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—Mi deseo es tenerte desnuda esta noche en mi cama para usar tu regalo.

Sonrío. ¡SEXO!

Con curiosidad, abro la cajita y observo algo metálico con una piedra verde. ¡Qué mono! ¿Para qué será? Y mi cara de sorpresa es para verla cuando leo que en el papel pone: «Joya anal Rosebud».

¡Vaya..., no sabía que hubiera joyas para el culo!

Me entra la risa.

Alegre, camino hacia la ventana mientras el calor toma mi cara, y continúo leyendo: «Joya anal de acero quirúrgico con cristal de Swarovski. Ideal para decorar el ano y estimular la zona anal».

¡Qué fuerteeeeee!

Observo, acalorada, que Eric me mira. Veo la guasa en sus gestos. Con comicidad levanto el pulgar en señal de que me ha gustado, y ambos nos reímos. Esta noche ¡será genial!

Tras la cena, propongo jugar una partida al Monopoly de la Wii. Tirada a tirada nos vamos animando. Al final, dejamos que Flyn gane y se va pletórico a dormir. Cuando nos quedamos solos en el salón, Eric me mira. Su mirada lo dice todo. Impaciencia. Lo beso y murmuro en su oído:

—Te quiero en cinco minutos en la habitación.

—Tardaré dos —contesta con autoridad.

—¡Mejor!

Dicho esto, salgo del salón. Corro escaleras arriba, entro en nuestra habitación, quito el nórdico, me desnudo, dejo la joya anal junto al lubricante sobre la almohada y me tiro sobre la cama a esperarlo. No hay tiempo para más.

La puerta se abre, y mi corazón late con fuerza. Excitación. Eric entra, cierra la puerta, y sus ojos ya están sobre mí. Camina hacia la cama y lo observo mientras se quita la camiseta gris por la cabeza.

—Tu deseo está esperándote donde lo querías.

—Perfecto —responde con voz ronca.

Como un lobo hambriento, me mira. Veo que echa un vistazo a la joya anal y sonríe. El deseo me consume. Tira la camiseta al suelo y se pone a los pies de la cama.

—Flexiona las piernas y ábrelas.

¡Dios..., Dios...!, ¡qué calor!

Hago lo que me pide y siento que comienzo a respirar ya con dificultad. Eric se sube a la cama y lleva su boca hasta la cara interna de mis muslos. Los besa. Los besa con delicadeza, y yo siento que me deshago. Él, con su habitual erotismo, continúa su reguero de besos sobre mí. Ahora sube. Me besa la cadera, luego el ombligo, después uno de mis pechos, y cuando su boca está sobre la mía y me mira a los ojos, susurra con voz cargada de morbo y erotismo:

—Pídeme lo que quieras.

¡Oh, Dios!

¡Oh, Dios mío!

Mi respiración se acelera. Mi vagina se contrae y mi estómago se derrite.

Eric, mi Eric, saca su lengua. Me chupa el labio superior, después el inferior, y antes de besarme me da su típico mordisquito en el labio que me hace abrir la boca para facilitarle su posesión. Adoro sus besos. Adoro su exigencia. Adoro cómo me toca. Le adoro a él.

Una vez que finaliza su beso, me mira a la espera de que le pida algo y, consciente de lo que deseo, musito:

—Devórame.

Su reguero de besos ahora baja por mi cuerpo. Cuando me besa el monte de Venus, pasa con sensualidad su dedo por mi tatuaje.

—Ábrete con tus dedos para mí. Cierra los ojos y fantasea. Ofrécete como cuando hemos estado con otra gente.

«¡Ofrécete! ¡Otra gente!»

¡Dios, qué morbo!

Sus palabras me provocan un calentamiento tremendo y mis manos vuelan a mi vagina. Agarro los pliegues de mi sexo, los abro y me expongo totalmente a él, deseosa de que me devore mientras mi mente imagina que no sólo estamos él y yo en esta habitación. Sin demora, su lengua toca mi clítoris, ¡oh, sí!, ¡sí!, y yo me consumo ante él.

El fuego abrasador de mis fantasías y la excitación que Eric me provoca me dejan sin fuerzas. Desnuda y tumbada en la cama, sus ávidos lametazos me vuelven loca mientras sus manos suben por mi trasero. Mi morboso hombre me coge por las caderas para tener más accesibilidad a mi interior.

—Ofrécete, Jud.

Avivada, activada, provocada y alterada por lo que imagino y lo que me dice, acerco mi húmeda vagina a su boca. Sin ningún pudor, me aprieto sobre ella y me ofrezco gustosa, deseosa de disfrutar y de que me disfrute. Su boca rápidamente me chupa, sus dientes se lanzan a mi clítoris, y yo jadeo y busco más y más.

La piel me arde mientras un loco y salvaje placer toma mi cuerpo. Me retuerzo en su boca a cada toque de su lengua y le exijo más.

Mi clítoris húmedo e hinchado está a punto de explotar. Eso lo provoca. Lo sé. Pero cuando levanta la cabeza y me mira con los labios húmedos de mis fluidos, me incorporo como una bala y le beso. Su sabor es mi sabor. Mi sabor es su sabor.

—Fóllame —le exijo.

Eric sonríe, me muerde la barbilla y vuelve a dominarme. Me tumba con rudeza, y esa vez mi cuerpo cae por el lateral de la cama mientras me abre de nuevo las piernas, me da un azotito y continúa su asolador ataque. Noto algo húmedo en el orificio de mi ano que rápidamente identifico como el lubricante. Eric con su dedo me dilata e instantes después noto que introduce mi regalo. La joya anal.

—Precioso —le escucho decir mientras me besa las cachetas del culo.

Desde mi posición, no puedo verle la cara. Pero su respiración y su ronca voz me indican que le gusta lo que ve y lo que hace. Durante varios minutos, las paredes de mi ano se contraen. ¡Qué delicia! Después, mete primero un dedo en mi vagina y luego dos.

—Mírame, Jud.

Con la cabeza colgando por el lateral, vuelvo mis ojos hacia él, que murmura con la voz rota por el momento:

—La joya es bonita, pero tu trasero es espectacular.

Eso me hace sonreír.

—Prefiero la carne al acero quirúrgico.

—¿Ah, sí?

Asiento.

—¿Prefieres que otra persona y yo tomemos tu cuerpo?

Al asentir de nuevo, sus dedos se hunden más en mí. ¡Locura! Arrebatado por la excitación, insiste:

—¿Seguro, pequeña?

—Sí —jadeo.

Sus dedos entran y salen de mí una y otra vez, mientras con la otra mano aprieta la joya anal y yo me vuelvo loca. Tras soltar un gemido, abro los ojos, y Eric me está mirando.

—Pronto seremos dos quienes te follaremos, pequeña... primero uno, luego el otro, y después los dos. Te aprisionaré entre mis brazos y abriré tus muslos. Dejaré que otro te folle mientras yo te miro, y sólo permitiré que te corras para mí, ¿entendido?

—Sí..., sí... —vuelvo a jadear, extasiada con lo que dice.

Eric sonríe, y yo tengo un espasmo de placer. Mi vagina se contrae y sus dedos lo notan. Con rapidez, cambia su pene por los dedos, y yo ahogo un grito al notar su impresionante erección entrar en mí.

¡Oh, Dios, cómo me gusta!

Con manos expertas, me agarra por la cintura y me levanta. Me sienta sobre él en la cama y murmura cerca de mi boca mientras me aprieta contra éclass="underline"

—Seremos tres la próxima vez.

Entre jadeos, asiento.

—Sí..., sí..., sí.

Eric me besa. Su pasión me vuelve loca cuando jadea.

—Muévete, pequeña.

Mis caderas le hacen caso a un ritmo profundo y lento. Creo que voy a explotar. La fricción del juguete anal es tremenda. Nos miramos a los ojos mientras me clavo una y otra vez en él.

—Bésame —le pido.

Mi Iceman me satisface, y yo acreciento mi ritmo volviéndole loco. Una y otra vez, entro y salgo de él hasta que se para. Con un movimiento, me posa sobre la cama, me hace dar la vuelta y me pone a cuatro patas.

—¿Qué haces? —pregunto.

Eric no contesta, mete su duro y erecto pene en la vagina, y tras un par de empellones que me hacen jadear, susurra en mi oído:

—Quiero tu precioso culito, cariño. ¿Puedo?

Calor... Mucho calor. Excitada en extremo, le enseño el anillo de mi mano.

—Soy toda tuya.

Saca con cuidado la joya anal y unta más lubricante. Estoy impaciente y deseosa de sexo. Quiero más. Necesito más. Eric, al ver mi impaciencia, mientras unta el lubricante en su pene, me muerde las costillas. Nervios. Mis sentimientos son contradictorios. No he vuelvo a practicar sexo anal desde el último día en que lo hice con él y con aquella mujer. Pero Eric sabe lo que hace y, poco a poco, introduce su pene en mí. Me dilato. Mi mente se vuelve loca, y el morbo puede conmigo cuando pido al notar cómo me empala: