Philippa asintió en silencio, sus mejillas se inundaron de lágrimas. El conde tenía razón, sin duda, pero ¡era una desgracia perderse la boda de Cecily y Tony!
– Cecily ya está al tanto de nuestra decisión, Philippa. No queríamos causarte más dolor, mi niña. Lo siento mucho. La decisión de mi hijo nos complicó la vida a todos. Bien sabes que tanto mi mujer como yo estábamos felices de que formaras parte de nuestra familia y fueras una hija más. Pero las cosas sucedieron de otra manera. De todas formas, le dije a tu madre que trataré por todos los medios de buscarte un nuevo candidato.
De pronto, Philippa se enojó.
– Creo, milord, que mi familia puede ocuparse perfectamente de encontrarme un candidato sin su ayuda -replicó con frialdad-. Ahora volveré al dormitorio para ayudar a Cecily a terminar de empacar. -Hizo una brusca reverencia, dio media vuelta y se alejó del conde de Renfrew.
Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Edward FitzHugh. Esa niña orgullosa habría sido un gran aporte para la familia. Hasta llegó a pensar que la joven era demasiado buena para el tonto de su hijo.
Philippa volvió llorando junto a Cecily. Se sentó en la cama al lado de su mejor amiga y le acarició el hombro.
– Tus padres tienen razón -comenzó a decir-. Pero odio a tu hermano, por su culpa me perderé tu boda. Aunque supongo que me escribirás contándome todo, ¿verdad, querida? Y esta vez ni Mary ni Susanna se sentirán celosas porque me prefieres a mí.
– Me siento mucho más cerca de ti que de mis hermanas -sollozó Cecily.
– Algún día vendrás a mi boda -declaró Philippa-. Mi madre está en plena búsqueda de un hombre incauto para encadenarlo a Friarsgate, es lo único que le importa en el mundo, mucho más que su pobre hija.
– ¿Irás a tu casa este verano?
– ¡Por Dios, no! Solo volví unas pocas semanas luego de mi primer año en la corte porque la reina insistió en que debía hacerlo. Nunca me aburrí tanto en mi vida. No, no regresaré a Friarsgate a menos que me lleven por la fuerza.
– Pero tu vida no va a ser muy divertida este verano, ya que debes ir a Woodstock para acompañar a la reina en lugar de unirte al resto de la corte -agregó Cecily.
– Lo sé -gruñó Philippa-. Nos marcharemos dentro de unos días. Tú te vas mañana, y yo me quedaré devastada por tu partida.
– Tony me prometió que volveremos a la corte para Navidad. Hasta ese momento nos quedaremos en sus tierras.
– ¿Irán inmediatamente después de la boda? -preguntó Philippa mientras doblaba varios pares de mangas y los depositaba con cuidado en el baúl de Cecily.
– No. Primero iremos a Everleigh, la casa más antigua de los FitzHugh. Nos quedaremos un mes para relajarnos y disfrutar de la belleza del lugar, y después iremos a Deanemere, nuestro futuro hogar. Everleigh está bastante lejos y es una residencia pequeña, ideal para nosotros dos, pero no podremos recibir invitados. La casa siempre se mantuvo en perfecto estado, aunque hace mucho tiempo que mi familia no vive ahí.
– ¡Te extrañaré mucho, Ceci!
– Y yo a ti.
– Ya nada será igual entre nosotras. Tú estarás casada y yo no.
– Pero siempre serás mi mejor amiga.
– Siempre.
CAPÍTULO 03
Cecily FitzHugh regresó a su casa; también la odiosa Millicent Langholme. Solo quedaban en la corte Elizabeth Blount y Philippa Meredith, que en dos días partirían con la reina al anodino, tranquilo y aburrido Woodstock, para pasar un verano tedioso. Enrique, por su parte, se dirigiría a Esher y Penhurst con los pocos cortesanos que habían permanecido en el palacio. Pensaban disfrutar de las vacaciones estivales cazando durante el día y comiendo y riendo durante la noche.
La reina planeaba recibir pocos invitados, practicar un poco de ejercicio físico y, sobre todo, rezar, de modo que las doncellas se vieran obligadas a costarse temprano. Oxfordshire era un lugar idílico, pero, sin la vivaz compañía de la corte, carecía de todo interés para Philippa. No obstante, la reina amaba su belleza bucólica y las cinco capillas donde podía orar; su preferida era la pequeña iglesia redonda. El panorama era deprimente, Philippa estaba al borde de la desesperación.
– ¿De dónde lo sacaste? -preguntó Philippa.
– Lo robé -respondió la pícara Bessie- Es un exquisito vino de Madeira que encontré en la recámara de María de Salinas. Desde que se casó el año pasado, nadie vio la botella sobre el estante. Sería una pena desperdiciar un vino semejante y, considerando el verano que nos espera, creo que nos hará falta. Ojalá pudiéramos partir con el rey. Woodstock es tristísimo sin su presencia.
Philippa bebió el contenido de la copa y pidió un poco más.
– Mmmh, esto sí que sienta bien. Siempre quise probar el vino de Madeira.
– Busquemos la compañía de algunos caballeros- sugirió Bessie-. Durante una larga temporada no podremos gozar de la compañía de hombres jóvenes.
– ¿Quiénes se quedaron?- Bessie rió.
– Confía en mí; sígueme y trae tu copa. Yo llevaré el vino.
– ¿Adónde vamos?-preguntó Philippa.
– Subiremos a la Torre Inclinada. Allí nadie podrá encontrarnos -aseguró con malicia-. No querrás que nos descubran jugando a los dados y bebiendo, ¿verdad?
– No -respondió Philippa. Mientras caminaban, la joven seguía bebiendo ese delicioso vino de Madeira.
Atravesaron un patio y siguieron a tres muchachos que iban en la misma dirección. Aunque en verano la luz del crepúsculo tardaba en extinguirse, los jóvenes llevaban unos faroles. La Torre Inclinada tenía cuatro pisos: ciento veinte escalones llevaban a la gloriosa cúspide. Comenzaron el ascenso, de vez en cuando debían detenerse a causa de la risa incontrolable que íes provocaba el vino. Desde la azotea de la torre, se veía un magnífico panorama del río y la campiña. Había varias veletas azules y oro, adornadas con el escudo del rey. Los hombres se sentaron en el piso y empezaron a jugar a los dados. De inmediato, las muchachas se sumaron al grupo. La jarra de vino pasaba de mano en mano.
– No tengo más dinero -se quejó Philippa al cabo de un rato. El azar no la había favorecido esa velada.
– Entonces, apostemos nuestros trajes -sugirió el travieso Henry Standish.
– Yo apuesto un zapato -dijo Philippa sacándoselo y arrojándolo al centro del área de juego. Rápidamente perdió sus zapatos, las medias y dos mangas-. Por favor, Bessie, desátame el corpiño. ¡Mi suerte cambiará pronto!
En pocos segundos, Philippa también lo había perdido. Comenzó a desabrocharse la falda, pero estaba tan ebria que sus dedos no le respondían.
Como Bessie solo estaba un poco mareada y era una joven con más experiencia, trató de impedir que su amiga siguiera desvistiéndose. Los tres jóvenes que las acompañaban también estaban medio desnudos y se desternillaban de risa. La única que parecía bendecida por la suerte era Elizabeth Blount, pues solo había perdido los zapatos.
Philippa comenzó a entonar una canción que había escuchado en los establos, los caballeros no tardaron en sumar sus voces:
El pastor abrazó a la lechera. En el heno la abrazó.
La besó en los arbustos, porque allí se acostaron.
Y luego copularon alegremente, pues era el mes de mayo,
Gritando ay, ay, ay, oh, oh, oh.
Alegres y felices, hacían chistes de borrachos y lanzaban ruidosas carcajadas. Hasta Bessie reía, sin importarle que el cabello se le alborotase.
– ¡Shh! No hagan tanto ruido. ¡Pueden descubrirnos!
– ¿Quién podría encontrarnos? Toda la gente divertida, salvo nosotros, ya se fue a su casa -se defendió Philippa.
– ¿Y tú qué haces todavía aquí, mi bella dama? -preguntó lord Robert Parker clavando sus ojos lascivos en los senos que se asomaban por la camisa entreabierta de Philippa.