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Se describe aquí un entrenamiento estándar en el estudio de fuerza, atiborrado de infinitas hileras de pesas metálicas graduadas de hierro. Barras fijas que alardean de veinticinco kilos, cincuenta kilos y cien kilos de resistencia. Bancos equipados con andamios que sostienen pesas, pesas para deltoides y máquinas de remar. Todos los suelos y paredes están fabricados de cemento. Se oye el estruendo metálico de las pesas numerosas de hierro al golpear el suelo. El ruido metálico de unas pesas al golpear contra otras pesas.

Los gruñidos del agente Bokara mientras levanta pesas. Los gruñidos y berridos angustiados de esfuerzo de Otto. Los jadeos y exclamaciones ahogadas de fatiga del agente Metro.

Tumbado horizontalmente sobre la superficie de uno de los bancos, el agente-yo ejercita los brazos, y sus músculos abductores resisten la carga de entrenamiento de numerosos cientos de kilos de opresión. Se dedica a repetir el levantamiento-descenso de las unidades metálicas sometidas a un tirón masivo de la gravedad, de los discos traqueteantes de hierro forjado que hay montados en ambos extremos de la robusta barra. Con su peso aplastante.

Para que conste en acta, durante el entrenamiento de resistencia este agente es emparejado con la agente Magda. Mientras el agente-yo se dedica a levantar pesas en el banco, Magda se posiciona a horcajadas sobre su cara, lista para atrapar la barra aplastante cargada de infinitas pesas cuando por fin fallen los brazos del agente-yo. La regia entrepierna de Magda permanece suspendida por encima de la nariz de este agente, y este agente procede a levantar y a bajar, a levantar y a bajar la barra metálica cargada, expandiendo su musculatura pectoral a modo de noble servicio a este Estado glorioso.

El pecho de este agente se contrae y se expande mientras Magda dice, bramando para infundirle coraje:

– Deshazte de los grilletes, camarada.

Dice:

– No toleres a las estúpidas comadrejas.

Dice:

– No permitas la opresión de las naciones occidentales que aplastan los cráneos de los ciudadanos.

Los huesos del agente-yo y sus músculos crujen, sus articulaciones hacen ruido de desencajarse. Sus tendones tiemblan de dolor. Los brazos de este agente se elevan temblorosos y vibran como si estuvieran a punto de desplomarse. Levantan la carga. Bajan la carga. Con la respiración atrapada dentro de la caja torácica. Con la piel facial recalentada y sujeta a un gran rubor de sangre.

Y Magda dice entre dientes:

– Sufre, esclavo de mierda.

Dice:

– ¡Retuércete bajo la dominación del tacón de la bota americana!

Y dice a gritos:

– ¡Forcejea para resistir el control americano, débil marioneta!

La agente Magda apoya todo el peso propio sobre las placas de hierro forjado que hay ensartadas en la barra de ejercicios y dice:

– ¡Sufre el aplastamiento bajo la presión asfixiante de los medios de comunicación de Estados Unidos, esa industria de la degradación!

Con el suelo pélvico aposentándose para asfixiar la nariz del agente-yo, la agente Magda ejerce presión hacia abajo para colapsar el esternón de este agente, y a continuación se pone a gritar:

– ¡Los engranajes pulverizadores de la tiranía colonial de Occidente, la rueda de molino del imperialismo que lo mastica todo…!

Y dice a gritos:

– ¡Camarada! -Grita-: ¡América se muere de ansia hambrienta de macerar a todos los ciudadanos del globo!

Haciendo un gran esfuerzo por sobrevivir, este agente resiste los músculos agarrotados del brazo de Magda. El cráneo del agente-yo permanece oprimido entre los gruesos y muy olorosos muslos enormes de la agente Magda y la dura musculatura de sus glúteos.

Este agente no puede respirar.

Los dos brazos enormes con los músculos hipertrofiados de Magda empujan el hierro a fin de colapsar el tórax del agente-yo.

– Prepárate, camarada -dice Magda-. Para ser aplastado bajo las ruedas acechantes de la implacable ideología occidental.

Al momento siguiente, la puerta de la sala de entrenamientos se abre para desencajarse de la pared. Permitiendo el paso al muy reverenciado director en jefe de la Administración de Sanidad, que a continuación planta las botas en el suelo con las piernas muy separadas y apoya los puños en las crestas ilíacas de las caderas respectivas. Posando la vista facial sobre todos los agentes.

Para que conste en acta, de acuerdo con las normas, todos los presentes, Tibor, Magda y Vaky, dicen al unísono:

– Saludos, director muy estimado y reverenciado.

Con una sola voz al unísono, los agentes Mang, Chernok y Tanek dicen:

– Acepte, por favor, nuestro agradecimiento por la sabiduría que nos imparte.

Atrapado debajo de la barra con pesas, con la caja torácica comprimida, este agente dice con una voz que es un graznido:

– Acepte, por favor…

Con el músculo cardíaco resquebrajándose bajo semejante presión. Con el pulmón colapsado bajo tanta carga, dice en voz baja:

– … por la sabiduría que nos imparte.

El director en jefe lleva a cabo una reverencia con la cabeza.

Y todos los agentes inclinan también la cabeza.

El director en jefe cita al generoso monarca y eficiente tutor Adolf Hitler, diciendo:

– «El odio dura más que el desagrado».

Sus botas emprenden un desfile, un desfile negro y lustroso que lo lleva al centro de la cámara. Se posiciona en el centro de todos los agentes. Con el pecho cubierto de un grueso y victorioso legado de las muchas medallas recibidas. El director en jefe va ataviado con un uniforme rematado con charreteras cargadas de abundante oro trenzado. Los flecos dorados le bailan sobre los hombros. La mano del director desaparece dentro de la pechera del blusón y emerge sacando un grueso tajo de muchos papeles.

Los papeles resultan ser fotos satinadas. Una colección enorme de fotos muy numerosas.

Y en ese mismo momento, los brazos fornidos de la agente Magda rescatan con sus músculos abultados a este agente. Levantan la carga de la barra de las pesas. La colocan encima del soporte de seguridad.

La visión del agente-yo está inundada de estrellas. Galaxias desentrenadas de estrellas. Los deltoides, tríceps y músculos pectorales de este agente se han convertido en goma endeble. Sus brazos se encuentran laxos por culpa de la fatiga.

Con un gesto, el director en jefe requiere que todos los presentes se congreguen. Todos los agentes se aproximan.

Al momento siguiente, el muy estimado director se pone a distribuir las fotos satinadas desplegándolas por la superficie del suelo de cemento. Comienza a pavimentar el suelo usando muchas de esas fotografías. Crea un mosaico en expansión, que cada vez se extiende más, ocupando un área creciente, hasta que los agentes necesitan caminar hacia atrás para dejar espacio. Y sigue desembolsando más fotografías, más fotografías sin cesar.

Para que conste en acta, lo que las imágenes muestran es: carne. Sangre. Huesos. Tejidos de piel y grasa y tendones goteantes, masticados, macerados y hechos jirones. Manojos retorcidos de color claro. Charcos de espeso kétchup de casquería. Tejidos destruidos. Pulpa encharcada de jugo rojo. Esquirlas de hueso hecho trizas.

Las fotos ocupan todo el campo de visión: restos mutilados. Carne hecha jirones e inflada como una esponja de la carne que la empapa. Astillas abundantes de huesos destrozados y convertidos en un enredo deshecho. Huesos de color blanco brillante. Piel replegada. Piel rasgada. Un mejunje de pastel de carne gris retorcido que antes eran máquinas de pensar. Salpicaduras de estallido, rociadas de color carmesí.

La alfombra creciente de esas fotografías sigue extendiéndose hasta llenar casi por completo la sala. La sangre de las fotos inunda el suelo hasta requerir que todos los agentes caminen hacia atrás, hasta que los talones les quedan atrapados contra la pared de cemento. Tibor, Magda, Oleg, todos los agentes quedan encajados entre el enorme mar de carne sanguinolenta y la pared de cemento fría que les oprime las espaldas.