– No lo sabía… no lo sabía… -murmuraba con una voz ronca y queda-, ahora no está cubierto, hay que taparlo.
La voz jadeante de ella, que parecía brotar de una garganta reseca por el pánico, y aquel tono de impotencia del todo inesperado, dejaron a Boris helado por un momento. Tragó saliva, se arrodilló a su lado y le dijo:
– Se puede cubrir con piedras de momento.
Ella no le preguntó ni quién era ni de dónde había salido, ni siquiera levantó la cabeza, sino que siguió amontonando más tierra y más trozos de piedra.
– Para que no pase frío -dijo, con el rostro sumergido entre los brazos. Pero de repente se volvió hacia Boris y susurró-: Todas y cada una de las noches de este invierno, incluso cuando ha llovido, ha estado ahí dentro, y puede que la piedra lo protegiera, pero yo no hacía más que pensar que podía estar pasando frío y que no lo podía tapar con una manta.
Boris no supo qué decir ante semejantes palabras, que le producían piedad y miedo a la vez que embarazo por su desnuda sinceridad, de manera que permaneció en silencio mirando a su alrededor, y cuando se apercibió de que el chorro de agua seguía brotando de la manguera se levantó rápidamente, fue hasta el grifo y lo cerró con fuerza, tiró de la manguera, la enrolló y volvió a mirar hacia el lugar donde antes había estado ardiendo el fuego.
– Soy el vigilante nocturno -le dijo sin mirarla.
Su propia presencia allí ya no lo desconcertaba porque ahora, así le parecía a él, estaba cumpliendo con su deber.
Para su sorpresa ella dijo:
– Sí, sé quién eres. Te he visto a la puerta de la garita.
Y él, que creía que nunca lo había visto, porque siempre pasaba por delante de su puesto con la cabeza gacha. Según parecía había gente que veía sin mirar.
– Mira lo que he hecho, y la lápida de Yuval Efrati también… Yo… yo… no sabía que se incendiaría -se justificó con voz ahogada-, no era mi intención que todo esto… no creí que… me pareció que solamente la piedra que había encima, la que llevaba la inscripción, ésa era la única que pensaba romper.
– Eso es lo que suele pasar con ese explosivo -dijo Boris-, me ha parecido que era C-4 -vaciló- plástico. En la casa en la que vivo… hay un chico… un soldado… él me lo ha enseñado…
– Les pedí que me lo trajeran para mi trabajo, no sabían que lo iba a emplear en esto, y por mi cuenta -se disculpó ella-. Me lo han dejado hasta mañana, que es cuando mi hijo mayor iba a venir a ayudarme con las piedras, porque creía que era para mi trabajo… Tiene un amigo en ingeniería de combate… No podía decirles lo que quería hacer.
– Pero ¿por qué? -se aventuró de pronto Boris a preguntarle.
– ¿Cómo que por qué? -le respondió ella con voz impaciente y furiosa-. ¿Que por qué reventarla? -y sin esperar respuesta empezó a hablar muy deprisa mientras seguía echando tierra en la fosa-. Pues porque no han querido escribir la verdad, porque ponía… ¿Sabes lo que ponía? Ponía «Caído en acto de servicio por la patria», pero él no murió cumpliendo con su deber, no estaba de servicio y no murió… y… -la voz se le apagó de repente pero enseguida volvió a hablar, ahora en un tono duro y frío-: Ni murió ni cayó, todo es mentira. Una gran mentira, tampoco fue un accidente, a él lo asesinaron, y eso es lo que va a poner aquí ahora, como debe ser. Quedará escrito que lo mataron sus mandos, que lo llevaron como un cordero al matadero, porque ésa es la verdad y sobre la tumba de Ofer va a aparecer escrita la verdad.
Boris se quedó callado.
– ¿Sabes cómo lo mataron?
Él siguió en silencio pero asintió con la cabeza.
– Lo mataron jugando, lo mataron con un juego, con una red, se llama «la ruleta de la red», seguro que conoces la ruleta rusa, pues es muy parecido pero aquí entra en juego una red, y luego quieren que aquí ponga «caído».
Empezó a andar muy deprisa, salió del cementerio y al momento volvió, con la respiración pesada y entrecortada y la escultura de mármol entre los brazos. La colocó en la cabecera del foso y se puso a cavar con las manos para amontonar tierra alrededor de la base y darle estabilidad. Después se sacudió las manos contra el costado del cuerpo y comenzó a apartar la tierra que sobraba de la peana de mármol rectangular. Muy despacio leyó Boris las palabras cinceladas en la piedra: «Ofer Avni, cándido y puro, que fue llevado como cordero al matadero por sus mandos».
– Lo colocaré más alto -dijo ella después de que los dos llevaran un rato mirando la figura del muchacho-. Estará en un pedestal, lo verán desde lejos, y también lo que está escrito.
Boris se acercó un poco más y vio unas vetas grises en la piedra lisa. La figura se erguía muy esbelta, rematada por una cabeza que, en comparación, era pequeña. Se paró a observar la postura de los pies.
– Muy bello -dijo de pronto-. Qué bonita es… -y con las manos describió aquellas estrechas medidas que se elevaban hacia arriba tan ligeras, como si insinuaran una vivencia espiritual, como si flotara-: Mármol, blanco.
– Sí, mármol -dijo ella pensativa-. Yo quería alabastro, que es una piedra más ligera, es la piedra con la que se hace la cal, tiene muchas texturas y es muy blanda, se trabaja muy bien con ella, además, a la luz se puede ver que tiene otros colores, casi es transparente en algunos puntos. Me hubiera gustado que aquí -y señaló los muslos del muchacho- y ahí -su mano se elevó hasta el cuello de la estatua- fuera más ligero, que en la perspectiva se notara su altura y que la cabeza fuera más pequeña en comparación con la longitud del cuerpo, que al acercarse a él resultara largo y estrecho y al alejarse resultara todavía más largo y más estrecho, como las obras de Giacometti, pero no encontré alabastro en un solo bloque tan grande como éste, porque viene en bloques más pequeños.
– Pues la verdad es que está muy bien -dijo Boris, pensando en la dimensión no tangible, espiritual, de la estatua. Lo que realmente quería era preguntarle sobre el significado de las palabras «llevado como un cordero al matadero», pero fijó la mirada en la tumba, que parecía estar recién excavada, y dijo-: Si se podía haber quitado, ¿por qué volarla?