Выбрать главу

Hay más fotos. Sonia con sus hijos. Flyn de bebé en brazos de su madre vestido de calabaza. Marta y Eric abrazados. Me sorprende ver una foto de Eric, mucho más joven y con el pelo largo. ¡Guau, qué sexy mi Iceman!

—¡Hola, Judith!

Al oír mi nombre me vuelvo y me encuentro con la encantadora sonrisa de Marta. Con el ruido existente no la he oído llegar. Nos abrazamos y dice, tomándome de la mano:

—Ya veo que esos dos guerreros te han abandonado por el juego.

Ambas los miramos y respondo con mofa:

—Según alguien, las chicas no sabemos jugar.

Marta sonríe, suspira y se acerca a mí.

—Mi sobrino es un pequeño monstruo en potencia. Seguro que él te ha dicho eso, ¿verdad? —Asiento, y ella vuelve a suspirar. Finalmente, añade—: Vayamos a la cocina a tomar algo.

Salir del salón es para mí, y en especial para mis oídos, un descanso.

Cuando llegamos a la cocina veo a una mujer cocinando y nos saluda. Marta me la presenta como Cristel, y cuando ésta regresa a sus quehaceres, pregunta:

—¿Qué te apetece tomar?

—Coca-cola.

Marta abre la nevera y coge dos cocas. Después me hace un movimiento con la cabeza y la sigo hasta un bonito comedor que hay junto a la cocina. Nos sentamos a la mesa y a través de la cristalera observo que Sonia, abrigada, está fuera de la casa hablando por teléfono. Al vernos sonríe, y Marta murmura:

—Mamá y sus novios.

Eso me sorprende. Pero ¿Sonia no está casada con el padre de Marta?

Y cuando mi curiosidad está a punto de explotar, Marta da un trago a su coca-cola y me aclara:

—Mi padre y ella se divorciaron cuando yo tenía ocho años. Y aunque adoro a mi padre, soy consciente de que es un hombre muy aburrido. Mamá está tan llena de vitalidad que necesita otro tipo de vida loca. —Asiento como una boba, y ella, divertida, cuchichea—: Mírala, es como una quinceañera cuando habla con alguno de sus novietes por teléfono.

Me fijo en Sonia y soy consciente de que lo que dice Marta es cierto. En este momento, Sonia cierra su móvil y da un saltito de emoción. Luego, abre la cristalera y, al entrar y ver que estamos solas, nos comunica mientras se quita el abrigo:

—Chicas..., me acaban de invitar a Suiza. He dicho que sí y me voy mañana.

Su efusividad me hace sonreír.

—¿Con quién, mamá? —pregunta Marta.

Sonia se sienta junto a nosotras y en plan confidente murmura, emocionada:

—Con el guapísimo Trevor Gerver.

—¡¿Trevor Gerver?! —gesticula Marta, y Sonia asiente.

—¡Ajá, mi niña!

—¡Vaya, mamá! Trevor es todo un bombonazo.

Ahuecándose el pelo, Sonia nos explica:

—Hija, ya te dije yo que ese hombre me mira las piernas más de la cuenta cuando hacemos el curso. Es más, el día en que salté con él en paracaídas, noté que...

—¿Saltaste en paracaídas? —pregunto con la boca abierta.

Madre e hija me ordenan callar con gestos y, finalmente, Marta me avisa:

—De esto ni una palabra a mi hermano o nos la monta, ¿vale?

Asombrada, hago un gesto de asentimiento con la cabeza. Ese deporte de riesgo a Eric no le tiene que hacer ninguna gracia.

—Si se entera mi hijo de que ambas hacemos ese curso no habrá quien lo aguante —me informa Sonia—. Es muy estricto con la seguridad desde que ocurrió el fatal accidente de mi preciosa Hannah.

—Lo sé..., lo sé... Yo hago motocross y el día en que me vio hacerlo casi...

—¿Haces motocross? —pregunta Marta, sorprendida.

Asiento, y Marta aplaude.

—¡Uisss...! —interviene Sonia—, pero si eso lo hacía también mi hija con Jurgen, su primo. ¿Y mi hijo no ha montado en cólera al saberlo?

—Sí —respondo, sonriendo—, pero ya le ha quedado claro que el motocross es parte de mí y no puede hacer nada.

Marta y su madre sonríen.

—En el garaje tengo todavía la moto de Hannah —apunta Sonia—. Cuando quieras te la llevas. Al menos tú la utilizarás.

—¡Mamá! —protesta Marta—, ¿quieres enfadar a Eric?

Sonia suspira, después mueve la cabeza y, mirando a su hija, contesta:

—A Eric se le enfada sólo con mirarlo, cariño.

—También tienes razón —se mofa Marta.

—Y aunque se empeñe en querer que vivamos en una burbujita de cristal para que nada nos pase —prosigue Sonia—, debe entender que la vida es para disfrutarla y que no por ir en moto o tirarte en paracaídas te tiene que pasar algo horrible. Si Hannah viviera, sería lo que le diría. Por lo tanto, cariño —insiste, mirándome—, si tú quieres la moto, tuya es.

—Gracias. Lo tendré en cuenta —sonrío, encantada.

Al final, las tres nos reímos. Está claro que Eric con nosotras a su lado nunca tendrá tranquilidad.

Entre risas y confidencias me entero de que el mencionado Trevor es el dueño de la escuela de paracaidismo que está a las afueras de Múnich. Eso llama poderosamente mi atención. Me encantaría hacer un curso de caída libre. Pero de pronto, mientras las escucho hablar sobre aquel viaje a Suiza, me doy cuenta de que en dos días ¡es Nochevieja! E incapaz de callar, pregunto:

—¿Regresarás para Nochevieja?

Ambas me miran, y Sonia responde:

—No, cielo. La pasaré en Suiza con Trevor.

—¿Eric y Flyn la pasarán solos? —inquiero, pestañeando boquiabierta.

Las dos asienten.

—Sí —me aclara Marta—. Yo tengo planes y mamá también.

Mi cara debe de ser un poema porque Sonia se ve obligada a decir:

—Desde que murió mi hija Hannah, esa noche dejó de ser especial para todos, sobre todo para mí. Eric lo entiende y es él quien se queda con Flyn. —Y cambiando rápidamente de tema, cuchichea—: ¡Oh, Marta, ¿qué me llevo a Suiza?!

Durante un rato las sigo escuchando mientras pienso que mi padre nunca en la vida, ni por el más remoto pensamiento, nos dejaría solas a mi hermana o a mí con mi sobrina en una noche tan especial. Una gracia de Marta, de pronto, me hace sonreír, y nuestra conversación se corta cuando aparece Eric con el pequeño de la mano.

Él, que no es tonto, nos mira a las tres. Está claro que hablábamos de algo que no queremos que sepa, y Marta, para disimular, se levanta a saludarlo justo en el momento en que Sonia me mira y murmura:

—Ni una palabra de lo aquí hablado a mi siempre enfadado hijo. Guárdanos el secreto, ¿vale, cielo?

Contesto con una señal afirmativa casi imperceptible mientras observo que Eric sonríe ante algo que Flyn le acaba de decir.

Veinte minutos después, los cinco, reunidos alrededor de la mesa del comedor, degustamos una rica comida alemana. Todo está buenísimo.

A las tres y media, estamos todos sentados en el salón charlando cuando veo que Eric mira el reloj, se levanta, se acerca y, agachándose a mi lado, dice clavando sus impresionantes ojos azules en mí:

—Cariño, tengo que estar dentro de una hora en el polideportivo de Oberföhring. No sé si el baloncesto te gusta, pero me alegraría que te vinieras conmigo y vieras el partido.

Su voz, su cercanía y la forma de decir «cariño» hacen levantar el vuelo a las miles de maripositas que habitan en mi interior. Deseo besarlo. Deseo que me bese. Pero no es el mejor lugar para desatar toda la pasión contenida. Eric, sin necesidad de que yo hable, sabe lo que pienso. Lo intuye. Al final, asiento, encantada, y él sonríe.

—Yo también quiero ir —oigo que dice Flyn.

Eric deja de mirarme. Nuestro momento se ha roto, y presta atención al pequeño.

—Por supuesto. Ponte el abrigo.

10

Quince minutos después, los tres en el Mitsubishi de Eric nos dirigimos hacia el polideportivo de Oberföhring. Cuando llegamos y Eric para el motor del coche, Flyn sale escopetado y desaparece. Yo miro inquieta a Eric, pero éste dice, cogiendo su bolsa de deporte: