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Fredric Brown

Placet es un mundo de locos

Aunque estés acostumbrado, a veces puede contigo. Como aquella mañana…, si puede llamársele mañana. Realmente era de noche. Pero nos guiamos por el horario terrestre en Placet, porque el tiempo de Placet sería tan lioso como todo lo demás en ese planeta chiflado. Quiero decir que habría un día de seis horas y luego una noche de dos horas y después un día de quince horas y una noche de una hora y… bueno, no se puede medir el tiempo en un planeta que hace un ocho en su órbita alrededor de dos soles disparejos, pasa entre ellos como un murciélago salido del infierno mientras que los dos soles giran uno alrededor del otro tan rápida y tan relativamente cerca que los astrónomos de la Tierra pensaron que se trataba de un solo sol hasta que la expedición Blakeslee aterrizó aquí hace veinte años.

Verán, la rotación de Placet no es ni siquiera una fracción del período de su órbita, y tenemos el Campo Blakeslee en medio de los dos soles…, un campo en el que los rayos de luz reducen su velocidad hasta el paso de tortuga y se quedan atrás y… bueno…

Si no han leído los informes Blakeslee sobre Placet, agárrense a algo mientras les digo esto:

Placet es el único planeta conocido que puede eclipsarse a sí mismo dos veces al mismo tiempo, correr precipitadamente hacia sí mismo cada cuarenta horas, y luego perseguirse hasta quedar invisible.

No, no se lo reprocho.

Yo tampoco lo creía, y me quedé de piedra la primera vez que puse el pie en Placet y vi a Placet venir de frente hacia nosotros. Y había leído el informe Blakeslee y sabía lo que sucedía realmente, y por qué. Es como las primeras películas, cuando la cámara se colocaba delante de un tren y el público veía a la locomotora enfilar contra él y sentía el impulso de echar a correr aunque sabía que la locomotora no estaba realmente allí.

Pero aquella mañana, como estaba diciendo, me hallaba sentado ante mi mesa, cuya superficie estaba cubierta de hierba. Mis pies estaban (o parecían estar) apoyados en una plancha de agua ondulante. Pero no estaban mojados.

En lo alto de la hierba de mi mesa había un florero rosa, y dentro de éste, de nariz, había atrapado un lagarto saturnino verde brillante. Aquello, me decía la razón aunque no mi vista, era mi pluma y el tintero. También había un cartel bordado que decía «Dios bendiga nuestro hogar» con claras puntadas. En realidad era un mensaje del Centro Terrestre que acababa de llegar por radiotipo. No sabía lo que decía porque había llegado a mi despacho después de que empezara el efecto C. B. No creía que dijera realmente «Dios bendiga nuestro hogar», aunque lo pareciera. Y entonces me enfadé, harto de todo, y dejó de importarme un pimiento lo que dijera realmente.

Verán, será mejor que me explique: el efecto del Campo Blakeslee sucede cuando Placet está en posición media entre Argyle I y Argyle II, los dos soles en torno a los que dibuja sus ochos. Hay una explicación científica para todo. pero debe expresarse con fórmulas, no con palabras. Se reduce a esto: Argyle I es materia terrena, y Argyle II es contra-terrena o materia negativa. A mitad de camino entre ellos (a lo largo de una considerable extensión de territorio), hay un campo en el que la velocidad de los rayos de luz se reduce muchísimo. Se mueven aproximadamente a la velocidad del sonido. El resultado es que si algo se mueve más rápido que el sonido (como hace el propio Placet) aún puedes verlo venir después de que te haya pasado. La imagen visual de Placet tarda veintiséis horas en atravesar el campo. Para entonces, Placet ha dado la vuelta a uno de sus soles y se encuentra con su propia imagen de regreso. En la mitad del campo hay una imagen que va y otra que viene, y se eclipsa dos veces, ocultando ambos soles al mismo tiempo. Un poco más adelante. se encuentra consigo mismo al venir de la dirección contraria… y te asusta de muerte si estás mirando, aunque sepas que no está sucediendo de verdad.

Déjenme explicarlo bien antes de que se mareen. Digamos que una antigua locomotora viene hacia ustedes, sólo que a una velocidad muchísimo mayor que la del sonido. A un kilómetro de distancia, silba. Les pasa y entonces oyen ustedes el silbido, procedente de un punto situado un kilómetro atrás donde ya no está la locomotora. Ese es el efecto audible de un objeto que viaja más rápido que el sonido; lo que acabo de describir es el efecto visual de un objeto que viaja (haciendo la figura de un ocho) más rápido que su propia imagen visual.

Eso no es lo peor. uno puede quedarse en casa y evitar el eclipse y las colisiones de frente. pero no se puede evitar el efecto fisiopsicológico del Campo Blakeslee.

Y eso, el efecto fisiopsicológico, es otra historia. El campo hace algo a los centros del nervio óptico o a la parte del cerebro donde conecta el nervio óptico, algo similar al efecto de determinadas drogas. Uno experimenta…, no se las puede llamar exactamente alucinaciones, porque no se ven normalmente cosas que no estén allí, pero se recibe una imagen ilusoria de lo que hay.

Yo sabía perfectamente bien que estaba sentado ante una mesa cuya superficie era de cristal. no de hierba; que el suelo bajo mis pies era de plastiplaca corriente y no una hoja de agua ondulante; que los objetos sobre mi mesa no eran un florero rosa con un lagarto saturnino metido dentro, sino un antiguo tintero del siglo XX y una pluma… y que el «Dios bendiga este hogar» era un papel con un mensaje de radiotipo. Podía verificar todas estas cosas con mi sentido del tacto, al que no afecta el Campo Blakeslee.

Siempre se pueden cerrar los ojos, claro, pero no se hace, porque a pesar de la magnitud del efecto. la visión te da el tamaño relativo y la distancia de las cosas. y si te quedas en territorio familiar tu memoria y tu razón te dicen lo que son aquéllas.

Así, cuando se abrió la puerta y entró un monstruo de dos cabezas, supe que era Reagan. Reagan no es ningún monstruo de dos cabezas, pero pude reconocer el sonido de sus pasos.

—¿Sí, Reagan?

—Jefe —dijo el monstruo de dos cabezas—, el taller de maquinaria se tambalea. Tal vez tengamos que romper la norma de no trabajar en período medio.

—¿Pájaros? —pregunté.

Sus dos cabezas asintieron.

—La parte subterránea de esas paredes deben ser como tamices para que los pájaros la atraviesen, y será mejor que echemos hormigón rápido. ¿Cree que esas nuevas barras reforzantes de aleación que traerá el Arca los detendrá?

—Claro —mentí. Olvidando el campo. me volví para mirar el reloj, pero había una corona fúnebre de lirios blancos en la pared donde debería hacer estado el reloj. No se puede saber la hora con una corona—. Esperaba que no hubiera que reforzar esas paredes hasta que tuviéramos las barras para clavarlas. El Arca debe de estar al llegar; probablemente ahora estarán en órbita esperando que salgamos del campo. ¿Crees que podríamos esperar hasta…?

Se oyó un estruendo.

—Sí, podemos esperar —dijo Reagan—. Desapareció el taller de maquinaria, así que ya no hay prisa.

—¿No había nadie dentro?

—No, pero iré a asegurarme —y salió corriendo.

Así es la vida en Placet. Ya había tenido suficiente; había tenido demasiado. Me decidí mientras esperaba a Reagan.

Cuando regresó, era un esqueleto articulado azul brillante.

—Muy bien, jefe —dijo—. No había nadie dentro.

—¿Alguna de las máquinas está dañada?

El se echó a reír.

—¿Puede usted mirar un flotador playero de goma en forma de caballito con puntitos púrpura y decir si es un torno intacto o uno dañado? Diga. jefe ¿sabe qué aspecto tiene?

—Si me lo dices, te despido.

No sé si bromeaba o no; estaba bastante irritado. Abrí el cajón de mi mesa, metí dentro el cartel de «Dios bendiga esta casa» y lo cerré de golpe. Estaba harto. Placet es un mundo de locura y si te quedas el tiempo suficiente también tú te vuelves loco. Uno de cada diez empleados del Centro Terrestre en Placet tiene que volver a la Tierra para recibir tratamiento psicológico después de un año o dos en Placet. Y yo casi llevaba aquí tres años. Mi contrato estaba a punto de expirar. Me decidí.