¿Mi amo? ¿Qué coño estaba diciendo? Yo no tenía amo.
Pasó las manos por el costado de Phillip. Le enjugó la sangre con una mano para mostrar la piel lisa e intacta. De pie delante de él, no le llegaba ni a la clavícula. Phillip había cerrado los ojos. Ella echó la cabeza atrás, y vi un destello de colmillos cuando separó los labios con un gruñido.
– No. -Avancé hacia ellos. Winter me puso las manos en los hombros y sacudió la cabeza lentamente. No podía interferir.
Le clavó los colmillos en el costado. Phillip tensó el cuerpo, arqueó el cuello y sacudió los brazos, tirando de las cadenas.
– ¡Déjalo en paz! -Le di un codazo en el estómago a Winter, que gruñó y me clavó los dedos en los hombros hasta que sentí deseos de gritar. Me rodeó con los brazos y me apretó contra su pecho, inmovilizándome por completo.
Nikolaos apartó la cara de la piel de Phillip. La sangre le corría por la barbilla. Se lamió los labios con una lengua rosada y diminuta.
– Qué ironía -dijo, con una voz mucho más cascada de lo que el cuerpo llegaría a estar nunca-. Le encargué a Phillip que te sedujera, y fuiste tú quien lo sedujo a él.
– No somos amantes. -Me sentía ridícula apretada contra el pecho de Winter.
– Negarlo no os servirá de nada a ninguno de los dos.
– ¿Y qué nos servirá? -pregunté.
Hizo un gesto, y Winter me soltó. Me puse fuera de su alcance, pero eso me acercó a Nikolaos, así que no supe si había salido ganando.
– Vamos a hablar de tu futuro, Anita. -Empezó a subir las escaleras-. Y del de tu amante.
Di por sentado que se refería a Phillip y no la corregí. El hombre sin nombre me indicó que la siguiera escaleras arriba. Aubrey se acercó a Phillip; iban a quedarse a solas. Inaceptable.
– Nikolaos, por favor.
No sé si fue por el por favor o por qué, pero se volvió.
– ¿Sí? -dijo.
– ¿Puedo pedirte dos cosas?
Me sonrió divertida; la diversión de un adulto con una niña que ha usado una palabra nueva. No me importaba qué pensara de mí mientras hiciera lo que yo quería.
– Por pedir… -dijo.
– Que cuando nos vayamos, todos los vampiros salgan de esta habitación. -Seguía mirándome y sonriendo; de momento, íbamos bien-. Y que me dejes hablar con Phillip a solas.
Su risa fue un sonido agudo y salvaje, como campanillas agitadas por una tormenta.
– Tienes agallas, mortal. Lo reconozco. Empiezo a entender qué ve Jean-Claude en ti.
Dejé pasar el comentario, porque me parecía que se me escapaba parte de su significado.
– ¿Puedes concederme lo que pido, por favor?
– Llámame ama y lo tendrás.
Tragué saliva de manera audible en el súbito silencio.
– Por favor… ama. -Qué mayor. No me atraganté ni nada al pronunciar la palabra.
– Muy bien, reanimadora; muy, pero que muy bien. -Sin necesidad de que ella dijera nada, Valentine y Aubrey subieron los escalones y salieron por la puerta. No pusieron ningún pero, lo que ya era aterrador.
– Dejaré a Burchard en las escaleras. Es humano; si habláis en voz baja, no podrá oíros.
– ¿Burchard? -pregunté.
– Sí, reanimadora, Burchard, mi siervo humano. -Me miró como si insinuara algo, pero mi expresión no pareció complacerla. Frunció el ceño y se volvió bruscamente con un balanceo de faldas blancas. Winter la siguió como un cachorrito obediente atiborrado de esteroides.
Burchard, el otrora hombre sin nombre, ocupó su puesto frente a la puerta cerrada. Se quedó mirando al frente, y no a nosotros; aquella era toda la intimidad que íbamos a conseguir.
Me acerqué a Phillip, que seguía sin mirarme. Su espesa melena castaña nos separaba como una cortina.
– Phillip, ¿qué ha pasado?
– El Placeres Prohibidos. -Estaba afónico de gritar. Tuve que ponerme de puntillas y pegarme a él para oírlo-. Me han cogido allí.
– ¿Y Robert no ha intentado detenerlos? -Por algún motivo, me parecía importante. Sólo lo había visto una vez, pero parte de mí estaba furiosa porque no había protegido a Phillip. Él se ocupaba de todo mientras Jean-Claude estaba fuera, y Phillip era una de las cosas de las que se tenía que ocupar.
– No es lo bastante fuerte.
Perdí el equilibrio y tuve que frenarme apoyando las manos en su pecho herido. Di un salto y aparté las manos, llenas de sangre.
Phillip cerró los ojos y se recostó en la pared. Tragó saliva con fuerza, y vi que tenía dos mordiscos nuevos en el cuello. Lo dejarían morir desangrado, si es que a alguien no se le iba la mano antes.
Bajó la cabeza y trató de mirarme, pero el pelo le había tapado los dos ojos. Me sequé la sangre en los vaqueros y volví a ponerme casi de puntillas a su lado. Le aparté el pelo de los ojos, pero volvió a caer. Empezaba a ponerme nerviosa. Lo peiné con los dedos hasta que el pelo le quedó apartado de la cara. Tenía el cabello más suave de lo que parecía, espeso y tibio por la calidez de su cuerpo.
– Hace unos meses -susurró con la voz quebrada- habría pagado por esto. -Casi sonreía.
Lo miré fijamente y comprendí que intentaba bromear. Dios mío. Se me hizo un nudo en la garganta. -Es hora de irse -dijo Burchard.
Miré los ojos marrones de Phillip y vi que la luz de las antorchas se reflejaba en ellos como en espejos negros.
– No te dejaré aquí, Phillip.
Posó los ojos en el hombre de las escaleras y otra vez en mí. El miedo lo hacía parecer más joven, desamparado.
– Hasta luego -dijo.
– Cuenta con ello -dije, apartándome de él.
– No es prudente hacerla esperar -dijo Burchard.
Probablemente tenía razón. Phillip y yo nos miramos un momento. El pulso le saltaba bajo la piel como si tratara de escapar. Me dolía la garganta y se me encogía el corazón. La luz de las antorchas pareció diluirse. Me volví y me dirigí a los escalones. Las cazadoras de vampiros frías como el acero no lloran. Al menos en público. Al menos si pueden evitarlo.
Burchard me sostuvo la puerta. Miré una vez más a Phillip y lo saludé con la mano, como una idiota. Me vio marcharme, con unos ojos que de repente eran, demasiado grandes para la cara, como un niño que ve que sus padres salen de la habitación antes de que hayan desaparecido todos los monstruos.
Tuve que dejarlo allí; solo, desamparado. Que Dios se apiade de mí.
Capítulo 38
Nikolaos estaba sentada en su silla de madera tallada y balanceaba los pies diminutos que no le llegaban al suelo. Adorable.
Aubrey estaba apoyado en la pared y se pasaba la lengua por los labios para apurar los últimos restos de sangre. Valentine estaba muy quieto detrás de él, mirándome fijamente.
Winter se quedó a mi lado. El carcelero.
Burchard se acercó a Nikolaos y apoyó una mano en el respaldo.
– Qué, reanimadora, ¿ya no bromeas? -preguntó Nikolaos. Seguía usando la versión adulta de su voz. Era como si tuviera dos y pudiera cambiarlas pulsando un botón.
Negué con la cabeza. No me sentía muy ocurrente.
– ¿Se te han acabado las ganas de pelear? ¿Te rindes?
La miré, y la ira me sacudió como una ola de calor.
– ¿Qué quieres, Nikolaos?
– Eso está mucho mejor. -El tono de su voz subía y bajaba, con una risita de niña al final de cada palabra. Puede que nunca volvieran a gustarme los niños.
– Jean-Claude debería estar cada vez más débil en su ataúd. Tendría que empezar a tener hambre, pero está fuerte y bien alimentado. ¿Cómo es posible?
No tenía ni la más remota idea, así que seguí callada. ¿Sería una pregunta retórica? No lo era.
– Contéstame, Aaa-niii-taaa. -Alargó mi nombre, como mordiendo cada sílaba.
– No lo sé.
– Claro que sí.
No lo sabía, pero no iba a creerme.
– ¿Por qué estás torturando a Phillip?