Al momento siguiente, todos los niños son acompañados por los pasillos que se adentran más y más en el edificio, dirigidos en todo momento para girar a la izquierda, girar a la derecha o esperar. Se les indica que no hablen. Que no se quiten los abrigos.
Y en secreto, este agente recita dentro del cráneo, sin voz: «… nobelio, osmio, oxígeno…».
Los ecos de los pasos de los niños llegan a una caverna sin ventanas, provista de infinitas hileras alineadas de pupitres, como las olas sucesivas que se extienden entre la playa de un océano y el horizonte. Una enorme extensión interior de incontables pupitres de metal. A cada muchacho se le instruye para que se posicione en un asiento. Sin hablar. Y a todos se les indica que esperen órdenes adicionales.
El pupitre del agente-yo tiene la superficie pintarrajeada, rayada a navaja por sus antiguos ocupantes, números arábigos que se remontan a antes de los progenitores de este agente. Rayaduras que registran años previos a los gloriosos y reverenciados ancestros. El vandalismo dominante documenta el tedio de los niños del pasado mientras aguardaban su test. La frustración de la inactividad. La ansiedad generada por el temor a la futura carrera que el día de hoy iba a determinar: médico versus excavador de hoyos para cadáveres. Ingeniero civil ignorante versus restregador inmundo de suelos.
Grabada a navaja en la superficie del pupitre, cincelada a conciencia, una cita de las palabras del erudito ministro y noble general Adolf Hitler, que dice: «Al vencedor nunca vendrán a preguntarle si dijo la verdad».
Es probable que el Estado observe en secreto el decurso de la espera de los tests de los niños. Es probable que haya numerosas cámaras ocultas. Anotando si los niños están obedeciendo sus órdenes, sentados con paciencia y sin demostrar ansiedad. Con las manos juntas y los ojos fijos hacia delante. O en caso contrario: si los niños causan problemas, no consiguen estar quietos y son adecuados únicamente para la carrera de carnicero de despojos cárnicos.
Después de un momento muy largo, un momento muy lento, un momento interminable, muchos monitores de equipo hacen su entrada. Emprenden un largo desfile por entre las hileras de pupitres, distribuyendo los papeles de los tests, todos con muchas páginas. A cada niño le suministran un único lápiz de punta. Los monitores dan instrucciones: cada niño debe levantarse después de terminar su test. Salir del enorme salón por la puerta por la que entró. Y entregar el test finalizado al monitor de la salida.
El test profesional requiere típicamente la siguiente información: definir el teorema de De Moivre. Aplicar la ecuación del momento cinético. Calcular un área usando la fórmula del poliedro. Demostrar la ecuación de Avrami. La ecuación de Biot-Fourier. La ecuación de la energía cinética de rotación. Detallar el peso atómico del manganeso. La latitud y la longitud de la ciudad de Reikiavik. No se pregunta nada que supere el intelecto del niño más idiota. Una tarea simple. Que no exige esfuerzo. Limitada únicamente al conocimiento fácil.
Pasar de Celsius a Fahrenheit. Pasar de libras-pie de torsión a metros Newton.
Utilizar el teorema de Feuerbach. El teorema de Sylow.
Preguntas que no justifican ninguna preocupación. La fecha de la firma del Tratado de Gante. Las distancias entre la Tierra y la Luna, entre la Tierra y Marte y entre Marte y Júpiter.
La máquina de pensar del agente-yo finaliza a toda prisa el test y escribe las respuestas precisas a todas las preguntas. Se posiciona de pie y le entrega el test al monitor. Al momento siguiente, se le ordena que siga a otro monitor por el pasillo. Casi todos los compañeros-niños continúan en sus asientos, mordiendo la madera del mástil del lápiz hasta imprimirle muescas profundas, rascándose la cabeza propia, con la cabeza inclinada muy cerca del papel propio. Otros niños tienen el cráneo apoyado en los brazos cruzados sobre el pupitre y duermen.
Exultante, este agente emprende un rápido desfile para reunirse con sus progenitores y anunciarles lo fácil que era el test y que con todas las respuestas correctas lo más probable es que pueda convertirse en médico, ingeniero o eminente químico. Con semejante prestigio futuro, quizá pueda suministrar a sus progenitores un estatus de seguridad. Tal vez se les adjudique un retrete propio. Tal vez se les otorgue un automóvil privado. Tan exultante está este agente que no nota que lo están dirigiendo hasta llevarlo a una cámara nueva y más pequeña. Se le vuelve a indicar que se posicione sentado, en un pupitre rodeado de un simple puñado de compañeros-niños. Más tarde descubrirá que los niños se llaman Magda, Oleg, Ling, Tibor. Todos los presentes en la sala llevan cuatro años vivos desde nacer, Magda, Pavel, Boban, Sheena y Bokara. Están presentes Vaky, Metro, Sasha, Chernok, Tanek y Vigor, todos los futuros compañeros del agente-yo.
Para que conste en acta, ninguno de los jóvenes habla, todos permanecen sentados, con las manos juntas y la cabeza erguida.
Más tarde descubrirá que todos los niños presentes han logrado una puntuación perfecta en el test profesional.
La puerta de la sala permanece encajada en la pared.
En secreto, este agente recita dentro de su cabeza una diminuta oración, sin voz: «… samario, selenio, silicio…». Lleno de ansia por volver a presenciar la abundancia de ropa tendida, blusones, pantalones y túnicas, ejecutando su danza al son de la música del viento invisible. Por observar cómo caminan pavoneándose las numerosas palomas.
Sin embargo, al momento siguiente la puerta se desencaja y se abre para desvelar a un funcionario del Estado con uniforme de guardia ejecutivo, con el corazón de la casaca cubierto de una gruesa capa de muchas medallas de oro y muchas cintas de color rojo. Con un arma personal Beretta de nueve milímetros en el cinturón, pistola de tipo semiautomático. Penetra en la sala calzado con botas negras de cuero bruñido. Avanza con sus botas hasta posicionarse delante de los jóvenes presentes.
El guardia ejecutivo se quita el cubre-cabeza del uniforme, lo encaja entre el codo propio y el torso, y en posición de descanso de desfile proyecta la mirada de manera que establezca contacto con todos los niños presentes, y a continuación el guardia dice:
– Felicidades.
El guardia sumerge la mano en las profundidades del pantalón del uniforme propio para extraer un cuadrado de papel doblado. Lo desdobla. El papel blanco tiene unas palabras impresas. El guardia posiciona el papel de manera que le cubra los ojos propios, y un momento más tarde se pone a leerlo, diciendo:
– «Se hallan aquí presentes los ciudadanos más prometedores de la próxima generación gloriosa de nuestro Estado».
El guardia ejecutivo declama que la mayoría de nuestros compañeros estudiantes todavía está luchando por completar el test. Y por esa razón ofrecen unos talentos limitados para el futuro Estado. En el mejor de los casos, tal vez podrán convertirse en simples físicos nucleares o ingenieros aeroespaciales.
– «Sin embargo -dice el guardia ejecutivo, todavía leyendo del papel-, entre los niños de esta sala, el control futuro del Estado entero podrá ser transferido. A los presentes se les concederán posiciones punteras de plena autoridad en el Estado y en el partido.»
Al momento siguiente expresa un gran pesar por tener que transmitir un amargo mensaje adicional. El guardia ejecutivo nos recuerda el hecho enorme de que la nación americana es el enemigo primero y constante de nuestra pacífica y graciosa civilización. La corrupta y degenerada América. El guardia reitera las estadísticas de la historia pasada reciente de los ataques terroristas de Estados Unidos hacia nuestros ciudadanos inocentes. Cita frecuentes bombarderos suicidas americanos. Películas corrosivas de Hollywood.