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Ahogada entre los berridos de elogio al maíz bamboleante y a las reses posicionadas de manera que parecen estatuas, una voz susurrante dice:

– ¿Pigmeo?

La voz femenina de la hermana-huésped, la gata sigilosa, dice:

– La otra noche… -Dice-: En Acción de Gracias… -La hermana está posicionada inmediatamente detrás de este agente, sepultada en medio de las voces femeninas de tono agudo. La dulce exhalación de la hermana sacude la oreja de este agente.

La voz de la hermana queda camuflada entre el estruendo de todas las loas a la gloriosa ciudad de Kansas. A su modernidad. Menudos gritos de presunción. Menuda arrogancia americana. Mucho orgullo retumbante por un edificio rascacielos consistente en siete plantas. Por los retretes contenidos en el interior de la residencia en lugar de una mera fosa exterior excavada para albergar las heces. Los risueños jóvenes americanos braman con enorme egocentrismo por semejantes progresos recientes.

Con la voz ahogada por el revuelo de toda esa propaganda obligatoria de celebración, la hermana-gata dice:

– O sea, ¿me mangaste los cartuchos de impresora que te pedí?

Sin efectuar ninguna rotación del cuello para mirar a la hermana-gata a los ojos, este agente inclina el cráneo hacia delante y hacia atrás y repite el gesto para que su cabeza diga «sí». Con los dedos escondidos dentro del pantalón para acariciar la foto de las caras húmedas de los progenitores Stonefield. Y al mismo tiempo, para acariciar el levantamiento turgente del arma de este agente.

La voz de aliento dulce de la hermana dice:

– Creo que le has causado a mi hermano lesiones cerebrales con tantas drogas… -Dice-: Aunque en su caso es difícil saberlo.

Rodean a este agente los cráneos vociferantes de múltiples hembras viables para la reproducción: la antigua delegada de Noruega, la antigua delegada de Palau y la delegada de Zambia. Negroide. Mongoloide. Caucasiana. La señora Melones de Huerta. La señora Peras en Dulce. Todas sus vaginas albergan el tesoro escondido de un precioso cargamento de óvulos hambrientos de semillas masculinas. Todo un ejército de futuros soldados, médicos, agentes políticos e ingenieros civiles, suprimido a fin de que las hembras berreen canciones que promocionan el enorme avance cultural de la ciudad de Kansas. Que se jactan de los degenerados bailes de cabaret sin ropa. De los teléfonos públicos.

Qué corrupta es la malvada y vil cultura liberal americana. Qué pretencioso es Estados Unidos.

Al momento siguiente, otra voz femenina dice en tono susurrante:

– Atención, camarada.

Es la voz de la agente Magda, que se ha posicionado detrás de este agente. Con el oído delante de la hermana-gata, Magda dice:

– Es necesario realizar test de uso de la neurotoxina letal, antes de la Operación Estrago…

Y en el mismo momento, la hermana-gata dice:

– ¿Me besaste? -Dice-: Quiero decir, mientras yo estaba dormida…

La voz de Magda susurra:

– Es necesario exponer a un sujeto a la prueba para calcular los efectos de la toxina fatal.

El aliento de la hermana-gata emite un aroma dulce a goma de látex de mascar. El aliento de Magda emite olor a los dientes sucios de la agente.

En el mismo momento, la hermana-gata dice:

– O sea, cuando me desperté tenía los labios negros…

En medio de los jóvenes que canturrean la canción propagandística, numerosos machos sufren fracturas de brazos, llevan miembros en cabestrillo, envueltos en fundas de gruesa fibra de vidrio. Todos los estudiantes masculinos le han pedido a este agente que realice inscripciones de mensajes: «A mi mejor colega…». O bien: «Al miembro número uno de mi banda…». Jóvenes lisiados que corren de un lado a otro para suministrar los elementos del proyecto de la feria de las ciencias de este agente. Jóvenes prendados que me suministran contenedores para la bomba, ingredientes de la explosión y métodos de ignición. Cada uno aporta un elemento distinto, un mecanismo de relojería o un envoltorio marrón. No hay estudiante que sea capaz de adivinar el propósito total combinado de todos esos artículos inocuos: botes metálicos, radio-despertadores, nitrato de potasio, cinta adhesiva.

– Y otra cosa… -dice la hermana-gata-. Mi madre se encontró huellas negras de dedos en el chocho y me echa la culpa a mí.

En secreto, este agente recita dentro de su cabeza, sin voz alta: «… tantalio… titanio… tungsteno…».

La hermana-huésped dice:

– Si le has mangado las pilas a mi madre, tienes que confesarlo.

Los susurros de Magda dicen:

– Atención, camarada. -Dicen-: La directiva de la misión es comunicar el objetivo con el que se ha de probar la neurotoxina…

Todos los compañeros-estudiantes siguen evocando con sus orgullosos gorgoritos la grandeza del estado de Oklahoma. Durante sus cantos llenos de soberbia, los estudiantes teclean mensajes diminutos. Los distintos estudiantes juegan competiciones eléctricas consistentes en pulsar estratégicamente con los pulgares en las distintas lucecitas de colores de sus cajitas diminutas. Los distintos estudiantes descifran los textos recibidos en sus pantallas privadas. Cazan imágenes de muchos actores profesionales enzarzados en actos reproductivos, en múltiples variantes de apareamientos, en posiciones coitales, dando lecciones de reproducción. Y sin embargo, yerran: los instructores siempre depositan su semilla sobre las glándulas mamarias o las mejillas faciales o el ano de sus compañeras de reproducción, esos machos americanos idiotas jamás consiguen generar descendencia con éxito.

Siempre intentando fertilizar. Y nunca lo consiguen. Menudos modelos de conducta están hechos.

Siempre extrayendo el arma en el peor momento.

Los compañeros-agentes están todos presentes asistiendo al Coro juvenil de swing -Tibor, Mang, Chernok, Tanke, Otto y Vaky-, todos posando la vista en este agente. Casi toda la población de estudiantes masculinos va ataviada en el día de hoy con blusones negros que tienen impresas las palabras inglesas: «Propiedad de Jesús». Cuando sus miradas se encuentran con la del agente-yo, esos estudiantes colapsan la mitad de la cara para hacer un guiño ocular. Y continúan canturreando la canción propagandística.

La hermana-gata sigue susurrando, con su dulce aliento suspendido por encima del hombro del agente-yo y flotando hacia mi oído:

– Te propongo un trato, Pigmeo. -Dice-: Tú mantén las zarpas alejadas del coño de mi madre, y yo te enseñaré mi proyecto para la feria de las ciencias…

El susurro de la agente Magda vuelve a comunicar que no basta con que el compañero-agente se limite a ejecutar un proyecto de gran profundidad para la feria de las ciencias, un proyecto brillante e inspirado, sino que además tiene que sabotear los proyectos creados por los demás estudiantes-competidores. El agente debe asegurarse de la victoria de su proyecto en los preliminares locales y regionales, me recuerda Magda. Para garantizar la admisión de los proyectos letales en las finales nacionales celebradas en Washington D.C., en la capital de la nación diabólica. Para asegurarse de que la Operación Estrago tiene el peor impacto posible, zing-bum-patapum, y provoca un daño infinito en materia de muertes.

Venganza sobre las víboras americanas.

Dentro de su máquina de pensar, este agente se imagina a los progenitores propios, la narración mental última, y recita: «… xenón… yodo… zinc…».

Dentro de los pantalones del agente-yo, las caras dobladas de los progenitores Stonefield, derramando agua por los ojos. Sería posible que esa familia afligida fuera encarcelada, desterrada, rechazada del seno de la comunidad de la capilla del culto. Por el diablo Tony. El dedo de este agente está manchado de negro por culpa del contacto tan prolongado con la tinta. Pese a todo, no me es posible librarme del recorte de prensa.