– ¿Qué te pongo, Anita? -Tenía la voz a juego con el cuerpo, grave y potente.
– Lo de siempre.
Me puso un vaso pequeño de zumo de naranja. Vitaminas. Fingíamos que era un destornillador, para que mi tendencia a la sobriedad no dañara la reputación del bar. ¿A quién le gusta emborracharse rodeado de abstemios? Además, ¿qué pintaba en un bar alguien que no bebía?
– Necesito información -dije después de tomar un trago de falso destornillador.
– Lo suponía. ¿Qué quieres?
– Datos sobre un hombre llamado Phillip que baila en el Placeres Prohibidos.
– ¿Vampiro? -preguntó levantando una ceja espesa.
– Adicto a los vampiros -dije con un movimiento de negación.
Dio una larga calada al cigarrillo, haciendo que el extremo brillara como un ascua. Echó una gran bocanada de humo apartando educadamente la cabeza.
– ¿Qué quieres saber?
– ¿Es de fiar?
– ¿De fiar? -Se quedó mirándome un momento y sonrió-. Joder, Anita, es un yonqui. Da igual a qué esté enganchado: drogas, alcohol, sexo, vampiros…, da lo mismo. Sabes que ningún yonqui es de fiar.
Asentí. Lo sabía, pero ¿qué podía hacer?
– Pues no tengo más remedio.
– Joder con las compañías que frecuentas, chica.
Sonreí. Luther era la única persona a la que permitía que me llamara así. Para él, todas las mujeres eran chica, y todos los hombres, tío.
– Necesito saber si has oído algo realmente chungo sobre él -dije.
– ¿En qué andas metida? -preguntó.
– Ni te lo puedo decir ni serviría de nada que te lo dijera.
Me observó un momento, dejando caer la ceniza sobre la barra. La limpió con aire ausente, con el paño blanco.
– Vale, por está vez acepto que no me digas nada, pero más vale que la próxima tengas algo que compartir.
– Prometido -dije con una sonrisa.
Sacudió la cabeza y sacó otro cigarrillo del paquete que siempre tenía detrás de la barra. Dio una última calada al que ya estaba casi consumido y se colocó el nuevo entre los labios. Acercó el extremo brillante del cigarrillo encendido a la punta intacta del nuevo e inhaló. El papel y el tabaco prendieron con un brillo rojo anaranjado, y Luther apagó el cigarrillo antiguo en el cenicero, ya atiborrado, que llevaba consigo de un lado a otro.
– Sé que en el Placeres hay un bailarín que está enganchado. Asiste a las fiestas defreaks y se lleva de putísima madre con cierto tipo de vampiros. -Luther se encogió de hombros con un movimiento que me sugirió una montaña con hipo-. No le conozco ningún chanchullo, salvo que es un yonqui y que va a las fiestas. Joder, Anita, es bastante. Yo diría que es alguien de quien es mejor mantenerse apartado.
– Lo haría si pudiera. -Me tocó a mí encogerme de hombros-. Pero ¿no has oído nada más sobre él?
– Ni una palabra -dijo tras pensarlo un momento, mientras daba una calada a su cigarrillo nuevo-. No es nadie importante en el Distrito: una víctima profesional. Aquí se suele hablar de los lobos, no de las ovejas. -Frunció el ceño-. Momento. Me acaba de venir algo a la cabeza. -Lo pensó detenidamente y su rostro se ensanchó en una sonrisa-. Sí, acabo de acordarme de un «lobo». Un vampiro que se hace llamar Valentine y lleva antifaz. Se jacta de haber sido el primero que se lo hizo a Phillip.
– ¿Y?-dije.
– No-me refiero a que fuera quien lo enganchó, chica, sino a que fue el primero y punto. Presume que lo atacó cuando era un crío, y se lo hizo tan bien que le sigue gustando.
– Virgen santa. -Recordé al Valentine de las pesadillas y al de carne y hueso. ¿Y si lo mío me hubiera ocurrido de pequeña? ¿Qué efecto habría tenido algo así?
– ¿Conoces a Valentine? -preguntó Luther.
– Sí. ¿Sabes qué edad tenía Phillip cuando lo atacó?
– No -dijo, sacudiendo la cabeza-, pero se dice que más de doce años son demasiados para Valentine, salvo que sea por venganza; es muy vengativo. Dicen que si el ama no lo tuviera a raya, sería un peligro.
– Puedes apostarte el culo a que lo es.
– Lo conoces. -No era una pregunta.
– Necesito saber dónde está Valentine durante el día -le dije.
– ¿Dos informaciones a cambio de nada? Te estás pasando.
– Lleva antifaz porque lo rocié con agua bendita hace dos años. Hasta anoche creía que estaba muerto, y él pensaba lo mismo de mí. En cuanto pueda, intentará matarme.
– Tú eres difícil de matar, Anita.
– Alguna vez tiene que ser la primera, y basta con una.
– Eso es cierto. -Empezó a secar vasos que ya estaban secos-. No sé. Si corre la voz de que te damos información sobre los lugares de descanso diurnos, las cosas se nos pueden poner feas. Podrían prender fuego al local, y con nosotros dentro.
– Tienes razón. No tengo derecho a pedírtelo. -Pero me quedé sentada en el taburete, mirándolo, rogándole en silencio que me dijera lo que necesitaba saber. Arriesga la vida por mí, viejo amigo; yo haría lo mismo por ti. Porfaaa…
– Si me juraras que no usarías la información para matarlo, te lo diría -dijo Luther.
– Te mentiría.
– ¿Tienes una orden de ejecución contra él? -preguntó.
– Igual la han revocado, pero podría conseguir otra.
– ¿Esperarías a tenerla?
– Es ilegal matar a un vampiro sin orden judicial -dije.
– No te estoy preguntando eso. -Me miró fijamente-. ¿Te saltarías la ley con tal de matarlo?
– Puede.
– Un día de estos van a detenerte, chica. -Sacudió la cabeza-. Un asesinato no es ninguna broma.
– Siempre es mejor que dejar que me destrocen el cuello -repliqué encogiéndome de hombros.
– Bueno… -Parpadeó. No sabía qué decir y se puso a limpiar un vaso reluciente una y otra vez con sus manazas-. Primero tengo que preguntárselo a Dave, pero si le parece bien, te daré la información.
Me acabé el zumo de naranja y pagué, dejando una propina del carajo para mantener las cosas claras. Dave no reconocería jamás que me ayudaba por mis contactos con la policía, así que tenía que haber intercambio de dinero, aunque no se acercara ni por asomo al valor de la información.
– Gracias, Luther.
– Dicen que anoche conociste al ama de los vampiros. ¿Es cierto?
– ¿Te enteraste antes o después de que ocurriera? -pregunté.
– Si lo hubiera sabido, te lo habría dicho gratis. -Pareció dolido.
– Perdona. Llevo unas noches muy malas.
– No hace falta que lo jures. ¿Así que el rumor es cierto?
¿Qué podía hacer? ¿Negarlo? Si parecía que lo sabía medio mundo. Ya no se puede confiar ni en los muertos a la hora de guardar un secreto.
– Puede. -Puesto que no lo había negado, era como decir que sí. Luther entendía el juego. Asintió.
– ¿Qué querían de ti?
– No puedo decírtelo.
– Hum… Vale, pero ten mucho cuidado. No te vendría mal algo de ayuda, si es que puedes confiar en alguien.
¿Confiar? No era un problema de confianza.
– Puede que sólo haya dos maneras de salir de este lío, Luther. Yo escogería la muerte. Una muerte rápida sería lo mejor, pero dudo que tenga la oportunidad de elegir si las cosas van mal. ¿Cómo voy a meter a alguien en esto?
– No sé qué decir, chica. -Me contemplaba fijamente con su cara redonda y oscura-. Me gustaría saberlo.
– Y a mí.
Sonó el teléfono. Luther contestó. Me miró y me acercó el aparato, arrastrando el largo cable.
– Es para ti -dijo.
– ¿Sí? -dije al llevarme el auricular a la oreja.
– Soy Ronnie. -Tenía la voz llena de emoción contenida, como una niña la mañana de Navidad.
– ¿Tienes algo? -pregunté, con un nudo en el estómago.