– Te hemos traído a Wolfy. -Dice-: Te acuerdas de Wolfy…
La hembra loca lucha para refrenar el ataque de los brazos y las piernas de Oleg. Su Salto del Lagarto. Su Golpe del Sabueso. No hay cuerpo que pueda avanzar hasta que avance el cuerpo de Oleg. Todos los agentes quedan paralizados. Todos los cañones y tanques de batalla rechinan hasta detenerse por completo.
El enorme poder muscular del enorme Estado al completo se aproxima a su revisión oficial de todos los años. Los eminentes estadistas superiores aguardan.
Y en el mismo momento, la mirada de ojos azul pálido del agente Oleg se queda petrificada sobre el oso falso. Los pies de Oleg no caminan. Ninguno de sus miembros compone el Puñetazo del Panda.
Oleg se detiene, y el escuadrón se detiene. El escuadrón se detiene, y los tanques de batalla se detienen. Los AMX-30 originados en Venezuela se detienen. El cañón de asalto modelo 1877 originado en Italia se detiene. El acero de las orugas traquetea, retumba, y el avance portentoso de las sombras por el pavimento se detiene. Silencio. El enorme aparato del poder y la potencia estatales queda atascado por culpa de la demencia de un solo individuo masculino y otro femenino. Las orugas de los brutales tanques acorazados con revestimiento de metal acero dejan de rodar hasta detenerse, dejan de retumbar debido a dos ciudadanos trastornados que ahora abrazan como unos atontados a un simple joven en medio de la calle.
La multitud de ciudadanos contenidos con sogas detiene sus vítores. Las manos cesan de agitar banderas. El cielo azul queda silenciado y se limita a presenciar cómo la boca estúpida de la hembra aberrante traga inhalaciones de aire mientras se restriega a sí misma contra el individuo masculino idiota y el agente Oleg. Ese agente, el número 68, sufre asalto tremendo de gestos afectuosos, gran violación por medio de caricias.
El enorme despliegue enérgico de la maquinaria de poder militar, la falange de avance implacable, totalmente interrumpidos.
En la ubicación presente entre ambos horizontes lejanos, todo queda detenido. La vasta extensión de soldados incontables con sus bazookas al hombro, con las pistolas y las municiones que les rodean las caderas, ya no son más que meros testigos. La multitud contempla en silencio a los ciudadanos.
Al momento siguiente, el líder del escuadrón camina con prudencia por entre las filas y los renglones de agentes paralizados. El hábil líder del escuadrón llega para agarrar el pescuezo del ciudadano masculino, lo pellizca y lo aprieta hasta que el individuo se desploma. Luego repite el mismo efecto sobre la hembra loca. Los dos ciudadanos trastornados caen hechos un ovillo sobre el pavimento, y el líder del escuadrón transmite orden a Oleg:
– ¡Ateeen-ción!
»Agentes -dice el líder del escuadrón, levantando la voz como una trompeta para que lo oiga el desfile entero-. Contemplad a dos unidades celulares enfermas del Estado -dice-. Presenciad a dos cuerpos infecciosos.
Los individuos locos son amenazas como el cáncer, contagiosos para el Estado, transmiten patologías peligrosas que pueden destruir todo. Hay que extirparlos. Curar al Estado. Purgar la infección.
La mirada de ojos azules del agente Oleg se limita a permanecer posada sobre el oso falso de peluche. Sobre los ojos hechos de botones negros y la boca de costuras, caídos sobre las losas del pavimento al lado de la hembra trastornada.
El sabio líder del escuadrón dice:
– Presente armas.
El hombre y la mujer locos obsesivos están refrenando a toda la falange anhelante y en ebullición de la maquinaria militar del Estado. Esos ciudadanos insensatamente trastornados por el afecto están asfixiando la justa resolución de todo el enorme poder del aparato estatal.
El líder del escuadrón, con la cara llena de rubor de sangre, repite:
– Presente armas.
El agente Oleg se abre el cierre de la pistolera y extrae la Beretta cargada con cargador reversible de quince balas, con velocidad de salida de 2.130,3 pies por segundo. Los ojos azules de Oleg están tan vacíos como el cielo azul. El azul helado de la ausencia de nubes.
– Rechace a los organismos dañados y peligrosos -dice el líder del escuadrón.
La hembra loca levanta el hombro propio y se apoya en los codos para posar la mirada en el agente Oleg. La estructura entera de la hembra adelanta su cara trastornada para acercarla más. La misma boca. La misma mirada. La boca irracional se abre y dice:
– Cariño…
Palabras idiotas.
En el mismo momento presente, el cañón del arma suelta un destello. Fuerte estampido. Hedor de humo de pólvora.
Cara demolida. Peligrosas palabras eliminadas. Todo el contagio expulsado por el orificio de salida situado detrás del cráneo, donde la sangre idiota satura el oso de peluche artificial. La piel de imitación se infla como esponja con la sangre evadida. Empapada. El bulto peludo con botones por ojos y costuras por boca se llena de rojo por el tinte de la sangre.
Los ojos del astuto líder del escuadrón observan el cadáver de la hembra loca, a continuación el líder se pone en cuclillas para agarrar el tobillo del cadáver y lo arrastra hasta que el cadáver reside cuan largo es sobre la alcantarilla del bulevar. La bota del líder del escuadrón mete al cadáver a patadas en la alcantarilla, y el astuto líder dice, citando al grandioso líder, al magnífico cacique Benito Mussolini:
– «La guerra es al hombre lo que la maternidad es a la mujer».
Al momento siguiente, el loco masculino retrocede dando un traspié, se pone de pie de un salto y huye. El ciudadano con enfermedad mental escarba un túnel por entre la gente con los codos, intentando escapar con la velocidad de sus rodillas a fin de poder extender su locura infecciosa.
El agente Oleg se agacha para adoptar las cuclillas del francotirador, extiende un brazo a modo de apoyo y equilibra la mano que empuña la Beretta no reluciente con acabado en negro mate para poner en el punto de mira al objetivo enfermo que se aleja. El objetivo cada vez más lejano se abre paso por entre la multitud del público. El punto de mira del arma está firme. Rastreando al objetivo.
Al momento siguiente, el cañón emite un destello. Fuerte estampido. Humo. El cerebro defectuoso del lunático masculino, el pelo que es un reflejo del pelo de Oleg, ese pelo amarillo, explota, y una cascada de pastel de carne gris y caliente rodea a los ciudadanos.
La multitud estalla en vítores ensordecedores. El aclamado líder del escuadrón hace una señal y blande la batuta para indicar que se reanude el ritmo del desfile. Con pasos de treinta pulgadas. La velocidad se acelera hasta seis por cinco, cubriendo cinco metros con cada seis pasos. Avanzando más deprisa hacia la victoria final. Abandonando con mayor velocidad los tristes fracasos de la historia pasada. Avanzando mejor por tramos de treinta pulgadas, treinta pulgadas, treinta pulgadas, llevándonos a un nuevo futuro resplandeciente.
Durante el desfile, la mirada del agente-yo se posa en una mujer desconocida que tiene una nariz igual que la nariz de este agente. Detrás del cordón de soga, la boca de la desconocida refleja la boca del agente-yo. El nombre del agente-yo queda estrangulado dentro de la garganta de la hembra desconocida. Este agente posa la mirada en los ojos idénticos. Dentro de su cabeza, la voz del agente-yo dice, en secreto: «Por favor… -Dice-: No debes emprender intento de rescate».
El agente-yo transmite una advertencia con la mirada a la mujer desconocida que anhela acercarse y que muestra unas orejas idénticas. Transmite advertencia a otro desconocido masculino que agita la mano para atrapar la atención de este agente. El hombre desconocido exhibe la misma cara que el agente-yo, la misma nariz y los mismos ojos, la misma boca exacta y el mismo color de pelo. Para proteger a la posible fuente reproductiva, este agente aparta la mirada. Pone un fruncimiento en el ceño y proyecta la mirada en la dirección opuesta.
Al momento siguiente, al momento siguiente, al momento siguiente, diez mil botas marchan. Pisotean la cara del oso de peluche. Hilera tras hilera de agentes pisotean con sus botas la cara con sus dos botones negros cosidos que hacen de ojos y saturada de sangre de la loca muerta. Cada pisotón exprime la sangre del relleno y aplasta más y más el pellejo. Con cada hilera de soldados, el oso queda más chafado y reseco. Apisonado bajo las orugas de los tanques de batalla, molido sobre las losas del pavimento hasta vomitar su relleno, una y otra vez, hasta desangrarse y vaciarse a pisotones. Sus partículas se vuelven más y más pequeñas, hasta que el osito deja de existir. Borrado.