Выбрать главу

Me vuelvo y veo a Norbert, el marido de Simona que, abrigado con un oscuro abrigo hasta los pies, corre hacia mí.

—Pero ¿qué hace aquí con este frío? ¿No se había marchado a España?

—He cambiado de planes en el último momento —respondo tiritando a la par que sonriendo.

El hombre asiente, me devuelve la sonrisa y me apremia mientras caminamos hacia la portezuela lateral.

—Pase, por favor. He oído que un coche paraba en la puerta, y por eso me he asomado. Entre. La llevaré de inmediato a la casa.

Juntos atravesamos el enorme jardín lo más rápidamente que podemos. Los dientes me castañetean, y el hombre se ofrece a darme su abrigo. Me niego. Eso no lo voy a consentir. Cuando llegamos a la casa, nos dirigimos hacia la puerta de la cocina. Norbert saca una llave, abre y me invita a pasar.

—Le prepararé algo calentito. ¡Lo necesita!

—No..., no, por favor —digo, cogiéndole las frías manos—. Regrese a su casa. Es tarde y debe descansar.

—Pero, señorita, yo...

—Norbert, tranquilo. Yo lo haré. Ahora, por favor, regrese a su casa.

El hombre acepta a regañadientes y me indica que el señor a esa hora suele estar en su despacho y Flyn dormido. Le agradezco la información y por fin se va.

Me quedo sola en la enorme y oscura cocina, y respiro con agitación. La casa está silenciosa, y eso me pone la carne de gallina, pero ¡he regresado! Tiemblo. Tengo frío, aunque pensar en Eric y su cercanía me hace empezar a tener calor. Estoy nerviosa, ansiosa por ver su cara cuando me vea.

Incapaz de aguardar un segundo más, me encamino hacia el despacho, y al acercarme, oigo música. Como una niña, acerco mi oreja a la puerta y sonrío al escuchar la maravillosa voz de Norah Jones interpretar la romántica canción Don’t know why.

Desconocía que a Eric le gustara esa cantante, pero me embruja saberlo.

Abro la puerta en silencio y sonrío al ver a mi chico duro sentado junto a la enorme chimenea con un vaso en la mano mientras mira el fuego. La música, el calor y la emoción de verlo me envuelven, y camino hacia él. De pronto, él vuelve la cabeza y me ve.

Se levanta. Mi respiración se agita mientras su rostro lo dice todo. ¡Está sorprendido!

Deja el vaso sobre una mesita. Su gesto de asombro me hace sonreír y suelto la mochila que aún llevo en mis congeladas manos.

—Papá te manda un saludo y espera que pasemos una feliz Nochevieja. —Eric parpadea; yo tirito y prosigo—: Y como me dijiste que podía regresar cuando quisiera, ¡aquí estoy! Y...

Pero no puedo decir más. Mi gigante alemán camina hacia mí, me abraza con verdadero amor y susurra antes de besarme:

—No sabes lo mucho que he deseado que ocurriera esto.

Me besa, y cuando separa sus labios de los míos, sonríe, sonríe, sonríe..., hasta que de repente su expresión se contrae.

—¡Por el amor de Dios, Jud! ¡Estás congelada, cariño! Acércate al fuego.

Cogida de su mano, hago lo que me pide mientras esos ojos me observan con una calidez extrema.

—¿Por qué no me has llamado? —pregunta, aún conmocionado por la sorpresa—. Hubiera ido a recogerte.

—Quería sorprenderte.

Con semblante preocupado, me retira el pelo húmedo de la cara.

—Pero estás congelada, cariño.

—No importa..., no importa...

Me besa de nuevo. Está nervioso. La sorpresa ha sido increíble y está totalmente descolocado.

—¿Has cenado?

Niego con la cabeza, y me ayuda a deshacerme de mi frío y congelado abrigo.

—Quítate esa ropa. Estás empapada y enfermarás.

—Espera. Tranquilo —le digo riendo, dichosa—. En mi mochila tengo ropa que...

—Lo de tu mochila estará todo mojado y frío —insiste, y rápidamente se quita la sudadera gris de Nike que lleva.

¡Diosss..., qué tableta de chocolate!

Es impresionante. Cada día me recuerda más al guapísimo Paul Walker.

—Toma, ponte esto mientras voy a por ropa seca a la habitación.

Sale escopetado del despacho; mientras, yo no puedo parar de reír como una auténtica tonta y un calor maravilloso recorre mi cuerpo. El efecto Eric Zimmerman ha regresado a mí.

Estoy tonta.

Idiota.

Enamoradita perdida.

Y antes de que pueda moverme, ya ha regresado con ropa en sus manos y una sudadera azul puesta.

Al ver que todavía no me he quitado la ropa húmeda, me desnuda mientras suena la sensual canción Turn me on de Norah Jones ¡Dios, me encanta esa canción!

Eric no me quita ojo. Mimosa, le tiento con mi mirada y mi cuerpo. Le deseo. Desnuda ante él, mete por mi cabeza su enorme sudadera gris.

—Baila conmigo —le pido cuando ya tengo la prenda puesta.

Sin tacones y sin bragas, me agarro al hombre que adoro y le hago bailar conmigo. Acaramelados y sintiéndome totalmente protegida por él, bailamos esa bonita y romántica canción de amor sobre la mullida alfombra frente a la chimenea.

Like a flower waiting to bloom

Like a lightbulb in a dark room

I’m just sitting here waiting for you

To come on home and turn me on

Disfruto de él entre sus brazos. Sé que disfruta de mí entre mis brazos. Mientras, nuestros pies se mueven lentamente sobre la alfombra y nuestras respiraciones se funden hasta convertirse en una sola. Bailamos en silencio. No podemos hablar. Sólo necesitamos abrazarnos y seguir bailando.

Una vez que termina la canción, nos miramos a los ojos, y Eric, agachándose, me da un dulce beso en los labios.

—Acaba de vestirte, Jud —dice con la voz cargada de sensualidad.

Divertida por las mil emociones que él me hace ver y sentir, sonrío, y más aún cuando veo que me ha traído unos calzoncillos.

—¡Vaya..., me encantan! Y encima, de Armani. ¡Sexy!

Eric sonríe, y tras darme una cachetada cariñosa en el trasero, me entrega unos mullidos calcetines blancos.

—Vístete y no me provoques más, ¡provocadora! Vamos, siéntate ante la chimenea. Iré a la cocina y traeré algo de comida para ti.

—No hace falta, Eric..., de verdad.

—¡Oh, sí!, cariño —insiste—. Sí hace falta. Siéntate y espera a que regrese.

Encantada por su felicidad y la mía, hago lo que me pide. Me da un beso y se marcha. Cuando me quedo sola en el despacho, miro a mi alrededor mientras la música de la fantástica Norah Jones me envuelve. Cojo mi húmeda mochila, saco un peine, me siento en la alfombra y comienzo a desenredar mi empapado pelo. Estoy peleándome con él cuando Eric entra con una bandeja. Al verme, la deja sobre la mesa de su despacho y se acerca a mí.

—Dame el peine. Yo te lo desenredaré.

Como una niña chica, asiento y dejo que me peine. Sentir sus manos desenredándome el pelo con mimo me enloquece. Me pone la carne de gallina. Es tan tierno en ocasiones que me resulta imposible creer que yo pueda discutir con él. Una vez que acaba, me da un beso en la coronilla.

—Solucionado lo de tu precioso pelo. Ahora toca comer.

Se levanta, coge la bandeja de la mesa y la deja sobre la alfombra. Acto seguido, se sienta a mi lado y me besa con cariño en el cuello.

—Estás preciosa, pequeña.

Su gesto, sus palabras, su mirada, todo en él denota la felicidad que siente por tenerme aquí. El olorcito rico del caldito llega hasta mi nariz y, contenta, cojo la taza. Eric no me quita ojo mientras tomo un sorbo y dejo la taza en la bandeja.

—Te he sorprendido, ¿verdad?

—Mucho —confiesa, y me retira un mechón de la cara—. Nunca dejas de sorprenderme.

Eso me hace reír.

—Cuando iba a coger el avión, he recibido una llamada de mi padre. He hablado con él y me ha dicho que si lo que me hacía dichosa era estar contigo que me quedara y no desaprovechara la oportunidad de ser feliz. Para él es más importante saber que estoy aquí, contigo, satisfecha, que tenerme a su lado y saber que te echo de menos.

Eric sonríe, coge el sándwich de jamón york que me ha hecho y lo pone en mi boca para que yo dé un mordisco.