– Bienvenido a Wal-Mart. -Dice-: Camarada.
Este agente empieza a preguntar, con la cara del agente-yo diseñada para mirar a los ojos con expresión agradable:
– Muy venerada anciana madre… ¿dónde se venden aquí los calzones inter…?
Y al momento siguiente se interrumpe. La máquina de pensar del agente-yo permanece detenida en la palabra camarada.
La cara de la antigua momia envuelta en piel moribunda se limita a mirarme con sus cataratas, sin parpadear.
Y en ese mismo momento, una voz dice:
– Eh, Pig-man.
Procedente de otro lugar cercano, la voz masculina dice:
– ¿Puedo hablar contigo?
La piel caída del loro vetusto se eleva formando una sonrisa. Los bordes de su mancha de cera roja se abren para formar una boca, y su sonrisa de cera se expande hasta dejar ver unas prótesis dentales, diciendo:
– Buena suerte en la Feria Nacional de las Ciencias…
La voz masculina resulta venir del hermano perro-puerco. El aliento le apesta a Ritalin. Desprende un hedor contaminante a adhesivo para maquetas de aviones y a masturbación frecuente. El hermano-huésped blande un papel blanco que se revela como un sobre. Los dedos del perro-puerco tiran del sobre para abrirlo y extraen un papel de color amarillo. Una carta de tamaño estándar. Y dice:
– ¿Tienes un momento?
El sobre que le entregó la mano de la hembra Stonefield, en medio de los ritos funerarios del diablo Tony.
La mano del agente-yo palpa la fotografía de prensa que este agente lleva doblada dentro del bolsillo. Palpa la ampolla de neurotoxina sustraída de la oficina del padre-huésped arrestado. Ofreciéndole una sola inhalación, podría asesinar al hermano-huésped. Asesinar a Doris Lilly. Resolver todos los misterios y los conflictos posibles.
Este agente se palpa la muela ahuecada y llena de cianuro letal. Una sola mordedura letal podría acabar con este agente para siempre.
Mientras este agente está de camino, el agente Tibor se le aproxima y le hace entrega de un grueso fajo con una enorme cantidad de dinero de papel americano. Una tremenda masa de muchos billetes de uno, cinco y veinte dólares.
Para que conste en acta, este agente permite que el hermano perro-puerco lo guíe en su pequeño desfile. Dejan atrás la ubicación donde el matón amarillo-claro maltrató al hermano-huésped. Dejan atrás las mesas que ofrecen numerosos zapatos en venta. Zapatillas de tenis, zapatillas de atletismo y para jugar a los bolos. Zapatillas de lucha libre. Zapatillas de baloncesto. Zapatillas para gimnasio. Cuando por fin llegan a los estantes cargados de colonia Listerine, el hermano-huésped se detiene y gira los ojos lateralmente en una dirección, y a continuación en la dirección opuesta. No hay más ciudadanos presentes como testigos.
Al momento siguiente, se produce un encuentro con el antiguo delegado de Tanzania, encuentro que cataliza una enorme sonrisa y hace que el delegado diga:
– ¡Pigmeazo! -Dice-: ¿Qué pasa, coleguita?
Al momento siguiente, se produce un encuentro con la señora Flanes de Vainilla. La estimada señora parpadea con mirada de flirteo y chilla:
– ¡Pigmeo! -Dice-: ¡Uau, cómo moló lo de la Feria de las Ciencias!
Cuando nos quedamos a solas, aislados en medio de un pasillo vacío y con la única compañía del hermano-huésped, las manos de este abren la hoja de papel. Los dedos le vibran. Le tiemblan. La voz del perro-puerco también le tiembla cuando dice:
– Necesito leerte una cosa que me ha dado la señora Stonefield…
A modo de respuesta, este agente podría enseñarle al hermano-puerco a hacer, raaaca-fuaca, el Zarpazo del Zorro.
Los ojos del perro-puerco se evaden a los lados y evitan mirar a los ojos de este agente. Las letras del alfabeto inglés, escritas a mano en un costado del sobre, dicen: «Para Pigmeo».
El agente-yo podría negociar con entrenar al hermano- huésped, zaca-bum, para ejecutar con precisión el Trallazo del Tigre.
Y en ese momento, el agente Tanek se acerca para entregarle a este agente un gran volumen adicional de billetes monetarios americanos.
El hermano-puerco mantiene la mirada fija en la carta y se pone a leerla:
– «Querido Pigmeo…».
Este agente podría ofrecerle al hermano, cata-crac, enseñarle el Porrazo de la Pantera. Después de lo cual podría matar instantáneamente a todos sus enemigos.
– «Querido Pigmeo -repite el hermano-huésped-. Probablemente no debería sentir vergüenza, porque si estás leyendo mi carta entonces debo de estar muerto.»
La máquina de pensar del agente-yo recita en secreto y sin voz alta: «… niobio, níquel, Naughahyde…».
Leyendo en voz alta la carta, el hermano-huésped dice:
– «Probablemente sea mejor así».
Y dentro de su cráneo este agente recita: «… fermio, fluoruro, fórmica…».
Y el hermano-puerco sigue leyendo:
– «Es mejor estar muerto, supongo, que vivir sabiendo lo que no puedo tener. ¿Me entiendes? -Sigue leyendo-: Tal vez sea mejor vivir tal como te imaginas la vida cuando eres niño. Antes de volverte demasiado listo».
Este agente se refleja un millón de veces, y también el hermano perro-puerco, mientras pasan entre todos los artículos nuevos y relucientes. El plástico bruñido. Las expansiones atiborradas de vinilo. Todas las cosas americanas que te suplican que te las lleves a casa.
El hermano-puerco lee del papeclass="underline"
– «Si me ofrecieran volver al día antes de que tú y yo estuviéramos en aquel baño, te aseguro que no dejaría pasar la oportunidad. El problema es que es imposible -sigue leyendo-. Si no quieres compartir mi vida conmigo, tal vez compartirás mi muerte».
Con la mirada posada sobre la carta, sigue leyendo:
– «Siento lo que va a pasar mañana en las Naciones Unidas, cómo te engañaré para que me mates. -Sigue leyendo-: Tú me has hecho un hombre nuevo. Y eso es mucho. -Sigue leyendo-: Gracias».
Y para terminar, escrito en el papeclass="underline" «Te quiere», seguido de «Trevor Stonefield».
Los dedos del agente-yo palpan la ampolla que lleva metida en el pantalón, con la toxina. Dentro de su cráneo recita la oración del héroe benévolo y salvador altruista Mao Tse-Tung: «¡Si tienes que cagar, caga! ¡Si tienes que tirarte un pedo, tíratelo! Así te sentirás mucho mejor».
– Ese dinero que me diste en el Wal-Mart -dice el hermano-puerco-. Olía a culo… -dice-: ¿Cómo es posible?
Desde la lejanía, desde el distante pasillo terminal, el único testigo es el anciano esqueleto Doris Lilly. Observando con sus cataratas, sin parpadear. Al momento siguiente, su amenazadora cabeza arrugada se inclina hacia delante y lo vuelve a hacer para repetir ese gesto de la cabeza que quiere decir «sí». Los pies del ominoso cadáver se ausentan, deambulando para terminar con su presencia, eclipsándose por detrás de un montón de alimentos absurdos para el desayuno, de muchos montones de nutrientes en proceso de expirar.
Objetos moribundos. Clientes moribundos. Tristeza desesperante.
En ese momento llega el agente Chernok para impartir una porción generosa de fondos abundantes en papel moneda legal americano. Billetes con retratos impresos de los presidentes Lincoln, Jackson y Washington.
Cita: «¡Si tienes que cagar, caga! ¡Si tienes que tirarte un pedo, tíratelo! Así te sentirás mucho mejor».
Las manos del agente-yo hurgan mucho más adentro del pantalón, y sus dedos agarran la ampolla de cristal. La extraen a fin de presentársela al perro-puerco. Y la voz de este agente, empleando un tono informal, le explica que la ampolla contiene Listerine: una colonia eficaz para volver locas a todas las señoritas. Despliega la ampolla para hacerla más apetecible. Y anuncia que ha inventado un afrodisíaco super-mega-eficaz, tal como el hermano-puerco le pidió. Sostiene en alto la ampolla con la toxina letal, acercando la mano más y más a la cara del hermano-huésped.