Y eso es lo que hizo.
No hubo recriminaciones ni exhibiciones petulantes de rechazo. Las chicas lo aceptaron con tan buen humor como habían aceptado la invitación de Al. Después de que se marcharan en un taxi, Dave se dio una larga ducha fría y trató de convencerse de que había hecho lo acertado. Cinco años en Homestead ya eran degradación suficiente para toda la vida. Ahora quería sentirse bien consigo mismo, sentir que controlaba dónde iba y qué hacía. Y para hacer una cosa así hay que ser fuerte. Tener el poder de dominarte y dominar tus deseos. Ser un putero estaba lejos de ese propósito.
Se puso un albornoz y salió al balcón. Por encima del zumbido del tráfico, oyó el rugido de un gran felino, un león o un tigre atrapado en una jaula del cercano zoo. Imaginó a la pobre bestia yendo arriba y abajo en la pequeña jaula y por un momento recordó cuando él estaba en la celda en Homestead. Oyendo el horrible sonido de aquel espíritu inmovilizado mientras se entregaba a su desesperada danza ritual, arriba y abajo, arriba y abajo, midiendo sin cesar la celda con sus pasos, se dio cuenta de que, por primera vez desde que lo habían soltado, comprendía qué significaba estar libre.
– ¿Lo pasaste bien anoche?
Era una pregunta cruel, porque Al tenía el aspecto de una mierda del día anterior. Su cara, normalmente morena y mate estaba pálida y sudorosa y tenía unos ojos tan diminutos e hinchados como un par de serpientes irritadas. Si hubieran dejado su cabeza en un poste en algún lugar de la jungla, no habría tenido peor aspecto.
– Joder, Al, pareces una puta estrella de cine -dijo Dave burlón repitiendo las palabras de Tony Nudelli-. Te pareces a Ernest Borgnine en su día libre.
Al susurró roncamente:
– ¿Dónde coño está Chico con el todo terreno?
Tenían por delante un viaje de tres horas hasta Quepos, en la costa central del Pacífico. Aparcado enfrente, al lado del patio de estilo español del hotel, su conductor les esperaba en un Range Rover. Al subió lentamente al asiento de atrás, soltó un profundo suspiro que era casi un quejido y cerró los ojos inyectados en sangre.
Al cabo de media hora de viaje, Dave, que iba sentado delante, al lado de Chico, deseó haberse sentado atrás, con Al. Casi con regocijo Chico le informó que Costa Rica tenía la tasa de mortalidad por accidentes de tráfico más alta del mundo.
– Pero no se preocupe, ¿eh? -añadió-. Range Rover es muy bueno coche para carreteras de Costa Rica. Es coche inglés, pero muy duro. Creo que quizás las carreteras de Inglaterra sean tan malas como aquí. Los conductores ingleses también. Pero no es problema con el Range Rover. Este coche dice: fuera de mi camino, leches, hombre.
La A3, que llevaba desde las tierras altas de San José hasta la costa, era una vía asfaltada, de dos carriles, con caídas verticales y curvas cerradas. Estaba en unas condiciones razonables sólo hasta llegar a Carara. A partir de allí, Chico disminuyó la velocidad a la mitad por los muchos baches, algunos de los cuales habrían roto el eje de un vehículo más pequeño. Un cráter del tamaño del volcán los hizo saltar a todos por encima del techo, despertando a Al de su sueño resacoso por los excesos del día antes.
Al cabo de un momento, Al dijo débilmente:
– Tengo que bajar.
Chico miró hacia atrás por encima del hombro, vio el color de la cara de su pasajero y giró bruscamente hacia la derecha, saliendo de la carretera y parando cerca de unas tierras pantanosas y humeantes.
Al abrió la puerta y, olvidando la altura del coche, medio salió, medio cayó al suelo.
Chico lo observó mientras iba vacilante hacia el borde del pantano y luego, riendo, bajó la ventanilla para gritarle:
– Vigile, que hay cocodrilos y boas.
Miró a Dave y poniendo los ojos en blanco añadió:
– Sí. Las boas, ésas son peores que los cocodrilos. Muy agresivas.
– Pero no son venenosas.
– Quizás no, señor Dave, pero tienen dientes igual. Y vaya dientes que tienen. Si tengo que escoger entre una boa y una víbora, yo escogeré siempre la víbora.
Tambaleándose, Al se detuvo, se inclinó hacia delante, con las manos en las rodillas y empezó a vomitar. Dave salió del coche para orinar y luego se acercó hasta la melée de un solo hombre que era Al.
– ¿Estás bien?
Al seguía con arcadas y Dave notó en la nariz una sensación de asco cuando le llegó un fuerte olor a esmalte de uñas. Era el hedor del guaro. El líquido volvía a salir desde los intestinos de Al tan puro como si lo estuviera sacando directamente de una botella.
– ¿Bien? -Al rió con una especie de gruñido-. Estoy muy lejos de eso -dijo sin respiración y luego tuvo más arcadas.
Dave dijo:
– Alguien tendría que grabar ese sonido. Un tío de efectos sonoros para el cine. Anoche, en el canal por cable del hotel, daban esa película de Mel Gibson. Al final le arrancan las tripas y las queman delante de su cara. Seguro que podían haberte utilizado en el estudio de grabación, Al. Es un sonido medieval. Podría ser el inicio de una carrera totalmente nueva para ti.
– Lo que has de hacer cuando vomitas… es no parar… hasta que no has acabado… de lo contrario, no conseguirás lo que se supone que… -Siguieron unas cuantas arcadas más-. Es cuestión de joderse y aguantar. -Eructó, vomitó otra vez y luego escupió varias veces-. No abandonar… antes de acabar… a menos que tengas que hacerlo… -Un último esfuerzo, coronado por otra arcada-…o tendrás que repetir todo el proceso.
Jadeando, como si acabara de correr los cien metros lisos en esprint, Al se enderezó, respiró hondo y entrecortado y sonrió de una forma terrible.
Dave tragó saliva vacilante y dijo:
– Joder, Al, tendrías que vomitar por Estados Unidos.
Dave sabía muy poco sobre el barco que habían venido a buscar para llevárselo a Miami. Y cada vez que preguntaba, Al le decía que esperara a verlo. Pero cuando se aproximaban a Quepos, por una carretera tan polvorienta que Chico llevaba los faros encendidos, Dave dijo:
– Es ir muy lejos para un jodido barco.
– ¿No lo sabes? Los pobres no pueden escoger.
– Sí, pero mira este sitio.
En ese momento pasaban junto a una maraña de casas construidas sobre pilotes y conectadas con un sistema de paso hecho con tablones y planchas de chapa de zinc.
– Además, ¿qué clase de barco vamos a encontrar aquí abajo? Una mierda de barco platanero. Puede que un sampán. Joder.
La carretera de tierra continuaba después del pueblo de pescadores y a través de un extenso manglar.
– Un jodido barco volador es lo que se necesita aquí -dijo Dave quejándose y dándole, irritado, una palmada a algo que le andaba por el cuello.
– Ya te dije que usaras aquella mierda de Avon. Mira, a mí no me han picado ni una vez.
– El bicho que te picara a ti, probablemente moriría de envenenamiento alcohólico.
Al se encogió de hombros y respondió:
– La verdad es que me encuentro mejor. Una buena cerveza fría entraría de narices.
Dave alcanzó a ver cómo un cocodrilo, al que el Range Rover había despertado, se deslizaba entre las salobres aguas.
– El horror -murmuró misteriosamente-. El horror. *
– ¿De qué coño estás hablando? ¡Relájate, joder! Ya casi estamos allí.
La carretera se dirigía hacia el sur por una calle que bordeaba el mar.
– Quepos -dijo Chico sonriendo-. La ciudad. Nada del otro mundo ¿eh?
Entró en un gran puerto al norte de un puente.
– Pero aquí es mejor. Aquí ha habido mucho desarrollo. Montones de pescadores gringos. Desde diciembre hasta agosto. Cuberas, casabes.
De repente Dave vio por qué habían venido; la bahía burbujeaba con los aparejos y puentes de mando de docenas de barcos para la pesca deportiva, lujosos y con gran autonomía, algunos de ellos de un valor que llegaba o superaba el millón de dólares.