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—No te preocupes. Flyn conoce el polideportivo muy bien.

Un poco más tranquila, le pregunto mientras caminamos:

—¿Te has dado cuenta de cómo me mira tu sobrino?

—¿Recuerdas cómo me miraba al principio tu sobrina? —responde Eric. Eso me hace sonreír, y él añade—: Flyn es un niño. Sólo tienes que ganártelo como yo me gané a Luz.

—Vale..., tienes razón. Pero no sé por qué me da que tu sobrino es como su tío, ¡un hueso duro de roer!

Eric suelta una carcajada. Se para, me mira y, acercándose a mí, se agacha para estar a mi altura y murmura:

—Si no estuviera castigado, en este mismo instante te besaría. Pondría mi boca sobre la tuya y te devoraría los labios con auténtico deleite. Después te metería en el coche, te arrancaría la ropa y te haría el amor con verdadera devoción. Pero, para mi desgracia, me tienes castigado y sin ninguna probabilidad de hacer nada de lo que deseo.

Mi corazón late desbocado. Tun-tun... Tun-tun...

¡Diosssssssssssss, cómo me ha puesto lo que acaba de decir!, y cuando estoy dispuesta a besarlo, de pronto oigo:

—¡Judith! ¡Eric!

Miro a mi derecha y veo aparecer a Frida y Andrés con el pequeño Glen. Ni que decir tiene que nos fundimos en unos efusivos abrazos.

—¿Tú también juegas al baloncesto? —pregunto mirando a Andrés.

El divertido médico me guiña el ojo.

—Soy lo mejor que tiene este equipo —cuchichea, y todos sonreímos.

Cuando llegamos a los vestuarios, Frida y Andrés se besan.

¡Qué monos!

Eric me mira con deseo, pero no se acerca a mí.

—Ve con Frida, cielo. Te veo después del partido —indica antes de desaparecer tras la puerta.

¡Dios mío, quiero que me beseeeeeeeeeeeeeeeeeeee! Pero no. No lo hace.

Cuando la puerta se cierra, mi cara de tonta debe de ser tal que Frida pregunta:

—¿No me digas que aún lo tienes castigado?

Como una boba, asiento, y mi amiga suelta una risotada.

—Anda..., vayamos a las gradas a animar a nuestros chicos. Por cierto, me encantan tus botas. ¡Son preciosas y sexies!

Sumida en mis pensamientos, sigo a Frida. Llegamos hasta una puerta y al abrirla ante mí aparece una bonita pista de baloncesto. Ahí está Flyn, sentado en unas gradas amarillas jugando con su PSP. Al vernos llegar se levanta y sin saludarnos va directo hacia Glen. El pequeño le gusta. Nos sentamos, y Flyn le pide a Frida que le deje al niño. Ella lo hace y durante unos minutos observo cómo pone caritas para que el pequeño Glen sonría.

La pista se va llenando de gente y de pronto Flyn le entrega el niño a su madre y se va y se sienta varias gradas más abajo que nosotras.

—¿Qué tal con Flyn? —inquiere Frida, mirándome.

Antes de responder, me encojo de hombros.

—Sinceramente, creo que no le he caído bien. No ha querido jugar conmigo y apenas me habla. ¿Es siempre así, o sólo es conmigo?

Frida se ríe.

—Es un buen niño, pero no es muy comunicativo. Fíjate que yo lo conozco de toda la vida y con él no habré cruzado más de diez palabras. Es un loco de las maquinitas y los juegos. Eso sí, cuando ve a Glen es todo sonrisas. —De pronto, se calla un instante y luego murmura—: ¡Uf, qué peste! Voy un momento al baño a cambiarle el pañal a esta pequeña mofetilla o moriremos todos con este olor.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, Judith. Quédate aquí. No tardaré.

Cuando se marcha, observo que Flyn se percata de que me quedo sola. Le sonrío invitándolo a sentarse conmigo, pero él se resiste. No se mueve y me doy por vencida. Cinco minutos después entra un grupo de mujeres de mi edad, todas monísimas y perfumadas a más no poder. Se sientan justo delante de mí. Parecen muy animadas mientras hablan sobre una peluquería, hasta que los jugadores salen a calentar y me quedo boquiabierta al reconocer al que va hablando con Eric y Andrés. ¡Es Björn!

Me entran los calores de la muerte. En la pista, a pocos metros de mí, está el hombre al que adoro con toda mi alma, junto a otros dos con los que me ha compartido en la cama. ¡Uf, qué calor y qué bochorno! Disimulo y me doy aire con la mano mientras no sé dónde mirar.

Cuando consigo que mi corazón deje de latir a dos mil por hora, miro a la pista y me vuelvo a poner roja como un tomate cuando veo que los tres hombres me miran y me saludan. Con timidez, levanto la mano y les respondo. Las mujeres que hay delante de mí creen que es a ellas a quienes se dirigen y cuchichean como gallinas mientras saludan entusiasmadas.

Soy consciente de que no puedo apartar mi mirada de mi Iceman particular. Es tan sexy... Él me mira, bota el balón, me guiña el ojo, y yo sonrío como una boba. ¡Dios...!, está tan estupendo de amarillo y blanco que estoy por gritarle «¡Guapo, guapo y guapo!» desde mi posición.

Flyn se acerca hasta su tío, y éste, contento, le tira el balón. El niño ríe, y Björn lo coge entre sus brazos y le da una voltereta. Durante unos segundos, el pequeño es el centro de los juegos de los hombres y está feliz. Le cambia el gesto y, por primera vez, le veo sonreír como un niño de su edad.

Cuando Flyn se retira y se sienta en el banquillo, observo orgullosa cómo Eric se mueve por la pista. Nunca lo había imaginado en el papel de deportista, y sólo puedo pensar que ¡me encanta! Durante unos minutos disfruto de lo que veo mientras de forma involuntaria oigo decir a una de las mujeres que está sentada delante de mí:

—Vaya, vaya... Hoy juega el hombre al que deseo en mi cama.

—Y yo en la mía —salta otra.

Todas se ríen, y yo con disimulo también. Este tipo de comentarios entre mujeres de colegueo es de lo más normal. Todo es divertido y disfruto del momento, hasta que otra exclama:

—¡Oh, Dios! Eric cada día está mejor. ¿Habéis visto sus piernas? —De nuevo, todas ríen, y la rubia idiota, porque no tiene otro nombre, añade—: Aún tengo el recuerdo de la noche que pasé con él. Fue colosal.

La sangre se me espesa.

Toc... Toc... Los celos llaman a mi puerta.

Pensar que Eric ha compartido noche y sexo con ésa no me hace ninguna gracia y, sobre todo, me pregunto si el encuentro ha tenido lugar hace poco.

—Lora, pero si eso fue hace más de un año. ¿Cómo lo puedes recordar todavía?

¡Uf!, estoy por aplaudir cuando escucho eso.

Eric tuvo algo con ésa antes de conocerme a mí. Eso no se lo puedo reprochar. Yo también tuve mis cosas con otros hombres antes de estar con él.

—Gina, sólo te diré que Eric es un hombre que deja huella —responde la tal Lora, y todas sonríen, yo incluida.

Durante un rato oigo cómo las mujeres dejan al descubierto lo que piensan de todos y cada uno de los hombres que están en la pista calentando. Para todos tienen palabras estupendas, incluso para el marido de Gina. Cuando la tal Lora menciona a Andrés y después a Björn me percato de que le da igual uno que otro. Su manera de hablar de ellos me permite deducir lo que busca: sexo.

—Lora —ríe Gina—, si quieres repetir con Eric, sólo tienes que ganarte al chinito. Todas sabemos que ese monstruito es su debilidad.

La tal Lora arruga la nariz al mirar a Flyn. Se retira su melenaza rubia y estirándose murmura:

—Para lo que yo quiero a Eric, no necesito ganarme a nadie que no sea él.

Mi indignación está por todo lo alto. Están hablando de mi chico y yo estoy aquí, escuchando lo que dicen. De repente, aparece Frida con el pequeño Glen y se sienta a mi lado.

—¡Hola, chicas! —saluda.

Las cuatro mujeres miran hacia atrás y sonríen. Entre ellas se besuquean, hasta que Frida decide incluirme en el grupo.

—Chicas, os presento a Judith, la novia de Eric.

La cara de las mujeres, en especial de la rubia de la melenaza, es todo un poema.

¡Vaya sorpresa se ha llevado!

Frida ha dicho que soy su novia, algo que le he prohibido a Eric mencionar, pero que en este momento quiero que quede muy claro ante éstas. ¡Soy su novia, y él es mío!

Dispuesta a comenzar con buen pie con ellas, a pesar de los comentarios, decido hacerme la sorda y, encantada de la vida, las saludo. A partir de este instante, ninguna vuelve a mencionar a Eric.