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– Si es de cañones recortados, me cabrá debajo de un abrigo.

– ¿En pleno verano de Missouri? Te vas a morir de calor. Ya puestos, ¿por qué no una ametralladora o un lanzallamas?

– Las ametralladoras tienen un ángulo de dispersión demasiado amplio, y le podría dar a algún inocente. Y los lanzallamas abultan demasiado y montan unos cristos que no veas.

Me puso una mano en el hombro para detenerme.

– ¿Alguna vez has usado lanzallamas contra un vampiro?

– No, pero lo he visto usar.

– Dios mío. -Miró al vacío un instante y añadió-: ¿Funcionó?

– De maravilla, pero era un poco bestia y quemó también toda la casa. Demasiado aparatoso.

– Me imagino. -Echamos a andar de nuevo-. Debes de odiar a los vampiros.

– No los odio.

– ¿Y por qué los matas, entonces'?

– Porque es mi trabajo y se me da bien.

Doblamos una esquina y vi el aparcamiento donde había dejado el coche. Tenía la impresión de haberlo aparcado hacía días, pero según el reloj sólo habían pasado unas horas. Era un poco como el desfase horario, pero en lugar de cruzar meridianos, uno se cruza con gente y pasan cosas. Demasiados acontecimientos traumáticos y la noción del tiempo se va a la mierda. Y me habían pasado demasiadas cosas en demasiado poco tiempo.

– Seré tu contacto durante el día. Si necesitas algo o quieres enviar un mensaje, aquí tienes mi número. -Me puso una caja de cerillas en la mano.

La miré. Ponía CIRCO DE LOS MALDITOS en letras rojo sangre sobre fondo negro brillante. Me la metí en el bolsillo.

Tenía la pistola en el maletero. Me la puse en la pistolera del sobaco; me daba igual no tener una chaqueta para taparla. Llevar una pistola a la vista llama la atención, sí, pero la gente no da la vara. A veces, incluso se echa a correr y abre paso. Para las persecuciones es ideal.

Zachary esperó a que estuviera sentada en el coche y se apoyó en la puerta abierta.

– No puede ser sólo un trabajo, Anita. Tiene que haber algo más.

Puse el coche en marcha y levanté la vista hacia sus ojos claros.

– Les tengo miedo. Destruir lo que se teme es muy natural.

– La mayoría de la gente se pasa la vida evitando lo que teme. Tú en cambio lo persigues; es una locura.

En eso tenía razón. Cerré la puerta y lo dejé en la calurosa oscuridad. Pero mi trabajo consistía en resucitar muertos y matar no muertos. Eso hacía y eso era. Si empezaba a cuestionarme los motivos, dejaría de matar vampiros. Así de fácil.

Aquella noche no me cuestionaba nada; todavía era cazadora de vampiros. Seguía siendo lo que me llamaban: era la Ejecutora.

Capítulo 15

La luz del alba corrió por el cielo como una cortina de luz. La estrella polar parecía un diamante diminuto mientras empezaba a clarear.

Había visto amanecer dos días seguidos, y la costumbre me estaba empezando a poner de mal humor. Lo difícil iba a ser decidir con quién pagarlo y qué hacer, así que de momento, era preferible dormir. El resto podía esperar; tendría que esperar. Llevaba horas funcionando a base de miedo, adrenalina y pura cabezonería. En la tranquilidad del coche le presté atención a mi cuerpo, y no estaba muy contento que digamos.

Me dolía sujetar el volante y me dolía girarlo; confiaba en que las heridas de las manos no fueran tan graves como parecía. Tenía todo el cuerpo agarrotado. Siempre se subestiman los cardenales, pero duelen. Y más dolerían después de dormir. No hay nada como despertarse tras una buena paliza; es como tener resaca en todo el cuerpo.

El rellano de mi piso estaba en silencio. El aire acondicionado ronroneaba suavemente. Casi podía sentir a las personas que dormían detrás de las puertas. Tuve ganas de apoyar la oreja en una de ellas para ver si podía oír la respiración de mis vecinos. Qué silencio. La madrugada es la hora más íntima. Es un momento ideal para estar solo y disfrutar del silencio.

Sólo hay más silencio a las tres de la mañana, pero yo no soy entusiasta de las tres de la mañana.

Tenía las llaves en la mano, y casi había llegado a la puerta, cuando me di cuenta de que estaba entreabierta. Era una rendija diminuta; estaba casi cerrada, pero no del todo. Me situé a la derecha del umbral y apreté la espalda contra la pared. ¿Me habrían oído sacar las llaves? ¿Quién habría dentro? La adrenalina burbujeó en mí como champán del bueno, listaba atenta a todos los juegos de luz y sombra. Tenía el cuerpo en estado de alerta, aunque rezaba por que no fuera nada.

Saqué la pistola y me apoyé en la pared. Y ahora, ¿qué? No se oía ningún sonido en el interior; nada. Podían ser más vampiros, pero estaba a punto de amanecer, así que podrían ser otra cosa. ¿Quién más querría meterse en mi casa? Respiré profundamente. No tenía ni idea. Cualquiera diría que ya debería estar acostumbrada a no saber qué cono pasa, pero no me acostumbraré nunca. Me pone de pésimo humor y me asusta un poco.

Tenía varias opciones. Podía irme y llamar a la policía; no era mala idea. Pero ¿qué podían hacer los policías que no pudiera hacer yo, salvo entrar a que los mataran en mi lugar? Inaceptable. Podía esperar en el pasillo hasta que quienquiera que fuese sintiera curiosidad. Pero podía tirarme un buen rato, y quizá el piso estuviera vacío. Me iba a sentir idiota si me pasaba horas apuntando con la pistola a un piso vacío. Estaba cansada y quería irme a la cama. ¡Mierda!

Siempre podía entrar disparando. No, más fáciclass="underline" podía tumbarme en el suelo, empujar la puerta y disparar a cualquiera que estuviera dentro. Si iba armado, claro. Y si había alguien dentro.

Lo más sensato habría sido esperar y ganar a los intrusos en paciencia, pero estaba cansada. Tener tantas opciones me bajaba el nivel de adrenalina a marchas forzadas. Y es que llega un momento en que, sencillamente, no se puede más. No me sentí capaz de quedarme allí fuera, con la única compañía del aire acondicionado, y permanecer alerta. No me dormiría de pie, pero casi. Y al cabo de una hora se levantarían los vecinos y podrían verse atrapados en un tiroteo. Inaceptable. Lo que tuviera que ocurrir, que ocurriera en aquel momento.

Decisión tomada. Bien. No hay nada como el miedo para despejar la mente. Me aparté de la pared tanto como pude y crucé al otro lado, apuntando a la puerta. Desde la pared de la izquierda, avancé hacia el lado de las bisagras. La puerta se abría hacia dentro. Sólo tenía que empujarla y permanecer pegada a la pared; sencillísimo. Sí, ya.

Puse una rodilla en tierra y encogí los hombros como una tortuga que pudiera esconder la cabeza. Suponía que cualquier pistola dispararía alto, al nivel del pecho. Agachada, quedaba bastante por debajo de la altura del pecho.

Empujé la puerta con la mano izquierda y me agarré al marco. Funcionó de maravilla: estaba apuntando directamente al pecho del malo. Sólo que tenía las manos levantadas y me sonreía.

– No dispares -dijo-. Soy Edward.

Me quedé arrodillada mirándolo; lo quería matar.

– Capullo. Sabías que estaba aquí fuera.

– He oído las llaves -dijo, juntando las manos.

Me levanté y eché un vistazo a la habitación. Edward había movido mi sillón blanco para ponerlo frente a la puerta. Todo lo demás parecía en su sitio.

– Te aseguro que estoy solo, Anita.

– Te creo. ¿Por qué no me has llamado?

– Quería ver si seguías en forma. Podría haberte volado la tapa de los sesos cuando has titubeado frente a la puerta haciendo ese ruidito tan mono con las llaves.

Cerré la puerta a mi paso y eché el cerrojo, aunque la verdad es que, con Edward en casa, era más seguro estar fuera que dentro. No era un tipo imponente; si no se lo conocía, no daba miedo. Medía uno setenta y cinco, y era delgado, rubio, con ojos azules, encantador… Pero si yo era la Ejecutora, él era la Muerte. Él era quien había usado el lanzallamas.

Había trabajado con él en algunas ocasiones, y sabe el cielo la seguridad que se siente. Llevaba encima un arsenal que ni Rambo, pero era un pelín descuidado con los transeúntes inocentes. Había empezado como asesino a sueldo, y hasta ahí llegaba lo que sabía la policía. Supongo que los humanos le parecieron demasiado fáciles, y se pasó a los vampiros y los cambiaformas. Y yo era consciente de que si en algún momento le resultaba más útil muerta que como «amiga», no dudaría en matarme. Edward no tenía escrúpulos. Y aquello lo convertía en el asesino perfecto.