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—No necesitas ver para darme placer. Para hacerme feliz. Para volverme loca. Así..., cariño..., así.

Durante unos minutos, mi loco amor prosigue con su asolador ataque.

Calor..., calor..., tengo mucho calor, y él me lo provoca.

En la oscuridad de la habitación, yo lo observo. Con movimientos elegantes y felinos se mueve como un tigre sobre mí, devorando a su presa. Él a mí no me puede ver. La oscuridad y la media que le he puesto alrededor de los ojos se lo impiden. Su respiración se acelera. Su boca busca la mía y me besa. Instantes después, y sin hablar, con una de sus manos, coge su erección mientras con la otra toca la humedad de mi vagina.

—Estoy empapada por ti, cariño —le susurro al oído—. Sólo por ti.

Con desespero, guía su dura erección por mi hendidura, hasta que con un certero movimiento se introduce en mí. Los dos jadeamos. Eric me agarra, se aprieta contra mí mientras menea sus caderas y yo apenas me puedo mover. Su peso me inmoviliza. Me chupa el cuello. Yo a él le muerdo el hombro.

—Aunque algún día no me veas, seguirás poseyéndome con pasión, con fuerza y con vitalidad, y yo te recibiré siempre, porque soy tuya. Tú eres mi fantasía. Yo soy la tuya. Y juntos, disfrutaremos ahora y siempre, cariño.

Eric no habla. Sólo se deja llevar por el momento. Y, cuando los dos llegamos al clímax, me abraza y afirma:

—Sí, cariño. Ahora y siempre.

24

Durante los días del tratamiento no va a trabajar. No puede. Desde casa yo le ayudo con los e-mails y respondo como una buena secretaria a todo lo que él me pide. Cuando recibe algún correo de Amanda, siento ganas de degollarla. ¡Bruja! Con curiosidad cotilleo los mensajes entre ellos dos y me parto de risa al leer uno de meses atrás en el que Eric le exige que cambie su actitud en cuanto a él. Le explica que es un hombre con pareja y que su pareja para él es lo primero. ¡Olé y olé mi Iceman! Me gusta ver que le ha dejado las cosas claras a esa lagarta.

En varias ocasiones, deseo meterle la cabeza en la papelera o graparle las orejas a la mesa cuando se pone tonto y gruñón. ¡Es insoportable! Pero, cuando se le pasa, ¡lo adoro y me lo como a besos!

Sonia, su madre, viene a visitarlo y, cuando Eric no está pendiente de nosotros, me anima para que vaya a por la moto de Hannah. Decididamente, voy a ir a por ella. Tras los días de tensión que estoy pasando con Eric, necesito desfogarme. Y saltar con una moto de motocross, para mí, es la mejor opción.

El día de la operación se acerca. A Eric le sube la tensión y yo intento relajarlo de la mejor manera que sé. ¡Con sexo! Una de las noches en las que mi Iceman está tumbado en la cama con un antifaz de gel frío sobre los ojos para que le descanse la vista, decido sorprenderle para que no piense en la operación. Cariñosa, me tumbo sobre él y susurro sobre su boca:

—¡Hola, señor Zimmerman!

Eric se va a quitar el antifaz y yo le sujeto las manos.

—No..., no te lo quites.

—No te veo, cariño.

Acercando mi boca a su oído, musito para ponerle la carne de gallina:

—Para lo que voy a hacer, no me tienes que ver.

Sonríe, y yo también.

—Vamos a jugar a varios juegos quieras o no quieras.

—Vale..., pues quiero —dice con humor.

Lo beso. Me besa, y paladeo su pasión.

—Te explico cómo se juega, ¿te parece? —Eric asiente—. El primer juego se llama «La pluma». Yo la paso por tu cuerpo, y si estás más de dos minutos sin reírte, sin hablar y sin quejarte, haré lo que me pidas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, pequeña.

—El segundo juego se llama «La caja de los deseos y los castigos».

—Sugerente nombre. Éste creo que me va a gustar —asevera, riendo mientras me agarra por la cintura posesivamente.

Divertida, le quito las manos de mi cintura.

—Céntrate, cariño. En una cajita he metido cinco deseos y cinco castigos. Tú eliges uno, lo leo, y si no me concedes ese deseo, te impongo un castigo. —Eric ríe, y prosigo—: Y el tercer juego trata de que tú te dejes hacer. Por lo tanto, quietecito que yo te hago. ¿Qué te parece?

—Perfecto —dice, alegre.

—Genial. Si veo que no te estás quietecito, te ataré, ¿entendido?

Eric suelta una carcajada y asiente.

—Muy bien, señor Zimmerman, lo primero que voy a hacer es desnudarlo.

Con mimo, le quito la camiseta blanca y el pantalón de algodón negro que lleva. Cuando le voy a quitar los calzoncillos, ¡guau!, ya está empalmado, y la boca se me reseca inmediatamente. Eric es tentador; muy, muy tentador. Sin decirle nada, enciendo la cámara de vídeo; quiero que luego se vea en los juegos. Estoy segura de que le gustará y le hará reír.

Una vez que lo tengo desnudo, cojo una pluma que he encontrado en la cocina. Comienzo a pasársela por el cuerpo. Delicadamente le rozo el cuello, y luego bajo la pluma hasta los pezones, y éstos se ponen duros ante el contacto. Sonrío. La pluma continúa por sus abdominales, rodeo su ombligo, y cuando llego a su pene, un jadeo hueco sale de su boca. Continúo divirtiéndome y los minutos pasan mientras sigo moviendo la pluma por su maravilloso cuerpo. Finalmente, coge mi mano.

—Señorita Flores, creo que he ganado. Ya han pasado más de dos minutos. No sea tramposa.

Miro el reloj y, sorprendida, me doy cuenta de que han pasado siete. ¡Cómo se me pasa el tiempo mientras disfruto de mi adicción! Sonrío y suelto la pluma.

—Tiene razón, señor. ¿Qué desea que haga por usted?

Con un dedo dice que me acerque a él. Sonrío y me agacho.

—Quiero que te desnudes, del todo.

Lo hago. Me quito el pijama y las bragas y, cuando estoy totalmente desnuda, le informo:

—Deseo cumplido, señor.

Sin que pueda verme a causa del antifaz, me busca con las manos, hasta que me encuentra. Su mano toca mi estómago y después sube lentamente hasta mi pecho. Lo rodea y aprieta un pezón con sus dedos.

—Muy bien. Ya he cumplido su deseo. Pasemos al juego siguiente.

—¿El de deseo o castigo? —pregunta.

—¡Ajá!

Cojo la cajita donde he metido varios papelitos y la pongo ante él. Tomo su mano y la introduzco en la caja.

—Coge un deseo, y yo lo leeré.

Eric hace lo que le pido. Suelto la caja e, inventándome lo que pone, digo:

—Deseo una moto. ¿Le importa señor que me traiga la mía de España?

Su gesto cambia.

—Sí, me importa. No quiero que te mates.

Eso me hace soltar una carcajada. Y como no quiero discutir con él, digo rápidamente:

—Muy bien, señor Zimmerman. Como no va a satisfacer mi deseo, le toca coger un papelito de castigo.

Sonríe. Vuelve a hacer lo que le pido y leo:

—Su castigo por no querer cumplir mi deseo es estarse quieto y no tocarme mientras yo hago lo que quiero con su cuerpo.

Asiente. Sé que lo de la moto le ha cortado un poco el rollo, pero así sé yo por dónde cogerlo para cuando me traiga la moto de su hermana.

Con un pincel y chocolate líquido, comienzo a pintarle el cuerpo. La cámara graba, y Eric sonríe mientras yo rodeo sus pezones con chocolate. Luego, hago un camino que rodea sus abdominales, pasa por su ombligo y acaba en sus oblicuos. Mojo el pincel en más chocolate y ahora llego hasta su duro pene. Sonríe y se mueve. Lo pinto con delicadeza y noto su inquietud. Su impaciencia. Una vez que dejo el pincel llevo mi boca hasta sus pezones y los chupo. Paladeo el gusto a chocolate junto a su delicioso sabor. Me deleito. Sigo el sendero que he marcado. Bajo mi lengua por sus abdominales, y Eric hace ademán de tocarme. Cojo sus manos y las retiro de mí mientras me quejo: