Выбрать главу

El partido comienza, y yo decido centrarme en mi chico. Lo veo correr de un lado a otro de la cancha, y eso me emociona. Pero el baloncesto no es lo mío. Entiendo lo justo, y Frida me pone al día. Andrés juega de base y Eric, de alero, y rápidamente soy consciente de que su posición es importante por la combinación de altura y velocidad. Aplaudo cada vez que encesta canastas de tres puntos e inicia algún contraataque. ¡Oh Dios, mi chico es tan sexy...!

Durante el descanso, observo con disimulo cómo la tal Lora lo mira. Busca su atención, pero en ningún momento la encuentra. Eric está concentrado en lo que habla con sus compañeros, y eso me gusta. Me enloquece ver cómo se entrega a algo que de pronto sé que le fascina.

Divertida, aplaudo como una posesa cuando el juego se reanuda y, junto a Frida, entro totalmente en el partido, de modo que cuando me quiero dar cuenta el encuentro finaliza y nuestros chicos ganan por doce puntos. ¡Olé y olé!

Feliz de la vida, observo desde mi posición cómo Flyn corre para abrazar a su tío, y éste sonríe, encantado, alzándolo entre sus brazos. Todo el mundo comienza a moverse de sus asientos.

—Ven... —dice Frida—, vamos.

Segura de lo que quiero hacer, llego hasta la pista junto al resto de las mujeres y observo que Eric se sienta, empapado en sudor y se pone una chaqueta de deporte. Su habitual gesto serio ha vuelto a su rostro, y eso me hace aletear el corazón. Definitivamente, ¡soy masoquista!

De pronto soy consciente de que Lora y la que está junto a ella cuchichean y miran a mi Iceman. E incapaz de no hacer nada, decido entrar en acción para dejarles las cosas claritas de una vez por todas. Camino hacia Eric y, sin cortarme un pelo, me siento sobre él y, ante su cara de sorpresa, acerco mi boca a la suya y lo beso. Lo beso con desesperación, con pasión y con gusto. Él, sorprendido en un principio, me deja hacer y finalmente, susurra con voz ronca a escasos centímetros de mi boca:

—Vaya..., pequeña, si lo sé te traigo antes a una cancha de baloncesto. —Excitada sonrío, y él pregunta—: ¿Esto significa el fin del castigo?

Asiento. Él cierra los ojos. Inspira por la nariz y me vuelve a besar.

11

Mientras los hombres se duchan tras el partido, me voy junto con Frida y las chicas a una salita a esperarlos. Aquí me divierto escuchando sus comentarios. Lora no ha vuelto a decir nada que me pueda molestar. Eso sí, me mira con gesto extraño. Está claro que saber que soy la novia de Eric le ha cortado todo el rollo. Media hora después comienzan a salir del vestuario hombretones relucientes y aseaditos.

El primero en acercarse a mí con curiosidad y sonriendo es un chico tan rubio que parece albino.

—¡Hola! ¿Tú eres Judith? ¿La española?

Estoy por decir «¡Olé!», pero finalmente decido no hacerlo.

—Sí, soy Judith.

—¡Olé..., toro..., paella! —dice uno de ellos, y yo me río.

Otros dos chicos, en este caso morenos, se acercan a nosotros y comienzan a interesarse por mí. Aquí soy la novedad, ¡la española! Eso me hace gracia y entablo conversación con ellos. De pronto veo a Eric salir del vestuario y mirarme. Lo incomoda verme rodeada de todos ésos, y yo sonrío. Estos tontos celitos por su parte me gustan y más cuando veo que se para con Frida, Andrés y el bebé, y espera que sea yo la que vaya a él. Sus ojos y los míos se cruzan, y entonces hace algo que me hace reír. Me indica con un movimiento de cabeza que me mueva.

Hago caso omiso a su orden. No quiero comenzar a seguirle como un perrillo. No, definitivamente no voy a volver a ser tan pavisosa con él como lo fui meses atrás. Al final, se acerca y, cogiéndome de manera posesiva por la cintura ante sus compañeros, me da un beso en los labios e indica:

—Chicos, ésta es mi novia, Judith. Por lo tanto, ¡cuidadito!

Sus amigos se ríen y yo hago lo mismo justo en el momento en que Björn se acerca a nosotros y, cogiéndome una mano, me la besa y me saluda. Inexplicablemente me pongo nerviosa, pero mis nervios se relajan cuando soy consciente de que Björn no hace ni dice nada fuera de lugar. Al revés, es totalmente correcto. Una vez que me saluda, Eric me besa en la sien y entre ellos planean que vayamos todos juntos a cenar algo a Jokers, el restaurante de los padres de Björn.

Miro mi reloj. Las siete y veinte de la tarde.

¡Vaya, qué horror!, voy a cenar en horario guiri.

Pero dispuesta a ello dejo que Eric me agarre estrechamente por la cintura mientras observo que con la otra mano coge a Flyn. Nos montamos en el coche, y el pequeño, emocionado por el partido, no para de hablar con su tío. En ningún momento me incluye en la conversación, pero aun así yo me integro. Al final, no le queda más remedio que contestar a algunas preguntas que yo hago, y eso me hace sonreír.

Cuando llegamos a Jokers, aparcamos el Mitsubishi, y detrás de nosotros lo hacen Frida y Andrés, y tras ellos, Björn. Hace un frío de mil demonios y entramos raudos en el local. Un alemán algo desgarbado sale a saludarnos y Björn me indica que es su padre. Se llama Klaus y es un tipo muy simpático. En el mismo momento en que sabe que soy española, las palabras «paella», «olé» y «torero» salen de su boca, y yo sonrío. ¡Qué gracioso!

Tras servirnos unas cervezas, llega el resto del grupo, e instantes después una joven del restaurante nos abre un saloncito aparte y todos entramos. Nos sentamos y dejo que Eric pida por mí. Tengo que ponerme al día en lo que se refiere a la comida alemana.

Entre risas, comienza la cena e intento comprender todo lo que dicen, pero escuchar a tantas personas a la vez conservando en alemán me aturulla. ¡Qué bruscos son hablando! Mientras estoy concentrada en entender a la perfección lo que cuentan, Eric se acerca a mi oído.

—Desde que sé que me has levantado el castigo, no veo el momento de llegar a casa, pequeña. —Sonrío y me pregunta—: ¿Tú deseas lo mismo?

Le digo que sí, y Eric vuelve a preguntar en mi oído mientras noto cómo su dedo hace circulitos en mi muslo por debajo de la mesa:

—¿Me deseas?

Con gesto pícaro, levanto una ceja, centrándome en él.

—Sí, mucho.

Eric sonríe. Está feliz con lo que escucha.

—En una escala del uno al diez, ¿cuánto me deseas? —me plantea, sorprendiéndome.

Convencida de que mi libido está por las nubes, respondo:

—El diez se queda corto. Digamos, ¿cincuenta?

Mi contestación le vuelve a agradar. Coge una patata frita de su plato, le da un mordisco y después me la introduce en la boca. Yo, divertida, la mastico. Durante unos minutos, seguimos comiendo, hasta que escucho a Eric decir:

—Vamos, Flyn, come o me comeré yo tu plato. Estoy hambriento. Terriblemente hambriento.

El pequeño asiente, y de pronto, Björn suelta una carcajada.

—Eric, cuando le he contado a la nueva cocinera de mi padre que Judith es española me ha exigido que se la presentes.

Ambos sonríen, y sin tiempo que perder, Eric se levanta, choca con complicidad la mano con Björn, coge la mía y señala:

—Hagamos lo que pide la cocinera, o no podremos regresar a este local.

Asombrada, me levanto ante la mirada de todos, y cuando Flyn se va a levantar para acompañarnos, Björn, atrayendo la atención del pequeño, dice:

—Si te vas, me como yo todas las patatas.

El crío defiende su posesión mientras nosotros nos alejamos del grupo. Salimos del salón, caminamos por un amplio pasillo y, de pronto, Eric se para ante una puerta, mete una llave en la cerradura, me hace entrar y, tras cerrar la puerta, murmura, desabrochándose la chaqueta:

—No puedo aguantarlo más, cariño. Tengo hambre, y no es de la comida que me espera sobre la mesa.

Lo miro boquiabierta.

—Pero ¿no íbamos a saludar a la cocinera?

Eric se acerca a mí con una devoradora mirada.

—Desnúdate, cariño. Escala cincuenta de deseo, ¿lo recuerdas?

Con el asombro aún en el rostro, voy a responder cuando Eric me coge con ímpetu por la cintura y me sienta sobre la mesa del despacho. Pero ¿no me ha dicho que me desnude?