Este agente llega en solitario y descubre que la puerta de la capilla del culto está afianzada con un robusto mecanismo de cerradura. Cerradura de seguridad tipo estándar. Los ojos del agente-yo se proyectan en sentido lateral hacia un lado, y luego se proyectan hacia el otro para asegurarse de que la calle está vacía de testigos posibles. Solo se perciben los movimientos helados de este agente. El viento de noviembre. Los estratos de las nubes, que sugieren un lúgubre vientre, un abdomen negro listo para depositar sus precipitaciones heladas. Todos los testigos creíbles se encuentran asistiendo a lecciones educativas, o tal vez trabajando en su ubicación de empleo, o bien atrapados por la programación televisiva diurna delante del aparato de visionado.
Para que conste en acta, los dientes del agente-yo van masticando los labios propios de manera que este agente se ve inundado del rubor de la sangre y sus labios inflados presentan un atractivo edema de poca importancia. El resultado son unos labios infantiles suculentos y seductores que ningún pedófilo podría resistir. Los dedos del agente-yo pellizcan la piel de las mejillas faciales propias para infundirles un rubor de sangre radiante. El efecto es la cara de un niño inocente ansioso por deshacerse de su virginidad.
En un solo instante veloz, las manos del agente-yo extraen una púa fina del pantalón e invaden el orificio de la llave a fin de violar la cerradura. Dan una violenta sacudida al agujero diminuto. Retuercen y aplican presión al interior de la estrecha ranura. Abusan de ella hasta que el cerrojo es engañado. La puerta ya no está encajada en la pared. Los ojos de este agente revisitan la ausencia de testigos posibles, y sus pies se aventuran en el interior de la capilla del culto. Cierro la puerta para sellar a este agente en el interior.
No está presente el esqueleto putrefacto viviente Doris Lilly. No están presentes los conciudadanos de la congregación.
La capilla del culto está vacía de sonidos. Silencio completo. Despojada de toda iluminación salvo la luz del sol contaminada a través de los tonos rojos y los intensos colores azules de la ventana de vidrios tintados. Que componen un crepúsculo perpetuo de santuario.
Hedor dulzón a numerosos genitales de plantas de crisantemo. Tonos vivos de penes y vaginas de plantas de clavel. Impregnados de los pigmentos procedentes de los vidrios de las ventanas. Con el resultado de que en cada inhalación respiratoria abundan los tonos del arcoíris y los aromas perfumados.
Los cordeles ardientes de los cilindros de parafina están apagados.
El único testigo es la estatua de yeso del falso hombre muerto, la falsa víctima de torturas subida a dos palos cruzados, con su sangre falsa de pintura roja en las manos y los pies.
Los pies del agente-yo emprenden un pequeño desfile hasta acercarse al altar del culto, la cuba de agua en la que Magda intentó ahogar al reverendo Tony. Al diablo Tony. Posicionado debajo de los pies del hombre de yeso que sangra pintura roja, este agente flexiona las piernas propias para ponerse en cuclillas. Al momento siguiente los músculos de sus piernas salen disparados, zip-bang, ejecutando el Brinco del Lémur, y su brazo se estira para agarrar los pies de yeso.
Para que conste en acta, no hay éxito. Se repite a continuación el Brinco del Lémur.
No se consigue alcanzar la estatua montada en lo alto de la pared.
Y dando botes dentro del pantalón, la ampolla de cristal que contiene la neurotoxina letal.
Sería posible para este agente introducir la toxina en la cuba de agua y asesinar a todos los individuos que en el futuro vayan a ser iniciados por el diablo Tony. Sería posible contaminar el libro de escrituras, la Santa Biblia, y de esa manera exterminar a todos sus lectores. Sería posible envenenar el cáliz compartido, el borde de la copa que utiliza la totalidad de los congregantes durante el ritual del vino, e infectarlo para que todos ingieran la toxina perniciosa.
Actos abyectos. Que hacen a este agente merecedor del futuro trauma del cáncer, que lo condenan ya por adelantado a un accidente aéreo fatídico. Que provocan que este agente se merezca el sufrimiento de todas esas torturas y ese asesinato premeditados por la deidad superior.
Recitando en secreto, este agente cita al magnífico estadista y valeroso magistrado supremo Joseph Stalin: «Una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes son una simple estadística».
Con las piernas comprimidas, este agente hace un intento más del Brinco del Lémur. Sus manos agarran las puntas de los pies de yeso de la estatua y se aferran al clavo de yeso que atraviesa el pie. El músculo del brazo del agente levanta a pulso al resto del cuerpo, y este trepa a la estatua que hay montada en lo más alto de la pared de la capilla. El individuo masculino desnudo y torturado está cubierto de una gruesa capa de mucho polvo. Este agente queda manchado y asfixiado por semejante densidad de polvo durante la escalada por la enorme figura de yeso. Cada muslo de yeso es el equivalente a un mortero de asedio de calibre 914 milímetros Little David de la artillería de Estados Unidos. Los brazos de yeso de la estatua son tan grandes como un mortero de asedio de calibre 800 milímetros Schwerer Gustav de la Alemania nazi.
Trepo por la estatua igual que si estuviera subiendo por el tronco principal y las ruinas de una Castanea dentata.
Escalando, encaramándose, afianzándose con las manos y encajando las puntas de los pies entre los detalles musculares de la estatua torturada, este agente trepa usando las piernas, asciende por la entrepierna de yeso y deja atrás el taparrabos. La mano del agente-yo encaja todos los dedos dentro de la gigantesca cavidad del ombligo de la estatua. Extiende el brazo a fin de poder aferrarse con la mano al pezón enorme de yeso. La estatua presenta la caverna de una herida falsa, infligida por una lanza en las profundidades del costado izquierdo del torso, una cruel herida mortal de la que rebosa pintura roja, practicada por debajo de la caja torácica en el abdomen lateral izquierdo. Sentado dentro del hueco de la laceración, al lado de las vísceras de yeso al descubierto, el agente-yo deja colgar las piernas y sus ojos pueden visionar ahora toda la extensión de la capilla del culto. Todos los asientos. La ubicación del ahora ausente ataúd de Trevor Stonefield.
Los rápidos latidos del músculo cardíaco del agente-yo remiten un poco. Obtienen descanso. Desde las alturas de la herida mortal, este agente experimenta el hedor dulzón y los colores rojo intenso y azul regio de la atmósfera del santuario. El enorme espacio inundado de esos colores rutilantes de las ventanas. El hedor perfumado.
Reanudando el esfuerzo de escalar por el hombre de yeso, este agente emerge de la herida para agarrarse al pomo del pezón gigante. Extiende el brazo para agarrar la clavícula. Impulsando a este agente todavía más arriba. Encuentra puntos seguros de apoyo para el pie entre las costillas de la estatua demacrada. Encuentra puntos de apoyo para el pie entre los muchos rizos del pelo de yeso del pecho. Encuentra apoyos para las manos entre los rizos de yeso de la barba del individuo masculino. Agarrando con las manos el sombrero falso de hebras trenzadas de gruesas espinas de yeso, este agente levanta a pulso sus propias caderas hasta quedar sentado encima del deltoides de plástico.
Para que conste en acta, este agente queda instalado sobre el hombro derecho de yeso del individuo masculino clavado a los palos de madera cruzados. Las piernas del agente-yo cuelgan y se balancean por encima del enorme músculo pectoral, golpeando la clavícula con los talones. Los labios del agente-yo se acercan al canal auditivo de la cabeza de yeso. El caparazón del cartílago de la oreja es lo bastante grande como para que el brazo entero del agente-yo escarbe en su interior.
De repente resuena una voz misteriosa. Tiene lugar un fuerte grito.