– Atención, jóvenes camaradas -dice el director en jefe. Dice-: Examinen con mucha atención esta exposición.
Desplegado y expuesto ante todos: un collage abigarrado, un montaje del tamaño de una pradera de muertos entremezclados. No se pueden distinguir caras humanas. Solo hay un amplio estanque de carne hecha pulpa.
– Aquí se honran -dice el director en jefe- las últimas imágenes en la tierra de los desafortunados progenitores de ustedes…
La honorable familia de este agente: el resultado de la bomba terrorista americana. La evidencia de las atrocidades de la explosión.
Nada de caras. Nada de supervivientes. Un estallido de dolor violento y todas las familias quedaron aniquiladas. Borradas violentamente de la faz de la tierra.
Los amados progenitores del agente-yo: mártires de los prejuicios americanos. Sacrificados en nombre de la aspiración imperial de la gente depravada de Estados Unidos.
Qué típico de América: una tierra que te vende los cereales del desayuno con una pistola enterrada en el paquete a modo de bonificación. No es de extrañar que esa nación inmoral albergue muertes a cuchilladas en competiciones de lucha libre dentro de jaulas. Que haga concentraciones de camiones monstruosos.
La imagen de tanta pintura de color rojo intenso empuja a todos los agentes a un rincón del cemento.
Cita: «El odio dura más que el desagrado».
Al momento siguiente, el director en jefe hunde la mano dentro de su blusón. Sus dedos emergen sosteniendo una carpeta de cartón que lleva impresas en el margen las palabras: «Operación Estrago».
COMUNICADO TRIGESIMOSEGUNDO
Empieza aquí el informe trigesimosegundo del agente-yo, número 67, sentado dentro de la cámara de dormir de la hermana-huésped. En el día presente, después de la instrucción diaria celebrada en el Centro de Educación Secundaria XXXXX. Mientras la madre-huésped se ha ausentado para interrogar al padre-huésped encerrado en el Edificio Federal XXXXX. Mientras el hermano-huésped se encuentra entregado a la práctica del deporte XXXXX.
En el día de hoy no se percibe en la casa ningún pequeño temblor vibrante de felicidad. No hay misiles de la felicidad que vibren en las profundidades líquidas del sótano de la madre-huésped. No hay baterías que hagan temblar sus entrañas. Para que conste en acta, la residencia de la familia-huésped Cedar está vacía salvo por la hermana gata-sigilosa y este agente.
En el momento actual, la hermana está inclinada sobre la superficie de trabajo adyacente, con el soldador en la mano. Llevando a cabo una exploración del cadáver del falo asesino de la feria de ciencias. Escarbando entre el plástico derretido y los circuitos chamuscados del color del carbón. Investigando la posible razón de la avería catastrófica por la cual dicho falo puso en peligro a todos los espectadores. Una voluta curvada y espiral de humo blanco parecida a una cola se eleva de la punta del soldador, un humo que traza dibujos en el aire.
La hermana-huésped hunde la punta en el plomo fundido y lo traslada, respirando una cola de serpiente de humo. Y dice:
– Bueno, Pigmeo… -Sin aparcar la mirada del falo post mortem, dice-: Tal vez el mundo entero esté enamorado de ti, pero te aseguro que yo no.
Los oídos del agente-yo consumen ávidamente las palabras de la hermana, pero no consiguen descifrarlas. Este agente está sentado en el borde de la cama de la hermana-huésped, en el colchón sobre el cual se amontonan las mantas, cubiertas de animales hechos de hilo marrón. Todos los animales sonríen. Animales marrones que sujetan cordeles atados a pelotas flotantes infladas con helio.
El agente-yo dice con los labios:
– ¿Explicación?
Animales humorísticos.
La hermana-gata mira con los ojos guiñados al calor, el plomo líquido que el soldador ha derretido encima de la superficie de trabajo, y dice:
– Has tocado mi proyecto, ¿verdad?
En secreto, la voz interior del agente-yo recita la tabla periódica: «… aluminio, antimonio, angora…».
Detrás de un velo de humo, de un halo y de una neblina de humo pálido emitido por el metal caliente, la cara de la hermana dice:
– Me has traicionado. -Dice-: Cuando yo te entrené como espía…
Blandiendo la vara al rojo vivo, la cara de la hermana no dice nada. Silencio. Sus orificios nasales soplan el humo del metal. Acre. Y por fin su boca dice:
– Y has saboteado mi proyecto para la feria de las ciencias.
Dentro de su cráneo, este agente recita: «… argón, arsénico, Ann Arbor…».
Al momento siguiente, inhalando el humo blanco serpenteante, la hermana-gata no dice nada. Ni una palabra. Esperando respuesta.
– Es imperativo -dice este agente, en voz alta- que la hermana no asista a las finales de la Feria Nacional de las Ciencias. -Dice-: Allí habrá peligro. -Dice-: Un peligro total y enorme.
Con la cara inclinada sobre el recorrido flotante de las hebras blancas y las curvas espirales de humo, la hermana-huésped dice:
– ¿Y por qué te iba a creer yo ahora? -Dice-: No dices nada más que mentiras.
Este agente cita al glorioso revolucionario y heroico portaestandarte Eugene Debs:
– «El progreso nace de la agitación. Hay que elegir entre la agitación y el estancamiento».
Parpadeando en medio del humo blanco, la hermana-gata dice:
– La verdadera inteligencia empieza cuando uno deja de citar a los demás…
La máquina de pensar del agente-yo recita: «… zinc, zirconio, Zoloft…».
Este agente solicita la fuente de tan profunda declaración.
– ¿Que a quién estoy citando? -dice la hermana-gata. Levanta los hombros hacia las orejas propias, en lo que se llama un encogimiento, y dice-: Supongo que me estoy citando a mí misma…
Este agente levanta la mano, poniendo todos los dedos rectos como si estuviera haciendo una promesa. Y los labios del agente-yo dicen:
– ¿Equipo Cedar?
Pero la hermana no entrechoca su mano con la mía. Al momento siguiente, la hermana gata-huésped se revuelve y esgrime la punta ardiente del soldador, la blande para amenazar con establecer contacto entre este agente y la punta afilada de color de fuego. Y el calor ardiente. Y amenazándome así, la hermana-huésped dice:
– Y ahora sal de mi habitación, joder.
COMUNICADO TRIGESIMOTERCERO
Empieza aquí el informe trigesimotercero del agente-yo, número 67, en plena incursión al centro de venta Wal-Mart destinada a adquirir provisiones para la Feria Nacional de las Ciencias. Calzones interiores limpios, pasta dental, peine capilar, todos ellos suministros requeridos con el objeto de emprender viaje en aeronave XXXXX. Viaje para albergarse en hotel de lujo corrupto XXXXX. para incubar la amplia distribución de la neurotoxina letal XXXXX y matar al instante a millones de americanos, y probablemente también a Tibor, Mang, Ling y todos los compañeros-agentes, entre ellos el agente-yo. Probablemente también se convertirá en mártir Magda, que va cargada con un feto. El cumplimiento de la misión de nuestras vidas: la Operación Estrago.
Solo es menester no asesinar a la hermana-gata, la hermana- huésped. Sigue siendo la más amada, pese al reciente desprecio que dicha hermana ha mostrado hacia este agente. El agente-yo morirá igual que murió Trevor Stonefield: adorando pero no siendo adorado.
Solo. Sin ser amado. Ataviado con calzones interiores limpios.
Las puertas mágicas silenciosas se deslizan de lado y desaparecen dentro de la pared para abrir un camino desde el exterior. Las puertas se deslizan hasta revelar en el interior a la anciana esclava ataviada con blusón rojo, Doris Lilly. La vetusta centinela posa sus ojos con cataratas grises sobre el agente-yo, recorre a este agente de arriba abajo con la vista y dice con una voz que parece de loro viejo: