– Puede que lo envíe por Internet -sugirió otro agente-. Últimamente parece que todo el mundo está obsesionado con eso.
– Quiero que lo enfoquemos científicamente. Quantico. El National Crime Information Center. El Smithsonian. Números atrasados del Law Enforcement Bulletin, si es necesario. Con todos los recursos con que contamos, se nos tendrían que ocurrir algunas ideas.
Bowen se levantó y trató de transmitir inspiración a su gente. Parecía bastante fácil hasta que se encontró con la mirada dubitativa de Kate.
– ¿Algún problema, Kate?
– Es posible que la última vez no hubiera nada. Que utilizara ese primer viaje para ponernos en evidencia. Después de aquel pequeño desastre quizás piense que ahora lo dejaremos en paz. Pero en cualquier caso tendríamos que tratar de encontrar el barco antes de hacer nada, ¿no cree?
– Sí, claro, seguro, eso no hace falta ni decirlo, ¿no?
Puso una mano cuidadosamente paternal en el hombro de Kate.
– Encárguese del equipo de reconocimiento, señor Spock. Necesito algunas respuestas.
Kate se fue a casa en su Sebring blanco, se preparó un ponche de ron, lo bebió mientras llenaba la bañera y luego se preparó otro antes de sumergirse en el agua caliente. El cuarto de baño daba a una terraza que rodeaba el piso; había dejado las persianas subidas para poder ver las luces parpadeantes de la Riviera de Miami, al otro lado del canal intercostero. Era una enorme bañera empotrada, con un jacuzzi y casi su lugar favorito de todo el piso. Después de comprar el apartamento, Howard y ella se habían bañado juntos un par de veces. Pero, por lo general, él prefería ducharse y, si se bañaba, prefería hacerlo solo. Al cabo de un tiempo, se acostumbró a la idea de que él aprovechara las largas sesiones que ella disfrutaba en la bañera para tumbarse en la cama y mirar el canal de Playboy por la tele. Por supuesto, hacía ver que no era así, y saltaba a Letterman o Leno en cuanto ella volvía al dormitorio. No es que le importara mucho. Lo que de verdad la sorprendió e irritó fue que él pensara que podía abonarse a cualquier nuevo canal, y mucho menos a Playboy, sin que ella se diera cuenta. Por favor, trabajaba para el FBI; su trabajo era fijarse en las cosas.
Naturalmente, cuando empezó a tener amantes, ella lo supo enseguida. Confiaba en que podría librarse de lo que fuera que le atormentara; mientras no se lo pasara a ella. Pero lo que finalmente le hizo tomar una decisión no fueron los celos, ni siquiera su amor por Howard sino, como le había pasado con la suscripción a Playboy, la irritación que sentía al ver que la consideraba demasiado estúpida para darse cuenta de sus mentiras y evasivas. La inteligente era ella, no él. Segunda de su clase en la facultad de Derecho de la Universidad de Florida en Gainsville, licenciada con honores en la misma clase en la que su futuro marido había tenido que esforzarse para estar entre los primeros cincuenta, y el cabrón pensaba que podía ser más listo que ella, como si ella fuera una camarera de cualquier pequeño bar de Oklahoma.
Kate tomó prestado un equipo de vigilancia del despacho para obtener pruebas auditivas y visuales de la infidelidad de Howard y lo pescó en faena con la instructora de golf para señoras del cercano Club de Campo de Turnberry Isle. Eso solo ya era bastante malo. El golf es un juego estúpido. Pero son las pequeñas cosas las que realmente te fastidian y se había quedado de una pieza al descubrir que la compañera de golfeo de Howard utilizaba el gel anticonceptivo del armario del propio cuarto de baño de Kate para su juego. Así que, con ayuda de una amiga del laboratorio, y después de amplios ensayos y experimentos, substituyó el gel de un tubo de Gynogel por un linimento de igual perfume; una preparación a base de alcohol y mentol para dar masaje en los músculos, para calentarlos en profundidad, definitivamente desaconsejada para zonas sensibles. Especialmente las dos zonas sensibles que Kate tenía en mente. Incluso ahora, meses después de lo sucedido, sólo pensar en la cinta que había grabado con su marido y su amante chillando en la sesión amorosa más caliente nunca imaginada seguía haciendo que estallara en carcajadas. Era evidente que el que dijo que la venganza es un plato que se toma mejor frío, nunca había oído cómo sonaban dos generosas raciones de genitales sobrecalentados.
Por alguna razón, Kate nunca había pensado en sí misma como en una esposa vengativa. Con su hermosa cara, su sincero aprecio por el arte, la literatura y la música, por no hablar de su vivida imaginación, siempre se había visto más como del tipo romántico. Parecía extraño al pensarlo ahora, pero ésa era la razón de que se hubiera incorporado al FBI y no a algún aburrido bufete de abogados del centro de la ciudad. Quería acción y pasión, incluso algo de peligro de vez en cuando. Pero últimamente, lo más arriesgado que había hecho era olvidarse de poner el seguro de su Lady Smith & Wesson y, para el servicio que le hacía, habría sido igual que fuera armada con un alfiler de sombrero. Con la esperanza de que la enviaran a un puesto en el extranjero, como Bogotá, Caracas, Lima o Ciudad de México, Kate había empezado a estudiar español. Entretanto, miraba al mar y soñaba con correr aventuras.
7
Todo el mundo estaba de acuerdo en que Madonna, la esposa de Al Cornaro, era algo extraordinario. No es que fuera guapa, sino que todos pensaban que era extraordinario que Al se hubiera casado con ella. La mayoría de los tipos que trabajaban para Tony Nudelli estaban casados con rubias artificiales con un coeficiente de inteligencia del tamaño de sus sostenes y una educación extraída de Condé Nast. Parecían más medallas de consolación que auténticos trofeos, eran de ese tipo de mujeres que manejan con más habilidad un lápiz de cejas que un bolígrafo y para quienes destreza oral equivale a hacer una buena mamada. Lo que hacía que Madonna fuera diferente era su inteligencia, su lengua afilada, su total indiferencia por su aspecto y el tamaño de sus tetas. Las tetas eran auténticas, no había más que mirar al resto de Madonna para saberlo. Le colgaban hasta la cintura, como si las hubieran esculpido allí para hacer la prueba antes de tallar a Washington y Jefferson en Monte Rushmore. El monumental efecto se veía aumentado porque a Madonna no le gustaban los sostenes -de hecho, no le gustaba ningún tipo de ropa interior- y por el reciente nacimiento de su cuarto hijo, Al junior. Al senior quería a su mujer, pero eso no le impedía hacer bromas sobre ella para divertir a Tony Nudelli. Divertir a Tony Nudelli era una parte importante del trabajo de Al como jefe de su empresa. Divertirlo y cuidarse del negocio; un coronel Tom Parker bien provisto de armas y chistes. El negocio de hoy tenía que ver con Dave Delano, pero primero Al quería saber si Tony estaba de un humor más indulgente que el día antes, cuando tuvo que decirle que Willy Four Breakfasts la había jodido y ahora estaba ingresado en el Community Hospital de Miami Beach con una herida grave en el ojo, gentileza del que tenía que haber sido su víctima.
No eran aún las diez cuando Al llegó a la lujosa villa de Tony Nudelli en el corazón de Key Biscayne. Reconoció el Porsche rojo que estaba aparcado a la entrada y, automáticamente, se encaminó a los dos mil metros cuadrados del edificio de la piscina. Sabía que su jefe, entusiasta nadador, estaría en la piscina de veinte metros bajo la supervisión personal de su entrenadora, Sindy, que antes había sido socorrista en el Wet n'Wíld, de Orlando. A Al le gustaba ver a Sindy, sobre todo porque solía estar desnuda y había mucho que ver. A él no le gustaba nadar, pero quizás hubiera valido la pena meterse en el agua sólo para que Sindy le estimulara a aprender con su especial sistema. De vez en cuando, se lanzaba graciosamente desde el borde de granito, perseguía al desnudo Tony por debajo del agua como si fuera algún tipo de fabuloso y oscuro delfín y se le ponía debajo para lamerle y mordisquearle el pene. La mayoría de gente pensaba que a Nudelli lo llamaban Naked [«Desnudo»] Tony debido a su apellido, pero Al sabía que no era por eso. Sabía que era principalmente por lo que Tony y Sindy hacían en la piscina. Sindy le había contado que se le ocurrió la idea al leer un libro sobre los emperadores romanos, en concreto la vida de Tiberio. Al no leía mucho, pero ése era un libro al que tuvo que echarle una ojeada, y eran absolutamente tan depravados como ella le había dicho. Sindy era alta, negra y hermosa y sólo de mirarla a Al se le ponía dura. Tony la llamaba su pez ángel.