—Vamos a vestirnos.
Eric se asombra por el cerrojo que le enseño que he puesto en la habitación. Le prometo que sólo lo utilizaremos en momentos puntuales. Asiente. Lo entiende.
—He comprado algo que te quiero enseñar. Siéntate y espera —le comunico, ansiosa.
Entro presurosa al baño. No le digo lo del disfraz de poli malota. Esa sorpresa la guardo para otro día. Me quito la ropa y me coloco los cubrepezones. ¡Qué graciosos! Divertida, abro la puerta del baño y, en plan Mata Hari, me planto ante él.
—¡Guau, nena! —exclama Eric al verme—. ¿Qué te has comprado?
—Son para ti.
Divertida, muevo mis hombros y las borlas que cuelgan de los pezones se menean. Eric ríe. Se levanta y echa el cerrojo. Yo sonrío. Cuando me acerco hasta él y antes de tumbarme en la cama, mi lobo hambriento murmura:
—Me encantan, morenita. Ahora los disfrutaré yo, pero no te los quites. Quiero que Björn los vea también.
Con una sonrisa acepto su beso voraz.
—De acuerdo, mi amor.
Una hora después, Eric y yo vamos en su coche. Estoy nerviosa, pero esos nervios me excitan a cada segundo más. Mi estómago está contraído. No voy a poder cenar y, cuando llegamos a casa de Björn, mi corazón late como un caballo desbocado.
Como era de esperar, el guapísimo Björn nos recibe con la mejor de sus sonrisas. Es un tío muy sexy. Su mirada ya no resulta tan inocente como cuando estamos con más gente. Ahora es morbosa.
Me enseña su espectacular casa y me sorprendo cuando al abrir una puerta me indica que ésas son las oficinas de su despacho particular. Me explica que allí trabajan cinco abogados, tres hombres y dos mujeres. Cuando pasamos junto a una de las mesas, Eric dice:
—Aquí trabaja Helga. ¿Te acuerdas de ella?
Asiento. Eric y Björn se miran y, dispuesta a ser tan sincera como ellos, explico:
—Por supuesto. Helga es la mujer con la que hicimos un trío aquella noche en el hotel, ¿verdad?
Mi alemán se muestra asombrado por mi sinceridad.
—Por cierto, Eric —dice Björn—, pasemos un momento a mi despacho. Ya que estás aquí, fírmame los documentos de los que hablamos el otro día.
Sin hablar entramos en un bonito despacho. Es clásico, tan clásico como el que tiene Eric en su casa. Durante unos segundos, ambos ojean unos papeles, mientras yo me dedico a fisgar a su alrededor. Ellos están tranquilos. Yo no. Yo no puedo dejar de pensar en lo que deseo. Los observo, y me caliento. Los cubrepezones me endurecen el pecho mientras los oigo hablar, y me excito. Deseo que me posean. Quiero sexo. Ellos provocan en mí un morbo que puede con mi sentido, y cuando no puedo más, me acerco, le quito los papeles a Eric de la mano y, con un descaro del que nunca me creí capaz, lo beso.
¡Oh, sí! Soy una ¡loba!
Muerdo su boca con anhelo, y Eric responde al segundo. Con el rabillo del ojo veo que Björn nos mira. No me toca. No se acerca. Sólo nos mira mientras Eric, que ya ha tomado las riendas del momento, pasea sus manos por mi trasero, arrastrando mi vestido hacia arriba.
Cuando separa sus labios de los míos, soy consciente de lo que he despertado en él y le susurro, extasiada, dispuesta a todo:
—Desnúdame. Juega conmigo. —Eric me mira, y deseosa de sexo, musito sobre su boca—: Entrégame.
Su boca vuelve a tomar la mía y siento sus manos en la cremallera de mi vestido. ¡Oh, sí! La baja, y cuando ya ha llegado a su tope, me aprieta las nalgas. Calor.
Sin hablar, me quita el vestido, que cae a mis pies. No llevo sujetador y mis cubrepezones quedan expuestos para él y su amigo. Excitación
Björn no habla. No se mueve. Sólo nos observa mientras Eric me sienta sobre la mesa del despacho vestida solo con un tanga negro y los cubrepezones. Locura.
Me abre las piernas y me besa. Acerca su erección a mi sexo y lo aprieta. Deseo.
Me tumba sobre la mesa, se agacha y me chupa alrededor de los cubrepezones. Luego su boca baja hasta mi monte de Venus y, tras besarlo, enloquecido, agarra el tanga y lo rompe. Exaltación.
Sin más, veo que mira a su amigo y le hace una señal. Ofrecimiento.
Björn se acerca a él, y los dos me observan. Me devoran con la mirada. Estoy tumbada en la mesa, desnuda, y con los cubrepezones y el tanga roto aún puesto. Björn sonríe, y tras pasear su caliente mirada por mi cuerpo, murmura mientras uno de sus dedos tira del tanga roto:
—Excitante.
Expuesta ante ellos y deseosa de ser su objeto de locura, subo mis pies a la mesa, me impulso y me coloco mejor. Llevo uno de mis dedos a mi boca, lo chupo y, ante la atenta mirada de los hombres a los que me estoy ofreciendo sin ningún decoro, lo introduzco en mi húmeda vagina. Sus respiraciones se aceleran, y yo meto y saco el dedo de mi interior una y otra vez. Me masturbo para ellos. ¡Oh, sí!
Sus ojos me devoran. Sus cuerpos están deseosos de poseerme, y yo de que lo hagan. Los tiento. Los reto con mis movimientos. Eric pregunta:
—Jud, ¿llevas en el bolso lo...?
—Sí —le corto antes de que termine la frase.
Eric coge mi bolso. Lo abre y saca el vibrador en forma de pintalabios, y se sorprende al ver también la joya anal. Sonríe y se acerca a mí.
—Date la vuelta y ponte a cuatro patas sobre la mesa.
Hago caso. Mi dueño me ha pedido eso, y yo, gustosa, lo obedezco. Björn me da un azotito en el trasero, y luego me lo estruja con sus manos mientras Eric mete la joya en mi boca para que la lubrique con mi saliva. Los vuelvo locos, lo sé. Una vez que Eric saca la joya de mi boca, me abre bien las piernas e introduce la joya en mi ano. Entra de tirón. Jadeo, y más cuando noto que la gira produciéndome un placer maravilloso mientras me tocan.
Con curiosidad miro hacia atrás y observo que los dos miran mi culo, mientras sus alocadas manos se pasean por mis muslos y mi vagina.
—Jud —dice Eric—, ponte como estabas antes.
Me vuelvo a tumbar sobre la mesa mientras noto la joya en mi interior. Cuando mi espalda descansa de nuevo en el escritorio, Eric me abre las piernas, me expone a los dos, y después se mete entre ellas y besa el centro de mi deseo. Me quemo.
Su lengua, exigente y dura, toca mi clítoris, y yo salto.
—No cierres las piernas —pide Björn.
Me agarro con fuerza a la mesa y hago lo que me pide, mientras Eric me coge por las caderas y me encaja en su boca. Gemidos de placer salen de mí, y mientras disfruto con ello, observo que Björn se quita los pantalones y se pone un preservativo.
De pronto, Eric se para, le entrega a Björn el pequeño vibrador en forma de pintalabios, sale de entre mis piernas, y su amigo toma su lugar. Eric se pone a mi lado, me echa el pelo hacia atrás y sonríe. Me mima y me besa. Björn, que ha entendido el mensaje, enciende el vibrador. Eric, cargado de erotismo, murmura:
—Vamos a jugar contigo y después te vamos a follar como anhelas.
Las manos de Björn recorren mis piernas. Las toca. Se acomoda entre ellas y pasa uno de sus dedos por mis húmedos labios vaginales. Después, dos, y cuando los ha abierto para dejar al descubierto mi ya hinchado clítoris, pone el vibrador sobre él, y yo grito. Me muevo. Aquel contacto tan directo me vuelve loca.
—No cierres las piernas, preciosa —insiste Björn, y me lo impide.
Eric me besa. Pone una de sus manos sobre mi abdomen para que no me mueva, mientras Björn aprieta el vibrador en mi clítoris, y yo grito cada vez más. Esto es asolador. Tremendo. Voy a explotar. Mi ano está lleno. Mi clítoris, enloquecido. Mis pezones, duros. Dos hombres juegan conmigo y no me dejan moverme, y creo que no lo voy a poder aguantar. Pero sí..., mi cuerpo acepta las sacudidas de placer que todo esto me provoca y, cuando me he corrido, Björn me penetra, y Eric mete su lengua en mi boca.
—Así..., pequeña..., así.
Ardo. Me quemo. Abraso.
Entregada a ellos, a lo que me piden, disfruto mientras mi Iceman me hace el amor con su boca, y Björn se mete en mí una y otra vez.
Nunca había imaginado que algo así pudiera gustarme tanto.
Nunca había imaginado que yo pudiera prestarme a algo así.
Nunca había imaginado que yo iniciaría un juego tan carnal, pero sí, yo lo he comenzado. Me he ofrecido a ellos y ansío que jueguen, me devoren y hagan conmigo lo que quieran. Soy suya. De ellos. Me gusta esa sensación y deseo continuar. Anhelo más.