponerse el chaleco o quedarse en casa. El argumento de que la bala de un rifle Märklin atravesaría el chaleco como el famoso cuchillo caliente atraviesa la mantequilla sólo consiguió que Waaler se encogiese de hombros tranquilamente.

Conducían dos coches de policía. El segundo, en el que iba Waaler, subió por la calle Sognsveien y entró en Ullevål Hageby, de modo que llegó a Irisveien desde el lado opuesto, es decir, desde el oeste. Oyó el carraspeo de la voz de Waaler a través del transmisor. Todo tranquilo y sin novedad. Les pidió que le dijesen cuál era su posición, revisó el plan y el plan de emergencia y ordenó a todos los agentes de servicio que repasaran sus cometidos.

– Si es un profesional, puede haber conectado una alarma a la verja, así que pasaremos por encima, no a través de ella.

Waaler era bueno, incluso Harry tenía que reconocerlo, y estaba claro que contaba con el respeto de los compañeros que iban con él en el coche.

Harry señaló la casa de madera pintada de rojo:

– Ahí es.

– Alfa -dijo por el transmisor la oficial que iba sentada en el asiento del acompañante-. No te vemos.

– Estamos justo a la vuelta de la esquina. Manteneos fuera del campo de visión de la casa hasta que nos veáis. Cierro -dijo Waaler.