Enrique contempló al grupo de doncellas que acompañaban a Catalina, y sus ojos se posaron en la sobrina de Montjoy, la deliciosa Elizabeth Blount. Era pequeña y curvilínea, de cabello rubio y ojos celestes. Junto con su hermana Mary, era la bailarina más graciosa de la corte, además cantaba como los ángeles. Tenía un gran ingenio, pero también era dócil frente a la autoridad, cualidad que, según Montjoy, podía convertirla en la mejor esposa del mundo. El rey entrecerró sus ojos azules. Si la joven era tan obediente como aseguraba Montjoy, sería una amante encantadora, feliz de rendirse ante la pasión de Su Majestad. Enrique Tudor sonrió. ¡Qué dulce verano tendrían por delante, si no los asolaba la peste o la fiebre! Luego continuó su paseo por los jardines y saludó con júbilo a todos los invitados.
Philippa volvió junto a la reina para entregarle sana y salva a la princesita.
– Hemos dado una magnifica caminata, Su Majestad. La princesa quiso pasear en bote, pero no me pareció seguro.
– ¡Muy bien hecho! -aprobó la reina.
– ¿Qué te ha dicho el rey en el parque? -preguntó con malicia Millicent-. Estuvieron conversando un rato largo, Philippa Meredith.
– El rey sólo quería estar con su hijita. Me preguntó por mi madre y también por el resto de mi familia en Cumbria. Ellos se conocen desde que eran niños. ¿Y por qué te interesa mi conversación con el rey, Millicent Langholme? ¿Acaso tu vida es tan aburrida que necesitas entrometerte en los asuntos ajenos? Supongo que pronto tendrás novedades, cuando sir Walter termine de decidirse si desea o no comprometerse formalmente contigo.
"Cómo me voy a divertir con tu arrogante caballero frente a tus propias narices, Millicent -pensó Philippa-. Y no podrás hacer nada más que enfurecerte".
La reina sonrió con disimulo, mientras la señorita Langholme permanecía muda de indignación.
– ¿Cómo está tu madre? -preguntó la monarca a Philippa. -Con buena salud, gracias. Su Majestad, ¿me permite el atrevimiento de preguntarle si sería posible asignarle un puesto en la corte a mi hermana Banon? Es una niña encantadora, pero si pasara un tiempo al servicio de Su Majestad, refinaría su carácter. Ella posee sus propias tierras en Otterly.
– Si Millicent Langholme se casa, entonces podré recibir con suma alegría a Banon en la corte -respondió Catalina-. Banon. ¡Qué nombre extraño!
– Significa "reina" en gales. Su nombre completo es Banon Mary Katherine Meredith, madame. Mi padre la llamó Banon -explicó Philippa.
– Por supuesto, para honrar sus raíces -dijo la reina mientras pensaba que Philippa se había convertido en una auténtica criatura de la corte, que se atrevía incluso a solicitar un cargo para su hermana.
La tarde comenzó a extinguirse. Algunas personas bailaban, mientras los músicos tocaban, unos caballeros en mangas de camisa practicaban tiro al blanco, parejas de enamorados navegaban por el río. Philippa observó a todos los invitados y, de pronto, vislumbró a sir Walter Lumley. Su presa se encontraba parada junto a un grupo de hombres que jugaban a los dados. Philippa se dirigió allí deprisa; por suerte, también se hallaba Bessie Blount.
Bessie le sonrió al ver que se aproximaba. Era una joven de buenos sentimientos, pero sus posibilidades de conseguir un buen partido eran aun más remotas que las de Philippa.
– ¡Ven a ver cómo está ganando Tony Deane! -gritó Bessie.
– ¿Sabe Cecily que eres aficionado a los dados? -bromeó Philippa a sir Anthony Deane, el prometido de su mejor amiga.
– Mientras me sonría la suerte, ¿te parece que mi amada podrá poner alguna objeción? -replicó el muchacho. Luego volvió a arrojar los dados y ganó una vez más, para alegría de todos los espectadores.
Philippa logró infiltrarse en el grupo contiguo y se paró junto a sir Walter.
– ¿Le gustan los dados, sir? -preguntó con una sonrisa provocativa.
– Sí, me complace jugar de vez en cuando -admitió; sus ojos se posaron en el espectacular escote de la doncella y se relamió.
– Yo nunca jugué a los dados -dijo Philippa fingiendo inocencia y atrayendo inmediatamente la atención de sir Walter y de otros caballeros-. ¿Es difícil?
– No mucho -respondió sir Walter con una amplia sonrisa mientras ella lo miraba con curiosidad-. Señorita Meredith, ¿le gustaría que le enseñara?
– ¿Lo haría? -respondió con dulzura-. ¿Y cuánto debo apostar? -Tomó la carterita que colgaba de su cintura y dijo-: Espero tener dinero suficiente.
Tanto Bessie Blount como Tony Deane miraban azorados a Philippa. Sabían perfectamente que ella no era la niña tonta que fingía ser en ese momento. Pero se quedaron callados. Sentían una enorme curiosidad por la conducta de su amiga.
– No, usted no debe tocar sus preciosas monedas -dijo muy galante sir Walter-. En lugar de dinero, sugiero que el premio sea un beso, señorita Meredith.
– Nunca nadie me ha besado. Sir, ¿una conducta tan indecorosa no pondría en peligro mi buen nombre y honor?
Sir Walter parecía confundido. Decirle a esa joven que su reputación permanecería intacta luego de rifar sus besos a los dados era una mentira atroz. Pero él se moría por besarla en ese preciso instante, y que esos apetitosos labios fueran vírgenes avivaba aún más su deseo. Además, quería juguetear con esos senos redondos que la joven exhibía de manera tan descarada.
– No soy partidario de abandonar cuando voy ganando -anunció finalmente Tony Deane-. Philippa, ¿por qué no observas cómo juegan los demás? Más tarde, cuando entiendas las reglas, puedes probar tú misma, aunque sugiero que apuestes dinero y no tu buen nombre.
– Es cierto. Estoy absolutamente de acuerdo -accedió sir Walter-. Yo le explicaré mientras Tony hace su jugada, señorita Meredith. -Deslizó el brazo alrededor de su fina cintura y notó complacido cómo ella se acercaba a él en lugar de apartarse.
– Muy bien. Le estoy eternamente agradecida por su atención. Usted es el caballero más gentil que he conocido.
Esto sería mucho más efectivo que el tiro al blanco.
– Por favor, querida, es un placer -replicó, embriagado por el delicioso perfume de la doncella.
Philippa notó la lujuria en su mirada. "Qué idiota -pensó-. Millicent lo llevará por la vida con mano firme y su matrimonio será un infierno. Aunque él se lo merece, como la mayoría de los hombres".
– Este juego no parece nada complicado-comentó la joven contemplándolo arrobada.
– Es cierto -acordó sir Walter. Ciertamente, no podía apartar la vista del tentador escote. Su futura esposa tenía senos tan pequeños como los de una niña, y no olía tan bien como esta mujercita. Pero era un buen partido y él lo sabía. La sangre de Millicent era más noble que la suya y, además, era hija única, de modo que cuando su padre muriera, era muy probable que sir Walter heredara el titulo de barón. Sí, ella era la esposa perfecta para él. En cambio, Philippa era una fruta madura que debía saborearse en el momento, antes de que fuera demasiado tarde. Sus brazos sujetaron con más fuerza la delicada cintura.