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Al cruzó tambaleante el umbral del puente, secándose la boca con la manga de su camiseta de fútbol. Se sentó ante la mesa de gráficos y bebió un sorbo de whisky para tratar de aquietar su estómago.

– He estado pensando en tu pregunta, Al -dijo Dave.

– ¿Qué jodida pregunta?

– Por qué quiero todo ese dinero.

– Tenías razón. Era una pregunta jodidamente estúpida.

– ¿Lees libros alguna vez, Al?

– ¿Libros?

Al se acabó el whisky de su vaso y se sirvió otro. Pensaba que si estaba borracho quizás no se daría cuenta de que estaba mareado.

– Sólo he leído tres libros en toda mi vida. Por lo menos, que yo me acuerde. Uno era de Hoyle, sobre el juego. El segundo era el Manual del Propietario de un Jaguar. Tenía un Jaguar, un XJR sobrealimentado. Un coche la leche de estupendo. Y el tercer libro que he leído era sobre los césares romanos. En general, si me interesa un libro, espero a que hagan la película.

– Tendrías que leer más, Al. La mayor parte de los viajes que he hecho en los últimos cinco años han sido en las páginas de un libro. Así que, respondiendo a tu pregunta de antes, quiero comprarme un yate y ver algunos de esos lugares por mí mismo, ¿sabes?

– Madonna quiere ir a Europa. Pero a mí me gusta Las Vegas.

– Uno de los libros que he leído es Los siete pilares de la sabiduría, de Lawrence de Arabia.

– Buena película.

– Trata de cómo se enamoró del espacio vacío del desierto. Eso es lo que yo quiero hacer. Enamorarme de algunos espacios vacíos.

– Te podría presentar a una prima mía. Es el mejor espacio vacío que he visto nunca. Las luces están encendidas, pero no hay nadie en casa. Sólo que la casa está construida como un palacio del copón.

– El desierto, o quizás el páramo. El interior despoblado de Australia. El Yukón. Y, claro, el mar. Al mar, lo adoro.

Al sacudió la cabeza, haciendo una mueca.

– Yo odio el jodido mar.

– La clase de yate que quiero comprar no se parece en nada a éste. Quiero un barco de verdad, con velas. No tiene que ser demasiado grande porque, si no, necesitaría mucha tripulación. Dos personas, incluyéndome a mí, estaría bien. Tengo aquí una foto de la clase de barco que me voy a comprar, ¿quieres verlo?

Dave sacó un trozo de papel del bolsillo, desplegó una foto que había arrancado de un viejo ejemplar de Showboats International y se la enseñó a Al.

– Mira -dijo-, eso es lo que yo llamo un barco. Un queche de veintidós metros, roda tipo clíper, popa en forma de copa de vino, diseño de Scheel. Un barco así cuesta mucho más de doscientos de los grandes. Es un barco perfecto para ver mundo.

Al miró la foto y luego se la devolvió a Dave.

– Todas esas velas… parece un trabajo muy duro.

– Ésa es la cuestión, Al. Eres tú y el mar.

– El mar es una zorra. Y una zorra que te la tiene jurada. La clase de zorra que, incluso cuando vives con ella, sabes que te va a joder y que vas a vivir para lamentarlo. Tienes que seguir adelante y convencerte de que quizás no resultará así, pero sí que resulta así. Si acaso, se porta todavía peor de lo que nunca hubieras imaginado. Es fría, es dura, es cruel y no le importa una puta mierda lo que te pase. Una auténtica revientahuevos. Eso es el jodido mar, tío.

Dave miró a Al con admiración. Y sonriendo dijo:

– ¿Sabes una cosa, Al? Tú también eres todo un romántico.

11

Kent Bowen aparcó su Jimmy y se encaminó por una larga pendiente hacia la entrada del hotel. El Hyatt Regency ocupaba un lugar privilegiado en Fort Lauderdale, al lado oeste del puente sobre el canal de la calle Diecisiete. Desde el bar giratorio Pier Top se podía ver a kilómetros alrededor y Bowen tenía una buena razón para recordar ese sitio con un especial afecto. Fue en el Pier Top, el último día de San Valentín, mientras bebían unos Margaritas deliciosos, donde le había pedido a Zola que se casara con él. Cuando ella le aceptó, se trasladaron a un motel de la playa en la avenida Bayside y habían cogido una habitación por una noche para consumar su amor. Escocés de ascendencia y, por ello, según su propia valoración, un hombre práctico y ahorrativo, Bowen nunca había sido de los que tiran el dinero. Pero aquella noche ocupaba la categoría de una de las mejores de su vida.

Fue hasta la puerta del hotel y se dirigió al ascensor, deteniéndose sólo para comprar un ejemplar de Luxury Florida Homes en la tienda de regalos. No había nada como ver la forma en que vivía la otra mitad de la gente en las propiedades privilegiadas de Florida para animar los sueños que acariciaba cuando compraba su billete semanal de lotería. No es que él fuera a tirar el dinero si llegaba a ganar. A Bowen le gustaba pensar que usaría su todavía no conseguida fortuna con discreción. Disfrutaría con el anonimato. Vestido de la cabeza los pies en Tilley Endurables, se sentía tan anónimo como lo requería la actual situación, mezclándose sin llamar la atención con los huéspedes del hotel.

Bowen subió en el ascensor hasta el piso de debajo del Pier Top, y se dirigió hasta la suite del lado este donde estaba situado el puesto de vigilancia. De pie frente a la puerta, miró a un lado y a otro antes de llamar con los nudillos. Pasaron unos segundos y la puerta se abrió con la cadena del seguro puesta.

Kate Furey estuvo a punto de soltar una carcajada. El culpable fue sobre todo el sombrero.

– Hola, soy yo -dijo, como si hubiera ido disfrazado de Santa Claus.

– Ya -dijo ella, y le abrió la puerta.

Bowen cruzó el umbral y echó una ojeada a la suite antes de que ella lo acompañara al dormitorio.

– Hola a todos.

Al lado de la ventana, detrás de un arsenal de objetivos de alta potencia, montados sobre trípodes, dos hombres de aspecto aburrido respondieron con un gruñido. Un tercero, que llevaba auriculares y controlaba todo un despliegue de aparatos de sonido para captar conversaciones a distancia, permaneció en silencio, sin darse cuenta de que había entrado alguien en la sala. Kate no presentó a ninguno de ellos. Sabía que a Bowen no le interesaban las presentaciones. Lo más probable era que hubiera venido desde Miami en busca de un almuerzo gratis.

– Bonita habitación -comentó él-. Bonita de verdad.

Kate se encogió de hombros como si a ella no le gustara mucho y dijo:

– Bueno, en realidad se supone que es una suite.

– ¿Una suite? Joder, Kate, ¿cuánto cuesta?

– Lo mismo que una habitación. Conseguí una tarifa especial.

– ¿Cómo lo hiciste?

– Mi, espero que a no tardar mucho, ex marido actuó como abogado del hotel en un pleito por daños personales. Creo recordar que fue un imbécil corto de entendederas que se hizo daño en el bar giratorio que hay arriba. Un sitio hortera de verdad, pero con una magnífica vista. Supongo que por eso van allí los cabezahuecas -Kate se rió con un desprecio manifiesto-. Les da algo de que hablar mientras piensan que son muy románticos. Tiene que echarle una ojeada antes de irse.

– Gracias, ya he estado -respondió Bowen fríamente.