– Esa Madonna. Es algo serio.
Sólo pensar en la enorme pelirroja le hacía poner los pelos de punta. Dios sabe qué aspecto tendría cuando estaba en casa. Ya era bastante malo cuando iba vestida para salir a cenar. Al contrario que Aclass="underline" Al se esforzaba por vestir bien. No como lo haría Nudelli, pero se esforzaba. Ahora mismo llevaba una camisa de Gianni Versace, de color amarillo y de aspecto caro que parecía la funda de seda de un cojín, una especie de vaqueros de piel negra, pensados para que los llevara alguien mucho más delgado que Al, un cinturón blanco de piel de serpiente y botas vaqueras rojas; por no hablar del montón de oro que exhibía por todas partes. Nudelli pensó que Al parecía el árbol de Navidad de un negro, aunque, para Miami, se podía decir que iba bien vestido.
La gente de Florida no distinguía el culo de la mierda cuando se trataba de ropa y Al no era una excepción. Siempre que salían del soleado estado, Tony hacía que Al llevara un traje de Brooks Brothers, con una camisa y una corbata adecuadas. Un traje quería decir negocios. Nudelli era anglófilo: zapatos ingleses, trajes ingleses; siempre compraba cosas inglesas.
Al dijo:
– He hablado con Jimmy Figaro.
– Ese lameculos.
– Quedamos que traería a Dave Delano aquí a las once.
Había un reloj en la pared, detrás de Tony, pero no tenía ganas de darse la vuelta. Estaba un poco cansado después de su clase de natación.
– ¿Qué hora es?
Al miró el reloj.
– Las diez y media.
– ¿Qué opinas?
– Tú y él seguís siendo amigos. Eso es lo que Delano dijo, según Willy. Quiere garantizártelo. Yo lo encuentro razonable.
Nudelli asintió con la cabeza, pensativo.
– Un chico sensato.
– Venir aquí con Jimmy es una jugada inteligente. Muestra que no te guarda rencor por lo que sucedió. El tipo tiene huevos, tienes que reconocérselo.
– Eso lo demostró cuando hizo de jodido oftalmólogo para Willy.
– Willy debe de estar perdiendo su toque.
– Eso o que Delano aprendió algo cuando estaba en la cárcel.
– Puede ser.
Nudelli dijo:
– Esa propuesta de negocios suya…
– Algo grande, es lo que dijo Willy.
– Entra en la trena como un tío de las loterías y se figura que ha salido como un ladrón de alto nivel. ¡No te jode!
– Escúchale. Puede que aprendiera algo mientras estaba cumpliendo la condena. Y que preparara un plan. En cinco años hay tiempo más que suficiente para que pueda ocurrírsele a uno algo constructivo.
– Supongamos que no me gusta este montaje. ¿Me apunta con una pistola a la cabeza o qué? Supongamos que no le ayudo a poner en marcha ese plan suyo. ¿Va a ir a los federales y contarles que fui yo quien se cargó a Benny Cecchino? Piensa en eso un poco ¿quieres?
– Joder, Tony, tienes más suposiciones ahí que el jodido Stephen King. Tuvo la boca cerrada todos estos años, ¿no? Cumplió la condena hasta el final. Si hubieras querido cargártelo podías haberlo hecho hace cinco años y te habrías ahorrado doscientos de los grandes. ¿Qué ha cambiado? No lo entiendo.
– ¿Quieres saberlo?
– Quiero saberlo.
– De acuerdo, te lo diré. Hace cinco años no sabía que Delano no era el verdadero nombre del tipo. Creía que era italoamericano, como tú y como yo. Pero resulta que su papaíto era ruso. Bueno ya sabes la buena opinión que tengo de esos bárbaros retrasados. Pero, por si fuera poco, resulta que es un asqueroso judío.
– Oye, ¿es que nunca hemos hecho negocios con los judíos antes? Esto es Miami, Tony. Una ciudad abierta. Fueron los judíos los que ayudaron a convertir este sitio en una ciudad de negocios. Meyer Lansky. Gente así. Además, por lo que sé, sólo es medio judío. Su madre es irlandesa.
– Nunca subestimes a un judío, Al. Ni aunque sólo lo sea a medias. Sigue mi consejo y vivirás mucho más. No me entiendas mal. No soy antisemita. Déjame que te cuente: hace casi cincuenta años, cuando estaba en Jersey City, conocí a una tía judía y me enamoré de ella. La mejor en la cama, y tú conoces a Sindy. Habría hecho cualquier cosa por aquella fulana, incluido casarme con ella. Quería hacerlo, incluso se lo pedí varias veces. Le di un anillo de Tiffany's y todo. Pero siempre salía con la misma historia. Decía que no podía hacerle eso a sus padres. Yo le dije que no le pedía que se lo hiciera a sus padres, lo que le pedía era que me lo hiciera a mí. Pero no, no podía casarse fuera de su religión, decía. Yo le replicaba que mis padres tampoco iban a dar saltos de alegría cuando les dijera que no quería casarme con una católica, que si creía que verme casado con una de la raza de los que habían matado a Cristo era un honor para ellos. Todo para nada. No hubo manera. Estaba enamorada de mí, pero no quería casarse conmigo. Al diablo con Shakespeare; al diablo con Romeo y Julieta y todo eso. Era como si no significara nada para ella. Y yo te pregunto, Al, ¿qué clase de gente puede hacer eso? Yo te lo diré. Los judíos. No hay nada que pongan por encima de ser judío. Y sé lo que me digo. Shakespeare hizo que Romeo y Julieta fueran italianos porque sabía lo que el amor significa para un italiano. No hay nada más importante que lo que siente tu corazón, Pero habría tenido muchos más problemas como escritor si Julieta hubiera sido una princesa judía, te lo digo yo. Esa sí que habría sido una obra de teatro de puta madre. Me hubiera gustado verlo.
– No sé, Tony. Delano no quiere joderte. Quiere hacer negocios contigo.
– Para un judío es lo mismo. Y no te olvides de los ivanes. Delano estuvo en la celda con uno de esos rojos cuatro años. Y aprendió a hablar ruso bastante bien por lo que me han dicho.
¿Entiendes lo que digo, Al? No fue italiano lo que aprendió, fue el jodido ruso. Lo que significa que no sé lo que se propone; si se acuesta con esos caraculo subnormales o qué. Ya tuve bastantes problemas con Rocky Envigado y aquellos cabrones colombianos para tener que ocuparme también de los ivanes. Ése es el problema de este país: hay demasiados inmigrantes.
– Por lo que dice Willy Four Breakfasts, parece que Delano pensaba que eran los ivanes los que lo habían mandado para que le diera una paliza, no tú -Al se encogió de hombros-. No parece que seas uña y carne precisamente.
Nudelli dio unas cuantas chupadas a su puro pensativamente.
– Sí, eso es verdad -reconoció.
– Escúchalo -dijo Al-. Después de todo, los negocios son los negocios y lo personal nunca tiene que ser un obstáculo ¿no?
– Tienes razón, claro.
Nudelli se inclinó, pellizcó la mejilla de Al y luego le dio un suave cachete.
– Yo sólo me preocupo por tus negocios, Tony.
Nudelli miró el extremo húmedo de su puro y cabeceó pensativo.
– No sabía que fueras de la ciudad de Jersey -dijo Al. -No sé si era yo o algún otro pobre bastardo. -¿Qué pasó con la judía? Ésa de la que te enamoraste. -¿Cómo coño quieres que lo sepa?
Jimmy Figaro conducía en ese momento el gran BMW a través del canal Rickenbacker, al sur de donde tenía sus oficinas. La carretera pasaba a gran altura sobre Biscayne Bay y ofrecía al poco interesado pasajero de Figaro una vista incomparable de los edificios de la avenida Brickell recortados contra el horizonte. La primera isla era Key Virginia, que en un tiempo se utilizó para albergar la comunidad negra de Miami y una gran planta depuradora de aguas residuales. La siguiente era Key Biscayne. Conduciendo con un solo dedo, porque todo era más relajado en Key Biscayne, Figaro bajó por el bulevar Crandon en dirección sur hacia cabo Florida, antes de girar hacia el oeste para coger la avenida del Puerto.
Figaro miró hacia Dave y le dijo:
– La casa de Tony está un poco más abajo en la misma calle donde vivía Richard Nixon.
– Dicky El Tramposo. Sí, encaja.