Ned era un diminutivo de Edward, igual que Teddy. ¿Se había reunido Malcolm con el asesino de los muertos vivientes? Puede que sí, puede que no. También podía ser una reunión clandestina con otro Ned. O quizá Bruce no estaba en su puesto y, sencillamente, otra persona había apuntado la cita. Repasé el resto de la agenda tan deprisa como pude. No había nada más que llamara la atención, y todas las demás anotaciones estaban escritas con la meticulosa caligrafía de Bruce.
Malcolm se había reunido con Edward, si era Edward, dos días antes del primer asesinato. Si aquello era cierto, ¿qué podía significar? Que Edward era el asesino y que Malcolm lo había contratado. Lo que no me cuadraba era que si Edward hubiera querido matarme, se habría encargado personalmente. ¿Podía ser que a Malcolm le hubiera entrado el pánico y hubiera enviado a uno de sus seguidores? Podía ser.
Estaba sentada en una silla junto a la pared, hojeando una revista, cuando se abrió la puerta. Malcolm era alto, y tan flaco que casi daba pena, con unas manos grandes y huesudas que le pegarían más a un hombre musculoso. Su pelo corto y rizado tenía el espantoso tono de las plumas de jilguero. Es el problema de los rubios cuando se tiran casi trescientos años a oscuras.
La última vez que había visto a Malcolm me había parecido guapo, perfecto. En aquel momento lo encontré casi vulgar, como a Nikolaos con su cicatriz. ¿Me habría dado Jean-Claude la capacidad de ver el verdadero aspecto de los maestros vampiros?
La presencia de Malcolm fue llenando la habitación como si fuera agua invisible, que me erizaba la piel y la dejaba helada. Me llegaba por las rodillas y seguía subiendo. Dándole novecientos años más, llegaría a rivalizar con Nikolaos. Aunque yo no estaría para comprobarlo.
Me levanté mientras él cruzaba la habitación. Llevaba un atuendo discreto: traje azul oscuro, camisa azul celeste y corbata de seda azul. La camisa clara hacía que sus ojos parecieran del azul de los huevos de petirrojo. Me sonrió con su cara angulosa, y no intentó nublarme la mente. A Malcolm se le daba muy bien resistir aquel impulso: toda su credibilidad radicaba en que no hacía trampas.
– Me alegro de verla, señorita Blake. -No me tendió la mano; era demasiado listo-. Bruce me ha dejado un mensaje muy confuso. ¿Algo relativo a los asesinatos de vampiros? -preguntó con voz profunda y tranquilizadora, como el sonido del mar.
– Le he dicho a Bruce que tengo pruebas de que su Iglesia está involucrada en los crímenes.
– ¿Y las tiene?
– Sí. -Lo creía de verdad. Si se había reunido con Edward, tenía a mi asesino.
– Hummm, no miente. Y aun así, sé que no es cierto. -Su voz me envolvió, cálida y densa, poderosa.
– ¡Trampa! -Sacudí la cabeza-. Ha usado sus poderes para sondearme la mente. Muy mal.
– Yo controlo mi Iglesia, señorita Blake -dijo encogiéndose de hombros y abriendo las manos-. Nadie de aquí cometería la acción de la que nos acusa.
– Anoche atacaron con porras una fiesta de freaks. Hubo heridos. -La última parte era una suposición.
– Una pequeña facción de nuestros seguidores sigue recurriendo a la violencia -dijo con el ceño fruncido-. Las fiestas de freaks, como usted las llama, son abominaciones, y hay que acabar con ellas, pero siempre por la vía legal. Es lo que les digo a mis seguidores.
– Pero ¿los castiga cuando lo desobedecen? -pregunté.
– No soy un policía ni un sacerdote que tenga que imponer castigos. No son niños; son dueños de sí mismos.
– Sí, claro.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó.
– Que es un maestro vampiro. Ninguno de ellos puede oponerse a su voluntad. Harán todo lo que quiera.
– No utilizo los poderes mentales con mi congregación.
Sacudí la cabeza. Su poder me subía por los brazos como una ola fría. Ni siquiera lo hacía a propósito; sólo rezumaba. ¿Se daba cuenta? ¿Podía ser accidental, realmente?
– Tuvo una reunión dos días antes del primer crimen.
– Tengo muchas reuniones. -Sonrió con cuidado de no enseñar los colmillos.
– Ya lo sé; está muy solicitado, pero seguro que se acuerda de esta. Contrató a un hombre para que matara vampiros. -Le observé la cara, pero era demasiado bueno. Hubo un destello en sus ojos, tal vez de inquietud; pero desapareció, y la seguridad regresó a su mirada azul y brillante.
– Señorita Blake, ¿por qué me está mirando a los ojos?
– Si no intenta hechizarme, no pasa nada -respondí encogiéndome de hombros.
– He intentado convencerla de ello varias veces, pero prefería la… seguridad. En cambio, ahora me mira directamente. ¿Por qué?
Se acercó a mí tan deprisa que lo vi borroso. Saqué la pistola, sin pensarlo. Es lo que tiene el instinto.
– Vaya -dijo.
Lo miré fijamente, dispuesta a encajarle una bala en el pecho si daba un paso más.
– Tiene al menos la primera marca, señorita Blake. La ha tocado un maestro vampiro. ¿Quién?
Solté aire en un largo suspiro. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
– Es una larga historia.
– La creo. -De repente estaba otra vez junto a la puerta, como si no se hubiera movido nunca. Tenía que reconocer que era bueno.
– Contrató a un hombre para que matara a los vampiros que van a las fiestas -dije.
– No -contestó.
Siempre me pone nerviosa que alguien se quede como si nada cuando lo estoy apuntando con una pistola.
– Pero contrató a un asesino.
– Supongo que no esperará que reconozca nada parecido, ¿verdad? -dijo encogiéndose de hombros con una sonrisa.
– Supongo que no. -Qué diablos, podía preguntárselo-. ¿Tienen alguna relación usted o su Iglesia con los asesinatos de vampiros?
Casi se echó a reír. No me extraña. Nadie en su sano juicio habría contestado que sí, pero a veces se pueden deducir cosas por la forma en que una persona niega algo. La mentira que se escoge puede ser casi tan reveladora como la verdad.
– No, señorita Blake.
– Contrató a un asesino. -Hice que sonara como una afirmación.
Se le desdibujó la sonrisa. Me miró fijamente, y su presencia me cosquilleó la piel como un enjambre.
– Señorita Blake, creo que ya va siendo hora de que se vaya.
– Un hombre ha intentado matarme hoy.
– No veo cómo puede ser culpa mía.
– Tenía dos marcas de mordiscos en el cuello. -De nuevo aquel destello en los ojos. ¿Incomodidad? Puede-. Me estaba esperando a la entrada de su iglesia. Me he visto obligada a matarlo en los escalones. -Una pequeña mentira, pero no quería involucrar más a Ronnie.
Tenía el ceño fruncido, y un reguero de ira se propagó como el fuego por la habitación.
– No lo sabía, señorita Blake. Lo investigaré.
Bajé la pistola, pero no la guardé. Sólo se puede apuntar a alguien durante cierto tiempo. Si no tiene miedo, y si nadie va a atacar, queda bastante ridículo.
– No sea demasiado duro con Bruce. No reacciona muy bien ante la violencia.
Malcolm se enderezó, estirándose la americana. ¿Un gesto nervioso? Vaya, vaya. Había puesto el dedo en la llaga.
– Lo investigaré, señorita Blake. Si era miembro de nuestra iglesia, le debemos una humilde disculpa.
¿Qué podía decirle? ¿Gracias? No parecía apropiado.
– Sé que contrató a un asesino, y eso no es buena publicidad para su iglesia. Creo que está detrás de los crímenes. Puede que tenga las manos limpias, pero los asesinatos se cometieron con su aprobación.
– Por favor, váyase inmediatamente, señorita Blake -dijo abriendo la puerta.
– No se preocupe; ya me voy. -Crucé el umbral, aún con la pistola en la mano-. Pero eso no significa que se haya librado de mí.
– ¿Sabe qué significa la marca de un maestro vampiro? -Me miraba furioso.