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– Sí, eso sí. Lo siento, ma petite.

– Métete el ma petite donde te quepa.

Se encogió de hombros. Su cabello negro tenía reflejos rojizos a la luz de las antorchas. Era sobrecogedor.

– Y déjate de trucos de feria, Jean-Claude.

– ¿A qué te refieres?

– Sé que lo de la belleza sobrenatural es un engaño, así que deja de hacerlo.

– No estoy haciendo nada -dijo.

– ¿Y eso qué significa?

– Cuando lo sepas, ven a verme y lo hablamos.

Estaba demasiado cansada para jugar a los acertijos.

– ¿Quién te crees que eres para utilizar a la gente de este modo?

– El nuevo amo de la ciudad. -De pronto estaba junto a mí, y me rozaba la mejilla con los dedos-. Y tú me has puesto en el trono.

Me aparté de un salto.

– Mantente alejado de mí durante una temporada, Jean-Claude, o te prometo que…

– ¿Me matarás? -Sonreía; se estaba riendo de mí.

No disparé. Y hay quien dice que no tengo sentido del humor.

Encontré una habitación con el suelo de tierra y varias tumbas superficiales. Phillip me dejó conducirlo a ella. Cuando estábamos contemplando la tierra recién removida, se volvió hacia mí.

– ¿Anita?

– Calla -dije yo.

– Anita, ¿qué está pasando?

Empezaba a recordar. En unas horas estaría más vivo, hasta cierto punto. Casi podría ser el Phillip de siempre durante un día o dos.

– ¿Anita? -insistió con voz aguda e incierta, como un niño pequeño con miedo a la oscuridad. Me cogió el brazo, y su mano era muy real. Seguía teniendo los ojos de aquel marrón perfecto-. ¿Qué está pasando?

Me puse de puntillas y lo besé en la mejilla. Tenía la piel tibia.

– Necesitas descansar, Phillip. Estás cansado.

– Cansado -repitió con un asentimiento.

Lo acompañé a la tierra blanda. Se tendió, pero se incorporó de inmediato e intentó aferrarme, con el miedo reflejado en la mirada.

– ¡Aubrey! Me…

– Aubrey está muerto. Ya no volverá a hacerte daño.

– ¿Muerto? -Se miró el cuerpo como si lo viera por primera vez-. Aubrey me mató.

– Sí, Phillip.

– Tengo miedo.

Lo abracé y le froté la espalda en círculos suaves e inútiles. Me agarraba como si no fuera a soltarme nunca.

– ¡Anita!

– Tranquilo, tranquilo. Todo va bien. Todo va bien.

– Vas a devolverme a la tumba, ¿verdad? -Se apartó un poco para verme la cara.

– Sí -dije.

– No quiero morir.

– Ya estás muerto.

– ¿Muerto? -Se miró las manos y las flexionó-. ¿Muerto? -Se tumbó en la tierra recién removida-. Ponme a descansar.

Lo hice.

Al final se le cerraron los ojos y se le relajó la cara, muerta. Se hundió en la tumba y desapareció.

Me dejé caer de rodillas junto a la tumba de Phillip y me eché a llorar.

Capítulo 48

Edward tenía el hombro dislocado y dos fracturas en el brazo, además de la mordedura de vampiro. A mí me pusieron catorce puntos. Los dos nos recuperamos. Trasladaron el cadáver de Phillip a un cementerio. Cada vez que voy a trabajar allí me acerco a saludarlo, aunque sé que está muerto y que le da igual. Las tumbas son para los vivos, no para los muertos. Nos dan algo en lo que concentrarnos, para que no tengamos que pensar en que un ser querido se está pudriendo bajo tierra. A los muertos no les importan las flores bonitas ni las estatuas de mármol.

Jean-Claude me envió una docena de rosas blancas inmaculadas de tallo largo. En la nota ponía: «Si has contestado a la pregunta sinceramente, ven a bailar conmigo».

Escribí «No» en el dorso de la tarjeta y la pasé por debajo de la puerta del Placeres Prohibidos durante el día. Me había sentido atraída por Jean-Claude. Puede que todavía me sintiera atraída. ¿Y qué? A él le parecía que aquello cambiaba las cosas; a mí, no. Me bastaba con visitar la tumba de Phillip para saberlo. Joder, tampoco me hacía falta. Sé quién y qué soy.

Soy la Ejecutora y no salgo con vampiros; los mato.

NOTA ACERCA DE LA AUTORA

Laurell K. Hamilton nació en 1963 en Heber Springs (Arkansas), creció en un pequeño pueblo de Indiana y reside en las proximidades de San Luis (Misuri). Entre sus primeras lecturas recuerda una recopilación de relatos de Robert E. Howard, y siempre ha sentido especial predilección por los géneros fantástico y terrorífico.

Después de llegar al género con la novela Nightseer y algunos libros para franquicias, saltó a la fama tras la publicación de las primeras entregas dedicadas al personaje de Anita Blake, serie que la ha convertido en habitual de las listas de éxitos, incluido el codiciado primer puesto del New York Times. Como complemento a las novelas de Anita, ha empezado a publicar otra serie dedicada a Meredith Gentry, detective privada y princesa feérica, también de ambientación contemporánea con elementos fantásticos. Ambas series comparten una imaginería sexual cada vez más notoria, y no rehuyen contenidos que tradicionalmente se consideran ofensivos.

LAURELL K. HAMILTON

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