Kent Bowen quería su atención y aprobación por encima de todo. Era uno de los agentes más brillantes de la comisaría de Miami, eso sin mencionar que era también una de sus mayores bellezas y que estaba colado por ella. Kate devolvió su atención a Bowen y a su interminable historia.
– Y aquí viene lo más ingenioso -dijo-. El tipo se mete en la casa. Un auténtico profesional. Escoge su cuadro -ni idea de cuál era-, lo descuelga y extiende una fina capa de 250 gramos de plástico C5 en la parte de atrás de la tela. Luego fija un simple detonador de inclinación en la parte interior del bastidor; sólo una esfera de acero dentro de un tubo de ensayo, dos agujas, una pequeña batería y un detonador. Y ésa es la bomba. Una belleza. Un trabajo muy pulcro. Deja el cuadro colgando un poco torcido y luego pone pies en polvorosa. Hace horas que se ha ido cuando el cabrón vuelve de Colombia.
Bowen sacudió la cabeza, como si todavía le asombrara el ingenio del asesino.
– Como siempre, primero entra el perro de rastreo, pero no le llega el olor de los explosivos porque el cuadro está a un metro y medio de alto. El cabrón entra en la sala y ve el cuadro tan torcido como la polla de Quasimodo. Y maniático como es, no tarda un segundo en ir a enderezarlo.
Bowen se recostó en la silla, sonriendo con sadismo, saboreando el climax de su historia.
– La esfera rueda por el tubo, toca las dos puntas de las agujas, completa el circuito, y ¡catapum!, le arranca la cabeza limpiamente de sus jodidos hombros.
Kate miró a Bowen y sonrió fríamente mientras él y el resto de los tíos se reían de nuevo.
– La unidad de investigación que fue a la escena del crimen tardó cuarenta y cinco minutos en encontrar la cabeza de Bolívar. Empezaban a pensar que se la habría llevado como recuerdo uno de los colombianos cuando la vieron flotando en el jodido acuario. La explosión la había lanzado al otro lado de la sala, como si fuera una pelota de baloncesto.
Bowen hizo como si encestara.
– Canasta, dos puntos.
Siguió riéndose un poco más, se secó una lágrima del ojo y se le ocurrió otro chiste:
– Eso es lo que yo llamo un cuadro que te hace estallar la cabeza.
Bowen soltó una risotada y se sirvió un vaso de agua, como si acabara de contar una anécdota realmente graciosa sobre Jay Leno. Con unos cincuenta años y una calva incipiente, a Kate Bowen le recordaba mucho el coronel Kilgore, de Apocalypse Now. Tenía la misma actitud despiadada hacia el enemigo y el mismo aprecio de su personal. En cuanto él empezaba a hablar, Kate se sentía como la persona que no quería hacer surf en la fiesta de Kilgore en la playa.
– El asesinato de Bolívar Suárez… -empezó.
– Ey, ¿dónde se encuentran dos sesos y ninguna cabeza? -dijo Bowen con una risita cloqueante-. El asesinato de Bolívar Suárez.
– Dado que la muerte parece dejar a Rocky Envigado como Ciudadano Cocaína indiscutible -persistió Kate-, puede que no tengamos que buscar más lejos al autor.
– Eso es lo que se llama perder la cabeza con el arte moderno -dijo alguien y Bowen se esforzó por que no se le escapara la risa ante la actitud más profesional de Kate.
– Ciudadano Cocaína -repitió-. Me gusta. ¿Se te ocurrió a ti?
Kate, consciente de que podía haberse quedado con el mérito, replicó:
– No, me parece que lo leí en un periódico británico, cuando estuve en Inglaterra de vacaciones el año pasado.
Había veces, lo sabía, en que podía pasarse de honrada, incluso según los parámetros del FBI.
Era la única vez que había salido de Estados Unidos y la última vez que lo había pasado bien con Howard. Y eso que sólo habían sido vacaciones en parte. El propósito principal del viaje a Londres y París había sido reunirse con las fuerzas de policía británica y francesa, que estaban preocupadas por la cantidad de cocaína que ahora llegaba a Europa desde Colombia, vía Florida. Pero después de Miami, habían parecido vacaciones.
– Perdón -dijo-, quería decir cuando fui a ver a los de la NCIS y la Interpol.
– ¡Aha! -dijo Bowen con una sonrisita-. Ahora nos enteramos de la verdad, agente Furey. Te fuiste de vacaciones a expensas del contribuyente norteamericano.
Kate sonrió cortésmente y confió en que pudieran continuar con la reunión. Su propósito era compartir la nueva información que tenía sobre los traficantes de drogas que utilizaban el sur de Florida como centro de almacenamiento de sus productos. Información que habían recibido de otros organismos, tanto del país como de fuera. Ahora que Kent Bowen había contado su historia, podría poner sobre la mesa lo que sabía y luego, quizás, irse a casa y sumergirse en la bañera. Había sido un día muy largo.
– He almorzado con Peter van der Velden hoy y…
– ¿Qué tal está el holandés?
Van der Velden era inspector del BVD holandés, y había sido asignado como oficial de enlace especial en el consulado de los Países Bajos en Miami para los dos años siguientes.
– Bien.
– ¿Fuisteis a algún sitio bonito?
– No se preocupe, pagó él.
– Apuesto a que adivino adónde fuisteis. A ese sitio en Coral Gables. Le Festival. Al holandés le encanta ese sitio.
– Sí, Le Festival.
Muy a su pesar, Kate notó que se sonrojaba ligeramente.
– ¿Es bueno?
Era el agente especial Chris Ochao, un medio cubano que llevaba el brazo en cabestrillo.
– Excelente -contestó Bowen-. Los mejores soufflés de la ciudad. -Arqueó las cejas, con gesto sugerente, y añadió-: Y romántico.
– De eso no me di cuenta -dijo Kate.
– ¿No?
Alguien soltó una risita burlona.
Kate miró a Bowen directamente a los ojos. Sabía que en la oficina corría el rumor de que tenía un lío con Peter van der Velden. Cada año todos los agentes de enlace de los diversos consulados de Miami se reunían y celebraban una fiesta en el Hotel Doubletree, de Coconut Grove. Sólo hacía tres meses de la última, en la cual Kate había sido vista marchándose con el policía holandés después de haber estado hablando con él casi una hora.
– ¿Sabéis? Me parece que hay algo que tendría que aclarar – dijo, con una fría sonrisa-. Un pequeño malentendido que corre por ahí. Sólo para que conste, no estoy jodiendo con Peter van der Velden. Ni he jodido nunca con Peter van der Velden. Ni tengo ninguna intención de hacerlo. Es más, el propósito de nuestra cita para almorzar no tenía nada que ver con la posibilidad de que podamos llegar a joder, sino reunirnos con un espíritu de colaboración y diplomacia y llegar a joder a algunos de los grandes traficantes de drogas y otros criminales. ¿Me he expresado con claridad?
Recorrió con la mirada la mesa de uno a otro extremo. Por un momento nadie dijo nada.
– ¿Os habéis enterado todos? -preguntó Bowen-. Vale Kate, lo has dejado claro. ¿Qué ibas a decirnos de Peter van der Velden antes de que te interrumpiéramos?
– Sólo esto -dijo Kate, contenta de que nadie se hubiera dado cuenta de las relaciones esporádicas que sí que tenía con el oficial de enlace británico, Nick Hemmings-. Según los informadores de Peter, se espera un gran cargamento de Rocky Envigado. Y atención: viene de Mallorca, igual que antes.
– ¿Y eso qué quiere decir?
Ahora Bowen tenía el ceño fruncido.
Kate respiró hondo.
– Quiere decir que la última vez se nos pasó por alto algo.
– Sí, bueno, si a nosotros se nos pasó por alto, también se le pasó a la policía española y a la holandesa -dijo Ochao-. Registramos aquel barco de arriba abajo. No había nada.
– Podría ser que Rocky hubiera descubierto un nuevo medio de transporte -dijo Bowen-. Un medio del que todavía no sabemos nada.