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– Vaya, vaya -dijo Nikolaos-. ¿Tanto te asusto?

– Sí -dije cuando por fin logré ponerme en pie. ¿Para qué negarlo?

– ¡Oh, qué bien! -exclamó aplaudiendo. Su rostro cambió en un instante. La niñita había desaparecido, y ningún vestido de puntillas rosa habría conseguido que la viera. La cara de Nikolaos se había vuelto más afilada, extraña, y sus ojos eran grandes estanques en los que podía ahogarme-. Escúchame, Anita. Siente mi poder en tus venas.

Me quedé mirando al suelo, y el miedo era una sensación fría en la piel. Esperé a que algo tirara de mi alma, a que su poder me sometiera. No ocurrió nada.

Nikolaos frunció el ceño. La niña había vuelto.

– Te mordí, reanimadora. Deberías venir arrastrándote cuando te lo pido. ¿Qué has hecho?

Murmuré una breve plegaria de todo corazón.

– Agua bendita -respondí.

– Esta vez te mantendremos vigilada hasta el tercer mordisco -dijo con un gruñido-. Ocuparás el sitio de Theresa, y puede que entonces muestres más interés por descubrir quién está matando vampiros.

Reprimí con todas mis fuerzas el impulso de mirar a Zachary. No porque no quisiera delatarlo; no me habría importado, pero estaba esperando el momento en que pudiera sacarle partido. La información podía servir para que mataran a Zachary, pero no nos quitaría de encima a Burchard ni a Nikolaos. Zachary era el menos peligroso de toda la habitación.

– No creo -dije.

– Oh, pero yo sí, reanimadora.

– Prefiero morir.

– Es que quiero que mueras, Anita -dijo abriendo los brazos-. Quiero que mueras.

– El sentimiento es mutuo.

Soltó una risita que me dio dentera. Si de verdad quería torturarme, le habría bastado con encerrarme en una habitación y reírse. Qué infierno.

– Vamos, niños y niñas, vamos a la mazmorra a jugar. -Nikolaos abrió la marcha, y Burchard nos indicó que la siguiéramos. Obedecimos. Zachary y él iban detrás, pistola en mano. Phillip se quedó indeciso en el centro de la habitación viéndonos marchar.

– Dile que nos siga, Zachary -dijo Nikolaos.

– Ven, Phillip, sígueme -ordenó Zachary.

Phillip se volvió y nos siguió, indeciso y con la vista desenfocada.

– Continúa -me dijo Burchard. Levantó un poco el fusil, y seguí adelante.

– Echándole miraditas a tu amante -dijo Nikolaos-; qué tierno.

La puerta de la mazmorra no estaba muy lejos. Si trataban de encadenarme, los atacaría y los obligaría a matarme. Aquello significaba que lo mejor era emprenderla con Zachary. Burchard podría herirme o dejarme inconsciente, cosa que no me convenía en absoluto.

Nikolaos nos guió escaleras abajo, al interior de la mazmorra. Vaya día para un desfile. Phillip iba detrás, pero ahora miraba a su alrededor y veía las cosas tal como eran. Se quedó inmóvil, contemplando el lugar donde Aubrey lo había matado. Extendió el brazo para tocar la pared y flexionó la mano, frotando los dedos contra la palma, como si sintiera algo. Se llevó una mano al cuello y encontró la cicatriz. Gritó. El grito reverberó en las paredes.

– Phillip -dije.

Burchard me mantuvo apartada de él. Phillip se quedó encogido en un rincón, con la cara oculta y los brazos alrededor de las rodillas. Emitía un sonido agudo y lastimero.

– ¡Basta, basta! -Me acerqué a Phillip, y Burchard me contuvo poniéndome el subfusil en el pecho. Le grité en la cara-. ¡Mátame! ¡Mátame, cabrón! Será mejor que esto.

– Ya es suficiente -dijo Nikolaos. Avanzó hacia mí, y me aparté. Siguió andando, obligándome a retroceder hasta que choqué con la pared-. No quiero que te maten, Anita, pero quiero que sufras. Mataste a Winter de una puñalada; vamos a ver cómo eres de hábil. -Se apartó de mí-. Burchard, devuélvele los cuchillos.

Él no vaciló ni preguntó por qué. Sencillamente, se me acercó y me los entregó por la empuñadura. Yo tampoco pregunté nada. Los cogí.

Nikolaos estaba de repente junto a Edward, que empezó a apartarse.

– Mátalo si vuelve a moverse, Zachary.

Zachary se acercó a él empuñando la pistola.

– Arrodíllate, mortal -dijo Nikolaos.

Edward no obedeció. Me miró. Nikolaos le dio un puntapié en la corva, suficientemente fuerte para hacerlo gruñir. Cayó sobre una rodilla, y ella le cogió el brazo derecho y se lo inmovilizó en la espalda. Una mano diminuta le aferró la garganta.

– Si te mueves te rompo el cuello, humano. Siento tu pulso en la mano como una mariposa. -Rió, llenando la habitación de un horror pegajoso y sobrecogedor-. Burchard, enséñala a manejar un cuchillo.

Burchard se dirigió a la pared opuesta. La puerta quedaba encima de él, al final de los escalones. Dejó el subfusil en el suelo, desenfundó la espada y la colocó a su lado. Después sacó un cuchillo largo, de hoja casi triangular.

Hizo unos estiramientos para calentar, y yo me quedé mirándolo.

Sé usar un cuchillo. También sé lanzarlo con puntería; practico mucho. La mayoría de las personas les tienen miedo a los cuchillos. Si una se muestra dispuesta a abrirlas en canal, tienden a asustarse. Burchard no era como la mayoría. Se agachó un poco, con el cuchillo en la mano derecha, sujeto firmemente pero no con demasiada fuerza.

– Lucha con Burchard, reanimadora, o este morirá. -Tiró con fuerza del brazo de Edward, pero él no gritó. Ya podía dislocarle el hombro, que Edward no gritaría.

Me guardé un cuchillo en la funda de la muñeca derecha. Luchar con un cuchillo en cada mano puede quedar muy vistoso, pero nunca se me ha dado bien. Le pasa a mucha gente. Además, Burchard tampoco tenía dos cuchillos.

– ¿A muerte? -pregunté.

– No puedes matar a Burchard, Anita. No seas tonta. Sólo te cortará un poco. Te dejará probar su filo; nada grave. No quiero que pierdas demasiada sangre. -Hablaba con un rastro de risa, pero desapareció, y su voz recorrió la habitación como un viento flamígero-. Quiero verte sangrar.

Genial.

Burchard empezó a rodearme, y yo me mantuve de espaldas a la pared. Cuando me atacó, el cuchillo centelleó. No cedí terreno; esquivé su hoja y traté de apuñalarlo cuando se abalanzó contra mí. Mi cuchillo cortó el aire. Estaba fuera de mi alcance, mirándome fijamente. Tenía seiscientos años de práctica, más o menos. Yo no podía superar aquello. Ni de lejos.

Sonrió. Lo saludé con una leve inclinación de cabeza, y él me imitó. Una señal de respeto entre dos guerreros, quizá. O eso, o estaba jugando conmigo. ¿A que no adivináis qué me parecía más probable?

De repente tenía su cuchillo encima, y sentí un corte en el brazo. Golpeé hacia fuera y le di en el estómago, pero se lanzó hacia mí en lugar de retirarse. Al esquivar el cuchillo me aparté de la pared. Sonrió. Mierda, quería dejarme al descubierto. Su alcance era el doble que el mío.

Sentí en el brazo un dolor punzante e inmediato, pero una fina línea escarlata surcaba su estómago plano. Le sonreí. Entrecerró los ojos ligeramente. ¿El poderoso guerrero estaba inquieto? Ojala.

Me aparté de él. Aquello era ridículo. Los dos íbamos a morir, trozo a trozo. Qué diablos. Ataqué. Lo pillé por sorpresa, y retrocedió. Me agazapé como él, y empezamos a girar por la habitación.

– Sé quién es el asesino -dije entonces.

Burchard arqueó las cejas.

– ¿Cómo dices? -preguntó Nikolaos.

– Sé quién está matando vampiros.

Burchard me alcanzó de repente y me hizo un corte en la camiseta. No me dolió. Estaba jugando conmigo.

– ¿Quién? -Dijo Nikolaos-. Dímelo o mato a este humano.

– Cómo no -dije.

– ¡No! -gritó Zachary. Se volvió para dispararme, y la bala pasó silbando por encima de mi cabeza. Burchard y yo nos tiramos al suelo.

Edward gritó. Me incorporé a medias para correr hacia él. Tenía el brazo retorcido en un ángulo imposible, pero estaba vivo.