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Dave volvió la cabeza.

– Pero antes de hacerlo, ¿hay algún secreto que tú quieras compartir conmigo? ¿Una especie de quid pro quo? Tal vez, por ejemplo, quién te envió a verme, con toda esa artillería, y por qué. Háblame, Moose. Y no me cuentes que ibas buscando a tu Velma o creeré que quieres pasarte de listo conmigo.

– … miedda es Velma?

– ¿No eres aficionado a Chandler? ¡Qué lástima! Te gustaría. Es un tío duro. Como los huevos cocidos, y un poco como esos pies tuyos. Así que, ¿qué me dices?

Willy Barizon tosió con dificultad.

– Mire señor, se ha equivocado de tío. Yo no sé nada. Nadie me ha enviado. Mi ojo. Ha habido un error.

– Moose, estás insultando mi inteligencia. Y a mi inteligencia eso no le gusta. Se ofende por casi cualquier cosa. Pero sobre todo se ofende si alguien piensa que no existe. Que yo soy tan estúpido como tú.

Dave empezó a meter las cerillas del hotel entre los dedos malolientes y pegajosos de Willy Barizon como si se estuviera preparando para pintarle las uñas.

– ¡Puaj! Recuérdame que me lave las manos cuando acabe.

– ¿Qué estás haciendo?

– Es lo que te estaba contando, Moose. El remedio infalible para librarte del pie de atleta. La cuestión es, tío, que hay que quemar. Es como cauterizar una herida. El calor extremo mata la infección. Esto son libritos de cerillas, Moose. ¿Alguna vez has visto arder todo un librito de cerillas? Es como una jodida bengala, tío.

– ¡Socorro! -chilló Moose y empezó a retorcerse, desesperado.

Pero Dave tenía preparada una toalla y la metió en la boca con forma de chuleta de Willy Barizon.

– Moose, Moose. Cierra esa jodida boca, ¿eh? Vamos a tener un problema al estilo de Yossarian si no tenemos cuidado. Catch 22. ¿Te acuerdas? Me refiero a que, ¿cómo vas a contestar a mis preguntas si tengo que meterte una toalla en esa boca tuya que parece dibujada por Picasso? Pero tampoco es que pueda dejarte que eches la casa abajo con tus chillidos. ¿Comprendes mi dilema? Mira, te diré qué vamos a hacer. Parte de tu problema es tu falta de imaginación, tu incapacidad para visualizar lo rabiosamente que queman esas pequeñas cerillas. Por eso, eres incapaz de formarte una idea de lo doloroso que será para ti. Así que voy a hacerte una pequeña demostración, una demostración lo más amable posible. Y luego te sacaré la toalla de ese buzón tuyo. A riesgo de ser redundante, te recomiendo que empieces a hablar en ese mismo momento o yo empezaré a freír beicon aquí abajo. Así que vamos con la lección práctica.

Dave colocó un cenicero delante de la cara de Willy Barizon. Luego le sacó uno de los libritos de cerillas de entre los dedos de los pies, lo abrió y lo encendió con el encendedor de plata que había comprado aquella misma tarde en la tienda de Porsche. La tapa del librito ardió con desgana durante un momento y luego se apagó. Dave le dio al encendedor y volvió a encenderlo. Esta vez prendió bien y al segundo las cerillas estallaron en medio de una espectacular nube de humo azul, con olor acre.

– ¡Guau! -dijo Dave riendo entre dientes-. La jodida llama olímpica. ¡Huy! Eso tiene aspecto de doler. ¿Qué me dices, Willy? ¿Te parece que dolerá?

Willy cabeceó asintiendo como un loco.

– ¿Listo para tener aquella charla que decíamos?

Willy siguió asintiendo.

– Buen chico.

Dave sacó la toalla de la boca de Willy.

– Bueno, ¿quién te envió?

– Fue Tony Nudelli.

Eso cogió a Dave por sorpresa.

– ¿Tony? ¿Por qué? ¿Qué coño tiene contra mí?

– Quería que te recordara que mantuvieras la boca cerrada sobre lo que sea que tú ya sabes.

Dave frunció el ceño mientras trataba de encontrar sentido a la información.

– Me he pasado los últimos cinco años en la trena con la boca cerrada -sacudió la cabeza-. No tiene sentido.

– Te juro que es la verdad.

– ¿Y cómo ibas a recordármelo exactamente? Quiero decir, ¿ibas a dejarme caer una palabrita al oído, o se suponía que iba a sentir esa necesidad de silencio en alguna parte no esencial de mi cuerpo?

– Sólo tenía que pegarte una paliza, eso es todo. Puede que romperte unos cuantos dedos. Nada grave.

– He tenido novias que podrían estar en desacuerdo con eso, Willy.

– Te juro por Dios que es la verdad.

– Calla un momento mientras pienso.

Dave pensó en silencio durante un minuto mientras sopesaba lo que Willy acababa de decirle. Era posible que Tony Nudelli estuviera lo bastante preocupado por lo que Dave sabía de él como para enviarle al matón sobre el que ahora estaba sentado. Sólo que Tony solía arreglar las cosas de un modo bastante más definitivo que unos cuantos dedos rotos o un labio partido. Eso Dave lo había visto personalmente. Pero mientras lo pensaba, se le ocurrió que quizás había una manera de sacar partido a la situación. Una manera de demostrarle a Tony su lealtad. Un preludio útil para lo que vendría a continuación.

– No -dijo lentamente-. No me trago esa historia, Willy.

– Oye, tienes que creerme…

– ¿Por qué querría Tony hacerme papilla?

– Yo no dije eso, dije hacerte daño, no papilla.

– Después de cinco años, lo que está claro es que Tony sabe que no me voy a ir de la lengua con nadie.

– Mira, yo sólo soy un mandado. Ya lo sabes. No soy el psicoanalista de Tony. No sé lo que tiene en la cabeza. Le debo un favor. Ya sabes que así es como funciona. Él me dice que haga algo, yo lo hago y no busco ninguna jodida declaración de intenciones. Me pagan por hacer lo que me dicen.

– ¿Sabes qué creo? Que son los rusos los que te enviaron a zurrarme.

– ¿Qué rusos? Aquí no tiene nada que ver ningún ruso.

– Eso es lo que creo. Creo que fue Einstein Gergiev el que montó esto. ¿Acierto, Willy?

– Que no, tío.

– Eso sí que tiene mucho más sentido. El ruso. Es natural que tengas más miedo de él que de mí, incluso con todo un manojo de cerillas entre los dedos. Es un personaje siniestro, ese ruso. Lo sé de buena tinta, he pasado cuatro años con él en la misma celda. No, seguro que estás mintiendo, Moose.

Dave le dio al encendedor para recalcar sus palabras.

Desesperado, Willy se revolvió debajo de Dave, con el cuello y las orejas cada vez más rojos por el esfuerzo.

– Mira tío, no sé nada de ningún cabrón de ruso. Nunca he conocido a nadie llamado Einstein como se llame. Fue Tony Nudelli, te lo juro. Te juro por la virgen que es verdad.

– ¡Oh! ¿Eres católico, Moose?

– Sí, soy católico.

– Te diré lo que vamos a hacer, Moose.

Dave se levantó y fue a la mesilla de noche, de donde cogió una Biblia.

– Te voy a pedir que me lo jures sobre la Biblia.

– Sí, lo que quieras, con tal de que me creas.

Dave volvió a sentarse sobre la espalda de Willy y le metió la Biblia debajo de la enorme mandíbula.

– Ahora repite conmigo, Moose. «Porque confío en la resurrección del cuerpo…»

– «Porque confío en la resurección del cuerpo…»

– «Y la vida eterna en Jesucristo…»

– «Y la vida eterna en Jesucristo…»

– «Lo que he dicho es la verdad, y que Dios se apiade de mí.»

– «Lo que he dicho es la verdad, y que Dios se apiade de mí.»