Para eludir a la manada de carroñeros sedientos de sangre, la hermana-huésped ha evacuado la residencia por la ventana de la cámara de dormir, y ha llevado a este agente agarrando el follaje, manteniéndonos en equilibrio por la rama de mayor tamaño de la Castanea dentata. Inmersos en las profundidades sigilosas de las sombras, hemos dirigido primero un brazo y luego el otro, escalando por el tronco para acceder a la rama que nos proporcionaba la Quercus rubra. Hemos avanzado por la rama y nos hemos agarrado del follaje hasta acceder a rama lateral del Juglans nigra, hasta encontrarnos alejados de las inmediaciones de las hordas de hienas, del examen de los reflectores y del sistema de traición por satélite.
Instalados a bordo del primer transporte público, apelotonados entre numerosos codos y rodillas del proletariado americano, zarandeados por los bamboleos y las sacudidas, por los escoramientos que generaban los defectos de la carretera y los fallos en la suspensión del sistema, la hermana-huésped ha girado su cara llena de pintura negra y ha posado la mirada en este agente para decir:
– Esa amiguita tuya… Francia… -Ha dicho-: ¿De verdad tiene un bombo?
Habría sido posible en un solo instante vertiginoso como la centella, fum-catacrac, usar los codos doblados y afilados como lanzas para lanzar el Golpe Doble de Anguila Planeadora, pata-bum, en los puntos blandos de las sienes izquierda y derecha de la frente de la hermana gata. Un impacto fuerte, zig-crunch, para atravesar la capa de pelo negro. Y habría sido posible hurgar. Abrir a la fuerza, en seco, todo fricción, desprendiendo la tierna membrana hasta que plof-plof, la punta goteante de mi arma se encajara hasta el fondo de la ranura virgen del músculo vaginal.
Tal vez por la única culpa del afecto, las manos del agente-yo no han derribado a la hermana-huésped a golpes, no han dejado a la hermana-gata inconsciente para poder penetrarla con el arma turgente y cometer la Maniobra del Coito de Conejo, chof-chof, y vaciar el contenido de los testículos para inundar sus óvulos viables americanos.
Tal vez el afecto profundo y verdadero se defina por no penetrar vagina sin consentimiento.
Instalados a bordo del segundo transporte público, la hermana-huésped ha dicho:
– Esa sería la peor pesadilla de mi familia, que quedase preñada ahora mismo.
La hermana-gata, con ropa negra, calzado negro, llevaba consigo un saco de tela usado habitualmente para albergar un cojín destinado a arrullar la cabeza mientras uno duerme sobre el colchón. El saco de tela blanca tenía dibujados animales humorísticos con globos de helio. La tela blanca ondeaba vacía, casi vacía. En el rincón del fondo del saco, un objeto redondo se mecía y se balanceaba, pequeño y pesado.
Hundiendo la mano en el pantalón propio, la hermana- huésped ha extraído un frasco de pintura negra. Ha retorcido la tapa para desafianzarla. La yema de sus dedos ha extraído un pellizco negro mientras la hermana-gata decía:
– No te iría mal un retoque.
Las yemas de los dedos de la hermana-gata se han elevado hasta la cara del agente-yo. Y la hermana ha dicho:
– Cierra los ojos.
Las yemas de los dedos han escrito en braille sobre la mejilla del agente-yo, la han acariciado con suavidad, han practicado un masaje. Círculos suaves. El dedo engrasado ha trazado lametones interminables por los labios de este agente. El dedo resbaladizo se ha deslizado a lo ancho de mi frente y ha cosquilleado mis ojos fuertemente cerrados. Dejando una capa de pintura negra. La piel del agente-yo, la piel entera de la cara, ansiaba sentir el contacto. No se veía nada en la negrura de los ojos cerrados, solo se sentía el aroma a miel que exhalaba la hermana-gata, y se oía la voz de la hermana-huésped. El vehículo de transporte vibraba.
La voz de la hermana-huésped, mientras toqueteaba mi piel, ha dicho:
– Esa amiguita tuya, ¿se llama María?
Los labios del agente-yo la han corregido y han dicho:
– Magda.
Instalados en el tercer transporte público, la hermana-huésped ha dicho:
– Tú vienes a ser nuestro compromiso -ha dicho-. Quiero decir que yo quería irme de estudiante de intercambio a Uganda, a Tanzania, a algún sitio que molara a saco, lo que pasa es que mis padres estaban seguros de que me iba a seducir algún guerrillero de la selva, y yo les acabaría llevando a casa un nieto mestizo -me ha dicho-. Así que su compromiso fue que te trajeran a ti -ha dicho-. Ya puedes abrir los ojos…
La hermana-huésped ha cerrado las propias cubiertas de piel de los ojos para quedar ciega, con la barbilla inclinada hacia delante para ofrecerle la cara como un regalo a este agente. Y ha dicho:
– Ahora tú me toqueteas a mí…
Instalados a bordo del cuarto transporte público, ahora, la hermana-huésped dice:
– Por aquí a ninguna le hace falta irse a Tanzania para quedarse preñada. -Dice-: No les dije nada a mis padres, pero hace una temporada el reverendo Tony se me arrimó durante una sesión de un grupo de jóvenes y me ofreció hacerme de sacerdote privado a su manera. -Dice-: Es por eso por lo que llevo mi silbato antiviolación…
El diablo Tony.
Los dedos del agente-yo exploran la piel facial de la hermana, la superficie lisa y pulida de cada mejilla, resiguen el borde resbaladizo de los márgenes curvados de la boca, palpan los globos oculares movedizos y vivos debajo de las cubiertas de piel de los ojos, penetran los rebordes de cada orificio nasal hasta hundir las yemas en el agujero, lo frotan y se retiran, avanzan y se retiran, el dedo se mete en las entrañas del orificio nasal y a continuación se retira. Provocando que la hermana-huésped vocifere un aaa-chís húmedo, que estornude. Y que repita la rociada: aaa-chís.
Con un rubor de sangre inundándole la piel del cuello, la hermana-gata dice:
– ¿Qué? -Dice-: ¿Te estás follando mi nariz?
El capitán negroide del transporte público detiene el vehículo, activa la puerta para que se desencaje de la pared metálica y decreta por su micrófono amplificado:
– Fin de trayecto. -Dice-: Por favor, que todos los mimos se bajen.
Los vehículos que nos rodean en la vasta noche permanecen invisibles. Los grillos emiten chillidos de apareamiento. Los machos de las ranas croan. El capitán del vehículo abandona a este agente en compañía de la hermana-gata en el margen de la carretera asfaltada y flanqueada por una valla de alambres entrelazados, una zanja tipo trinchera que retiene agua rancia y muchas formas de vida vegetal invasiva. La valla está interrumpida por una cancela. Al otro lado de la cancela se abre un enorme campo asfaltado con macadán.
Cuando llega al campo enorme de macadán, vacío de automóviles, la hermana-huésped echa a correr con las rodillas muy dobladas y arrastrando los nudillos en posición de primate, con los hombros encorvados para quedar oculta detrás de una tapia del jardín. Se acerca al edificio ensamblado a base de ladrillos rojos. Un letrero estacionado en la entrada muestra una inscripción con palabras inglesas que dice: INSTITUTO DE MEDICINA RADIOLÓGICA. La hermana acuclillada continúa sosteniendo el saco de tela del cojín apoya-cráneos. Invade el saco con la mano y saca una tarjeta blanca del tamaño de una tarjeta de dinero de plástico. La tarjeta plastificada lleva adjunto un aparato con muelle para agarrarla del bolsillo pectoral de la blusa del padre-vaca huésped. De ahí cuelga el nombre de la insignia plastificada, el nombre de pila Donald Cedar, con el punto naranja del código de seguridad de nivel nueve. Con la tira indicadora de exposición a las toxinas biológicas típicas de la industria americana.
La hermana-huésped blande la tarjeta y dice:
– Esto no es ninguna cita -dice-. Esto es una clase introductoria de entrenamiento de espías.
La hermana camina en cuclillas, siguiendo con sigilo el borde desdibujado de las sombras, eternamente al resguardo de las cámaras de seguridad que escrutan el paisaje. Y usando una voz baja, la hermana-huésped dice: