»Por lo que he oído, Moscú es como el Chicago de los años veinte. Si tienes dinero puedes comprar casi cualquier cosa que te apetezca. Bombas, misiles, ejércitos, ciudades enteras. El país es una almoneda gigante. Lo único que se necesita son dólares. Con su propia moneda no se puede comprar una mierda. No entiendo cómo el Tío Sam puede controlar la economía norteamericana con tanto dinero americano suelto por ahí. El dólar carga con la mitad del mundo sobre su verde espalda. Sea como sea, volvamos a lo que me preguntabas, Tony. Estos tíos quieren hacer negocios con los americanos. Con los sudamericanos. Con la gente con dólares. Les ayudan a montar un banco de forma que puedan empezar a hacer negocios juntos. Acuerdos recíprocos, ese tipo de cosas. La cooperación es la base de los buenos negocios.
Nudelli asintió y preguntó:
– Bien, ¿cuál es tu propuesta?
– Necesito un yate para embarcarlo en el remolcador transatlántico. Necesito otro tripulante que me ayude a hacer el trabajo. A medio camino del viaje a través del Atlántico -es lo más lejos de las armadas europeas y de Estados Unidos que se puede estar- reducimos a las tripulaciones del remolcador y de los otros yates. Por la noche, cuando no lo esperen. Cogemos el dinero de los yates rusos y lo cargamos en el yate que esté más cerca de popa. Luego lo soltamos del remolcador y partimos al encuentro de un mercante con el que habremos acordado previamente un lugar y que estará navegando en dirección opuesta, en un viaje legal. Alguno que esté volviendo aquí, por ejemplo. Ponemos el dinero en el mercante y luego hundimos el yate para que se pierda el rastro.
– ¿De qué botín hablamos? -preguntó Al.
– Los rusos han empezado a embarcar hasta dos o tres yates por viaje. Tres yates, por seis o siete camarotes cada uno, por dos millones cada uno.
– ¡Joder! -dijo Al-. Eso es más de cuarenta millones.
– Podría ser -admitió Dave-. Pero yo calculo como mínimo veinticinco.
– Habrá un montón de artillería a bordo para proteger ese montoncito de monedas -dijo Al.
De nuevo, Dave negó con la cabeza, guiñando los ojos porque le molestaba el sol. Nudelli se volvió y luego señaló con la mano hacia los enormes ventanales que enmarcaban la vista de Biscayne Bay. Miami Sur y Coconut Grove quedaban escondidos al otro lado del horizonte, a unos ocho kilómetros hacia el oeste. Era la mejor vista que Dave había contemplado nunca de su ciudad natal.
– Ajusta las persianas, ¿quieres, Al? A Dave le da el sol en los ojos.
– No pasa nada, me gusta el sol.
Pero Al ya estaba desplegando las lamas de las persianas.
– Tony odia el sol -explicó-. Es el único tipo de Key Biscayne que tiene una piscina interior.
– Después de cinco años en Homestead, no me iría mal un poco de vitamina D.
Nudelli se sacó con la lengua el flexor de la boca y sonrió.
– Después de cinco años, has de ser prudente con esa piel tuya. El sol ya no es lo que era. Los negros, incluso los nativos de Florida, van con cuidado, por ese agujero que esos capullos han hecho en la capa de ozono. Incluso los jodidos peces están cogiendo cáncer de piel. Lo he leído no sé dónde. ¿Te acuerdas, Al?
– Fui yo quien te lo leyó, de un periódico. Y eran los peces australianos, no los de aquí -respondió Al.
– Como si importara la nacionalidad. En muchas cosas Florida es como Australia. No nos llaman el Estado del Sol por nada. Sigue mi consejo, Dave: cómprate un sombrero. En este tipo de negocio, todos llevaban sombrero antes. Incluso los piojosos policías llevaban sombrero. Se podía saber mucho de un hombre por la forma en que llevaba el sombrero. Y con el sol que tenemos ahora… Créeme, los sombreros van a volver; y no hablo de esas gorras que llevan los negros y los hispanos. Hablo de un sombrero como es debido. Un sombrero inglés.
– Parece un buen consejo.
– Antes de que el sol nos interrumpiera, estabas a punto de decirnos qué medidas de seguridad tenían para proteger todo ese dinero sucio -dijo Al.
– SYT sólo permite dos tripulantes por yate. Si llevan más, llamarán la atención. Tres barcos significan seis tripulantes. Es razonable pensar que vayan armados, claro. Pero con el elemento sorpresa, creo que yo, junto con otro tío, podríamos encargarnos de ellos.
– Supón que alguien pide ayuda por radio -objetó Al.
Nudelli, irritado, hizo una mueca y dijo:
– Supón que se encarga de todas las radios al mismo tiempo que de las tripulaciones.
– Tú lo has dicho -respondió Dave.
– ¿Cómo te enteraste de esto?
– Si estás en una misma celda con un tío durante cuatro años, te cuenta casi todo. Gergiev, ése era su nombre. Un tío listo. Es de San Petersburgo. Y son grandes rivales de la banda de Moscú. Bueno, él estaba enterado de esos transportes y planeó todo el asunto. Íbamos a hacer el trabajo juntos, pero los federales lo deportaron en cuanto salió de la trena. Una única gran jugada, ésa era la idea. De hecho, recibí una carta suya el día que me soltaron. Me decía que está tratando de volver y que si lo intento sin él, me matará. Pero no es de mucha ayuda en Rusia y me parece que este trabajo no puede esperar. Además, creo que sobreestima sus posibilidades de conseguir otro visado. Así que ahora no tengo nadie que me ayude.
– Y te imaginaste que era ese tío el que te había enviado a Willy Barizon, ¿no?
– Gergiev tenía que encontrar el yate adecuado y el dinero para conseguirlo. Yo iba a capitanearlo, a proporcionar los conocimientos de navegación. Podría decirse que eso es lo que yo aporto al acuerdo. Toda mi vida me he movido entre barcos. Mi padre trabajaba con yates. En alguna ocasión, incluso he tenido un par de ellos, pequeños. Aprendí a navegar a vela, aprendí navegación. Incluso tengo mi licencia. Gergiev puede pensar que le estoy traicionando, pero no es así. Le daré una parte de mi botín.
– ¿Que será de…?
– Si consigo el apoyo adecuado, alguien que me respalde con lo del barco, pienso en un cincuenta-cincuenta. Puede que entre doce y quince kilos cada uno.
– ¿Qué tipo de barco necesitas? -preguntó Nudelli.
– Ni demasiado grande ni demasiado pequeño. Unos veinte o veintidós metros. Con sitio suficiente para todo ese dinero y una buena velocidad punta, para el caso de que seamos nosotros quienes estemos más cerca de la popa. Lo principal es que ha de tener presencia. Tiene que parecer que vale la pena enviarlo a través del océano. Diría que ha de valer alrededor del millón y medio.
Nudelli no dijo nada.
– A descontar de mi parte, claro -añadió Dave, confiando en endulzar el trato-. Digamos 60.000 dólares por el pasaje, que también pago yo…
– Un barco de un millón y medio de dólares -dijo Al-, que piensas abandonar o tirar a la basura, ¿es así?
– Sí, así es. Mi hipótesis es que las autoridades dedicarán los primeros días a buscar nuestro yate o el que tengamos que robar. Eso en el caso de que investiguen. Recordad que es dinero ilegal. Si alguien viene a investigar, me imagino que primero buscarán en las Azores, pensando que es el lugar más cercano donde podemos descargar el botín.
– Pareces haber pensado en todo -dijo Nudelli.
– He tenido cinco años para pensarlo bien, Tony -dijo Dave encogiéndose de hombros.
– Es un plan atractivo, tengo que admitirlo. Sólo le veo un problema.
– ¿Cuál?
Nudelli cabeceó y dijo:
– Tú. El problema eres tú, Dave. No consigo imaginarte como pirata. ¿Has matado alguna vez a alguien?