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– Mierda de sangre -gruñó.

Hizo un vano intento por detener la hemorragia utilizando primero su servilleta de papel y luego la de Dave, metiéndose una en cada agujero de la nariz, pero no fue hasta que la azafata, que acudió con otra bebida y otra servilleta, puso el asiento de Al en posición reclinada cuando la sangría se detuvo finalmente.

Dave miró al hombre tendido a su lado y suspiró, nostálgico.

– Mierda -dijo-. La primera vez que salgo de Estados Unidos y me toca viajar con Jake La Motta.

Fue en el taxi, yendo a la ciudad desde el aeropuerto Juan Santamaría, cuando Dave empezó a sentir los primeros recelos sobre el viaje.

– Mierda -dijo quejándose-. Acaba de picarme algo en la pierna.

– Será un mosquito -dijo Al.

– ¿Un mosquito?

Hasta ahora no se le había ocurrido la idea de tomar ningún tipo de medicación para el viaje, y Al tampoco le había dicho nada. Pero Dave buscó la Guía Fodor de Costa Rica que había comprado en Miami, sólo para estar seguro. La sección de precauciones sanitarias no tuvo un efecto tranquilizador precisamente.

– Tú, maldito cabrón -dijo cerrando el libro de golpe.

– ¿Cuál es el problema?

– Malaria -dijo, quejándose enfadado-. Este jodido sitio está lleno de malaria. Por no hablar de un montón de otras enfermedades.

– ¿Y?

Al mató un mosquito de una palmada contra su propia cara, que quedó manchada de sangre.

– Y no me he puesto ninguna inyección, Al. Y no quiero acabar con anemia, fallo renal, coma y la muerte.

– Escucha ¿quién necesita inyecciones? Además, la mayoría de esos medicamentos no funcionan. Lo he leído en el periódico. Sólo tienen eso que llaman el efecto placebo. Eso quiere decir que para lo que sirven, igual puedes engullir M &Ms. Sólo hacen que te sientas mejor mentalmente cuando estás con hispanos y bichos enfermos y toda esa mierda tropical. Por otro lado, los medicamentos que sí que funcionan lo hacen a expensas de tu sistema. Si no, mira lo que les pasó a aquellos mamones del ejército después de la Tormenta del Desierto. Tomaron todo tipo de medicinas y ahora muchos de ellos tienen unos problemas médicos de la leche. Así que trata de tomártelo con calma. Además, tampoco vamos a estar aquí el tiempo suficiente como para que valga la pena tomar esa medicación para el sur de la frontera.

– Déjate de mierdas. En cuanto llegue al hotel me voy a buscar una farmacia. Coño, no puedo creer que actúes con tanta frialdad. Quiero decir, sólo una picadura del anofeles es suficiente, tío.

– No hay pulgas en el hotel donde estamos. Te lo digo yo. El sitio tiene clase.

– No son pulgas. Es el anofeles. Es un mosquito, Al. Según el libro, todo el país está plagado de ellos.

– Lees demasiados libros -Al hurgó en su bolsa de viaje-. Relájate, ¿quieres? Naturalmente, he traído algo para mantener lejos a los bichos, sólo para estar tranquilos.

Le alargó un tubo de crema olorosa a Dave.

– Aquí tienes. Úntate ese culo cagado tuyo con un poco de esto.

Dave leyó la etiqueta con incredulidad.

– ¿Crema hidratante Avon Skin-so-Soft? ¿Esto?

– Eso te irá bien. Yo traigo un poco cada vez que vengo y todavía no me han picado.

– Al, yo quiero repeler los insectos, no ofrecerles una bonita y suave pista de aterrizaje en mi suave y jodida cara.

– Puedes creerme cuando te digo que funcionará. Los bichos no pueden soportarlo.

– ¿Qué es lo que no les gusta? ¿La publicidad? ¿La imagen de marca?

– No me preguntes por qué, pero funciona ¿vale? Los marines que vienen a estas zonas para prepararse para la guerra en la jungla llevan años usándolo. Mejor que el DEET o que cualquiera de esos repelentes para insectos, dicen. Y no lo he leído en ninguna mierda de libro.

L'Ambiance era de propiedad norteamericana y cómodo. Anteriormente mansión colonial, estaba situado en el Barrio Otaya de San José. La habitación de Dave, amueblada con antigüedades, era mucho más grande y mejor de lo que esperaba. Su única crítica era que cuando abría las puertaventanas que daban al balcón, podía oír y oler a los animales del zoo Simón Bolívar, que estaba una manzana más al norte. En ese aspecto era como una segunda casa después de Homestead.

Tan pronto como hubo deshecho el equipaje, Dave salió y compró mefloquina en la farmacia. Eso le hizo sentir más tranquilo. Y más tarde, después de una buena cena y una excelente botella de vino, se sentía tan bien dispuesto tanto hacia el país como hacia su compañero de viaje que aceptó acompañarlo a lo que Al insistió que era el mejor bar de San José.

Cayo Largo, con su salón al estilo del Oeste, su gran barra oval y su conjunto musical, estaba en otra hermosa mansión colonial. El lugar estaba lleno de gringos gregarios y lo que parecía un suministro inagotable de ticas con hambre de dólares, muchas de ellas adolescentes. Al encontró una mesa, pidió un par de botellas de guaro y dejó que Dave se empapara de ambiente mientras él iba en busca de compañía femenina. Volvió al cabo de unos minutos con no una sino cuatro de las putas más guapas que Dave había visto nunca. Una de ellas, una rubia con un ajustado suéter de color rosa y unos pechos muy grandes, se sentó a su lado y, sonriéndole dulcemente, le dijo que se llamaba Victoria. Dave notó que los ojos se le salían de las órbitas y se le disparaban hasta el techo cuando una morena de aspecto lánguido se cogió de su otro brazo y le pidió un cigarrillo. Cuando los ojos bajaron de su viaje, se encontraron con la mirada de Al, que estaba ya llena de placer.

– ¿Qué te dije? ¿No es algo especial este sitio? Cada vez que vengo aquí es como si me muriera y fuera a parar a un cíelo de conejitas.

Dándole un Marlboro a la morena, Dave miró hacia el suéter rosa y luego de nuevo a Al. Sonriendo dijo:

– Rosa. Siempre me ha gustado lo rosa.

Encendió el cigarrillo de la chica, que se llamaba María, y luego uno para él. Las otras tres chicas ya se estaban sirviendo vasos de guaro. Pese a todas sus buenas intenciones, Dave estaba empezando a divertirse.

Al brindó por Dave con el aguardiente local y dijo:

– Todas hablan bastante bien inglés, así que espero que puedas descifrar lo que te voy a decir. Son aptas para el consumo humano, si entiendes lo que quiero decir. Olvídate de la tensión de Andrómeda, ¿vale? Lo que hacen es legal aquí, o sea que tienen que someterse periódicamente a un examen médico, en la Dirección General de Salud Pública; así que todo está controlado. La mercancía está comprada y pagada, tanto si aprovechas tu opción como si no, amigo mío. Es en beneficio de ellas tanto como en el tuyo. Después de todo, ellas tienen que ganarse la vida. Así que, tío, tú decides. A ellas tanto les da una cosa como la otra.

Al se bebió el vaso de guaro de un trago y vio que Dave continuaba sonriendo. Y añadió:

– Puedes leerles un poema o puedes enseñarles la polla, allá tú. Sólo sé amable, eso es todo.

Dave brindó por Al y luego por las dos chicas que se apretujaban contra él, una a cada lado.

– ¿Yo? Yo soy Jay Leno, tío. Me quedaré sentado y seré amable con cualquiera de los invitados que vengan al programa esta noche.

Al soltó una risa procaz y dijo:

– Si no vengo a tu programa hoy, no será por falta de estímulo.

Era bien pasada la una cuando Al anunció que se iba con sus dos amigas ticanas al hotel antes de que estuviera demasiado bebido para juguetear. Dave había disfrutado de la compañía de Victoria y María. La noche había sido relajada y alegre y no tenía deseo alguno de ofender a Al con una exhibición demasiado evidente de mojigatería. Pero en la vida o eres un putero o no lo eres y hacía mucho tiempo que Dave había decidido que él no lo era. Así que resolvió dejarse llevar por la corriente y soltar a las chicas en cuanto Al se hubiera retirado a la suite presidencial del hotel con sus dos amigas.