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Una vez que Eric aparca el coche en el interior de un bonito garaje, me mira y sonríe. Me va conociendo y sabe que cuando estoy tan callada es porque estoy tensa. Cuando voy a soltar una de mis tonterías para relajar el ambiente, se abre una puerta de la casa, y Sonia aparece ante nosotros.

—¡Qué alegría!, ¡qué alegría de teneros a los dos aquí! —dice, feliz.

Sonrío; no puedo hacer otra cosa. Y cuando Sonia me da un abrazo y yo le correspondo, ella susurra en mi oído:

—Bienvenida a Alemania y a mi casa, cariño. Aquí te vamos a querer muchísimo.

—Gracias —balbuceo como puedo.

Eric se acerca y le da un beso a su madre; después, me toma con seguridad de la mano y juntos entramos en el interior de la casa, donde el ambiente agradable rápidamente me hace entrar en calor. Sin embargo, el ruido es atroz. Suena una música repetitiva.

—Flyn está en el salón jugando con uno de sus infernales juegos —nos explica Sonia. Y, mirando a su hijo, añade—: Me tiene la cabeza loca. No sabe jugar sin esa dichosa musiquita. —Eric sonríe, y ella prosigue—: Por cierto, tu hermana Marta acaba de llamar por teléfono. Ha dicho que la esperemos para comer. Quiere saludar a Jud.

—Estupendo —asiente Eric mientras yo estoy a punto de volverme loca por la estridente música que sale del salón.

Durante unos minutos, Eric y su madre hablan sobre la mujer que cuidaba de Flyn. Ambos están decepcionados con ella, y los oigo decir que piensan contratar a alguien para que los ayude con el crío. Mientras hablan, me sorprende ver que lo hacen sin que el ruido infernal de fondo les sea un problema. Es más, da la sensación de que están acostumbrados a ello. Una vez que terminan, una joven se acerca a nosotros y le dice algo a Sonia. Ésta, disculpándose, se marcha con ella. De repente, Eric me de la mano.

—¿Preparada para conocer a Flyn?

Digo que sí con un gesto. Los niños siempre me han gustado.

Juntos caminamos hacia el salón. Eric abre la enorme puerta corredera blanca y los decibelios de la música suben irremediablemente. ¿Está sordo Flyn? Observo la estancia. Es grande y espaciosa. Llena de luz, fotografías y flores. Pero el ruido es insoportable.

Miro al frente y veo una enorme televisión de plasma y a unos guerreros luchando sin piedad. Reconozco el juego, Mortal Kombat: Armageddon. Es el juego que tanto le gusta a mi amigo Nacho y al que nos hemos tirado horas y horas jugando. Menudo vicio pillas con él.

En la pantalla los luchadores saltan y pelean, y observo que en el bonito sofá color frambuesa que hay frente a la tele se mueve una gorra roja. ¿Será Flyn?

Eric arruga el entrecejo. La música no puede estar más alta. Me suelta de la mano, camina hacia el sofá y, sin decir nada, se agacha, coge un mando y baja el volumen.

—¡Tío Eric! —grita una vocecita.

Y de pronto un muchacho menudo da un salto y se abraza a mi Iceman particular. Eric sonríe y, mientras lo abraza a su vez, cierra los ojos.

¡Oh, Dios, qué momento tan bonito!

Se me erizan los pelos de todo el cuerpo al percibir el amor que mi alemán siente por su sobrino. Durante unos segundos, los observo a los dos mientras comparten confidencias y oigo al niño reír.

Antes de presentármelo, Eric le presta toda su atención mientras que el chiquillo, emocionado por su presencia, le cuenta algo del juego. Tras unos minutos en los que el pequeño aún no se ha dado cuenta de que yo estoy allí, Eric lo deja sobre el sofá y dice:

—Flyn, quiero presentarte a la señorita Judith.

Desde mi posición percibo cómo la espalda del niño se tensa. Ese gesto de incomodidad es tan de mi Iceman que no me extraña que lo haga también. Pero, sin demora, camino hacia el sillón y, aunque el pequeño no me mira, lo saludo en alemán.

—¡Hola, Flyn!

De pronto, vuelve su carita, clava sus oscuros y rasgados ojos en mí, y responde mientras Eric le quita la gorra para dejar al descubierto su cabecita morena:

—¡Hola, señorita Judith!

¡Halaaaaaaa, qué fuerte!

¿Chino?

¿Flyn es chino?

Sorprendida por los rasgos orientales del pequeño cuando yo esperaba el típico niño de ojos azules y blanquecino, intento reponerme del choque inicial y, con la mejor de mis sonrisas, afirmo ante el gesto divertido de Eric:

—Flyn, puedes llamarme sólo Jud o Judith, ¿de acuerdo?

Sus ojos oscuros me escanean en profundidad y asiente. Su mirada desconfiada es tan penetrante como la de su tío, y eso me pone la carne de gallina ¡Vaya dos! Pero antes de que pueda decir nada más, entra en el salón la madre de Eric, Sonia.

—¡Oh, Dios!, qué maravilla poder hablar sin dar gritos. ¡Me voy a quedar sorda! Flyn, cariño mío, ¿no puedes jugar con el volumen más bajo?

—No, Sonia —responde el pequeño aún con la vista clavada en mí.

¿Sonia?

Qué impersonal. ¿Por qué no la llamará abuela o yaya?

Durante unos instantes, observo que la mujer habla con el niño, hasta que le suena el móvil. El pequeño se sienta de nuevo en el sillón cuando Sonia contesta.

—¿Jugamos una partida, tío? —pregunta.

Eric mira a su madre, pero ésta sale de la habitación a toda prisa. Finalmente, toma asiento junto a su sobrino. Antes de que comiencen a jugar, me entremeto.

—¿Puedo jugar yo?

—Las chicas no sabéis jugar a esto —contesta el pequeño Flyn sin mirarme.

Mi cara es un poema y al desviar la vista hacia Eric intuyo que disimula una sonrisa.

¿Qué ha dicho ese enano?

Si algo he odiado durante toda mi vida es que los sexos condicionen para poder hacer las cosas. Sorprendida por ello, me quedo observando al mocoso, que sigue sin mirarme.

—¿Y por qué crees que las chicas no sabemos jugar a esto?

—Porque éste es un juego de hombres, no de mujeres —replica el infame mientras vuelve a clavar sus achinados y oscuros ojos en mí.

—En eso te equivocas, Flyn —respondo con tranquilidad.

—No, no me equivoco —insiste el pequeño—. Las chicas sois unas torpes para los juegos de guerra. A vosotras os gustan más los juegos de príncipes y moda.

—¿En serio crees eso?

—Sí.

—Y si yo te demostrara que las chicas también jugamos a Mortal Kombat.

El pequeño cabecea. Piensa su respuesta y finalmente asevera:

—Yo no juego con chicas.

Con los ojos como platos, miro a Eric en busca de ayuda y le pregunto en españoclass="underline"

—Pero ¿qué clase de educación machista le estás dando a este enano gruñón? —Y antes de que responda, añado con una falsa sonrisa en mis labios—: Oye, mira, porque es tu sobrino, pero esto me lo dice otro y le suelto cuatro frescas, por muy niño que sea.

Eric sonríe como un tonto y responde mientras le revuelve el flequillo:

—No te asustes, pequeña. Lo hace para impresionarte. Y por cierto, Flyn sabe hablar perfectamente en español.

Me quedo boquiabierta y antes de que pueda decir algo el pequeño se me adelanta:

—No soy un enano gruñón y si no juego contigo es porque quiero jugar sólo con mi tío.

—Flyn... —le reprende Eric.

Convencida de que el comienzo con el niño no ha sido todo lo bueno que me hubiera gustado, sonrío y murmuro:

—Retiro lo de «enano gruñón». Y tranquilo, no jugaré si tú no quieres.

Sin más, deja de mirarme y pulsa el play. La música atroz suena de nuevo; Eric me guiña un ojo y se pone a jugar con él.

Durante veinte minutos observo cómo juegan. Ambos son muy buenos, pero me percato de que yo sé movimientos que ellos desconocen y que no estoy dispuesta a desvelar.

Cansada de mirar la pantalla y de que esos dos machitos en potencia pasen de mí, me levanto y comienzo a andar por el enorme salón. Voy hasta una gran chimenea y me fijo en las fotos que hay expuestas.

En ellas se ve a Eric junto a dos chicas. Una es Marta y supongo que la otra era Hannah, la madre de Flyn. Se les ve sonreír y me doy cuenta de lo mucho que se parecían Eric y Hannah: pelo claro, ojos celestes e idéntica sonrisa. Inconscientemente sonrío.