Выбрать главу

—Ven, te enseñaré la casa —dice sin soltarme de la mano—. Estamos solos, a excepción de Simona y Norbert, pero ya se van. Flyn está en la casa de mi madre. Mañana lo recogeremos.

Me gusta el tacto de su mano, y sentir su felicidad rompe poco a poco la coraza de frialdad que hay en mi corazón. Entramos en un maravilloso salón donde una gran y señorial chimenea encendida invita a calentarse frente a un sillón color chocolate. Me fijo en todo. Muebles oscuros y sobriedad. Es una casa de hombres. Ni una foto. Ni un detalle femenino. Nada.

Cogida de su mano, me enseña todas las estancias de la primera planta: dos preciosos baños, una increíble cocina de diseño, un lavadero. Camino a su lado sorprendida por todo lo que veo. Recorremos un pasillo, abre una puerta y salimos a un enorme e impoluto garaje.

¡Dios! ¡El sueño de mi padre!

Hay aparcados un Mitsubishi todoterreno azul oscuro, un Maybach Exelero gris claro, un Audi A6 negro y una moto BMW 1.100 gris oscura. Lo miro todo atónita, y cuando creo que ya no puedo asombrarme más, al regresar por el pasillo, abre otra puerta y ante mí aparece una espectacular y rectangular piscina que me deja totalmente boquiabierta.

Piscina interior. ¡Qué lujazo!

Eric sonríe. Parece divertido al ver mis gestos de sorpresa. Intento retenerlos, pero no lo consigo. ¡Soy así de exagerada!

Una vez que salimos de la estancia azulada donde está la piscina, seguimos por el pasillo y entramos en un despacho. Su despacho. Todo es de roble oscuro y hay una enorme librería con una escalerita móvil de esas que siempre veo en las películas. ¡Qué chulada!

Sobre la mesa descansa un portátil de veinte pulgadas y en una mesa auxiliar una impresora y varios aparatos informáticos más. A la derecha de la mesa, hay una chimenea encendida y, a la izquierda, una vitrina de cristal que contiene varias pistolas.

—Son tuyas, ¿verdad? —pregunto después de acercarme a la vitrina.

—Sí.

Observo las pistolas con repelús.

—Nunca me han gustado las armas. —Y antes de que diga nada, continúo—: ¿Sabes utilizarlas?

Como siempre, me mira..., me mira y, al final, dice:

—Un poco. Practico tiro olímpico.

Sin dejarme preguntar más me vuelve a tomar de la mano y salimos del despacho. Entramos en una segunda estancia, donde hay multitud de juguetes y un escritorio. Me indica que es la habitación de juegos y estudios de Flyn. Todo está pulcramente ordenado. No hay nada fuera de lugar, y eso me sorprende. Si mi sobrina o yo misma dispusiéramos de una habitación de juegos sería el caos personificado.

No expreso nada de lo que pienso, y salimos de la habitación para entrar en otra. Ésta se encuentra parcialmente vacía, a excepción de una cinta para correr y cajas, muchas cajas.

—Esta estancia es para ti. Para tus cosas —dice de pronto.

—¿Para mí?

Eric asiente y prosigue:

—Aquí podrás tener tu propio espacio personal, algo que sé que quieres y te gusta. —Voy a decir algo cuando añade—: Como has visto, Flyn tiene su espacio y yo tengo el mío. Es justo que tú también tengas el tuyo para lo que quieras.

Ante lo que dice, no sé qué responder. Estoy tan bloqueada que prefiero callarme a soltar algo de lo que sé que luego me arrepentiré. Eric se acerca más a mí, me da un beso en la frente y murmura:

—Ven. Continuaré enseñándote la casa.

Ensimismada por toda la amplitud y el lujo que hay aquí, subo por la impresionante escalera doble del vestíbulo. Eric me indica que en esa planta hay siete habitaciones, cada una con baño incluido.

La habitación de Eric es impresionante. ¡Enorme! Es en tonos azules y en el centro tiene una cama gigante, lo que hace que mi corazón se dispare tanto como mi tensión. El baño es otra maravilla: jacuzzi, ducha de hidromasaje. Todo lujo.

Al regresar a la habitación me fijo en la lámpara que hay en una de las mesillas y sonrío. Es la lamparita que compramos en El Rastro, con mis labios marcados. No pega en este dormitorio ¡ni con cola! Demasiado informal. Sin mirarlo, sé que Eric me está observando y eso me altera. Con disimulo miro hacia otro lado de la habitación y veo mi equipaje. Eso me pone más cardíaca, pero, como puedo, disimulo.

Salimos de la habitación de Eric y entramos en la de Flyn. Aviones y coches perfectamente colocados. ¿Tan ordenado es este niño? Esto me vuelve a sorprender. La estancia es bonita pero impersonal. No parece que un crío viva aquí.

Una vez que salimos me enseña las cinco habitaciones restantes. Son grandes y bonitas pero sin vida. Se nota que nadie las usa. Vistas las habitaciones, me coge de nuevo de la mano y tira de mí escaleras abajo. Entramos en la increíble cocina en color acero y madera con una isla central. Abre una nevera americana, saca una coca-cola fresquita para mí y una cerveza para él.

—Espero que la casa te guste.

—Es preciosa, Eric.

Sonríe y da un trago a su cerveza.

—Es tan grande que... ¡Uf! —digo, mirando alrededor y tocándome la frente—. Vaya pedazo de casa que tienes. Si la ve mi padre alucina en colores. Pero..., pero si mi casa es más pequeña que uno de los cuartos de baño de esta planta. —Eric sonríe, y pregunto—: ¿Cómo no me lo habías dicho nunca?

Se encoge de hombros, echando un vistazo a lo que nos rodea.

—No sé. Nunca me has preguntado por mi casa.

Sonrío. Parezco tonta, pero soy incapaz de dejar de sonreír. Eric me gusta. La casa me gusta. Estar con él aquí me gusta. Todo..., absolutamente todo lo que tenga que ver con él ¡me gusta! Y antes de que me pueda retirar, siento sus manos en mi cintura y me sube a la encimera. Se mete entre mis piernas y pregunta en tono dulzón cerca de mi boca:

—¿Me has levantado el castigo ya?

Esa pregunta y su rápida cercanía me pillan tan de sorpresa que vuelvo a no saber qué decir. Por un lado, tengo que ser la tía dura que sé que soy y hacerle pagar los malos días que me ha hecho pasar, pero por otro lo necesito tanto que soy capaz de perdonarle absolutamente todo para el resto de su vida y gritarle que me folle aquí mismo.

Durante lo que parece una eternidad nos miramos.

Nos calentamos.

Nos besamos con la mirada.

Y como es normal en mí comienzo a desvariar. ¿Lo perdono? ¿No lo perdono?

Pero harto de la espera posa su tentadora boca sobre la mía. Siento sus labios arder encima de los míos cuando dice:

—Bésame...

No me muevo.

No lo beso.

Estoy tan paralizada por el deseo que apenas si puedo respirar.

—Bésame, pequeña —insiste.

Al ver que no hago nada, posa sus manos en mi cabeza y hace eso que me vuelve loca: me repasa con su lengua el labio superior y después el inferior, terminando el momento con un mordisquito delicioso. Su respiración se acelera. La mía parece una locomotora, y entonces me besa. No espera más. Me posee con su boca de tal manera que ya estoy dispuesta a absolutamente todo lo que él me pida.

Mientras me besa, siento cómo una de sus manos baja de mi cabeza a mi cuello y luego llega a mi espalda. Sus dedos se hunden en mi carne y me arrastra hacia él hasta sentir sobre mi vagina su dulce, tentadora y exquisita erección.

¡Oh, Dios! Menos mal que llevo vaqueros; si no fuera así, Eric ya me habría arrancado las bragas, o mejor dicho, ya me las habría arrancado yo misma. Inconscientemente, cierro los ojos y echo para atrás la cabeza. Él, al ver mi disfrute y el cambio de mi respiración, primero me muerde la barbilla y, bajando su húmeda lengua por mi garganta, murmura:

—Vamos a la habitación, cariño. Necesito desnudarte y poseerte como llevo días deseando hacer. Quiero abrir tus piernas para mí y, tras saborearte, hundirme en ti una y otra vez hasta que tus gemidos calmen el ansia viva que siento por ti.

Escuchar eso me marea. «¡Ansia viva!»

Instantáneamente, me siento borracha de él y, como siempre, quiero más. Pero no, no debo. Lucho con determinación contra mi deseo y mi excitación, y con las fuerzas que aún tengo a mi favor me echo para atrás, me separo de él y dejo escapar, a sabiendas de lo que pasará:

—No..., no estás perdonado.