– Enterado -dijo Al asintiendo.
– Además, observarás que he dicho «un pasajero». No en plural, sino en singular; refiriéndome a tí, Al -Tony dio una chupada al puro y por un momento pareció dudar de algo-. Cómo lo hagas, es cosa tuya, amigo, pero no quiero que Delano vuelva aquí con el dinero. Para no andar con rodeos, lo quiero muerto. Imagino que lo necesitarás vivo sólo hasta que lleguéis a la cita con el Ercolano. Si yo fuera tú, acabaría con él antes de subir al Ercolano y luego hundiría el yate, como él planeaba. Sólo que el cuerpo de ese hijo de puta estará todavía a bordo.
Tony hizo una pausa y estudió la cara grande y abierta de Al durante un momento. Era consciente de que Al había llegado a conocer a Delano bastante bien durante el viaje a Costa Rica. Estudió el extremo rojo y ceniza de su puro durante un momento, notando el calor en la mejilla y dijo:
– ¿Tienes algún problema al respecto?
Al negó con la cabeza.
– Ningún problema en absoluto. Delano tiene una lengua muy afilada. En el viaje de vuelta no paró de tocarme las pelotas con esto y aquello. Hubo un par de veces en que me hubiera gustado saltarle los sesos allí mismo. ¿Sabes qué le dije? Que me sorprendía que no le hubieran sacudido bien en Homestead -Al sacudió la cabeza con amargura-. Y seguro que irá a peor.
– ¿El qué?
– Lo de joderme. Como por ejemplo, con la huelga de controladores aéreos.
– No me lo recuerdes -dijo Tony-. Tuve que ir a Nueva York en tren por culpa de esos mamones. El país se está yendo a la mierda.
– Por desgracia, no hay tren hasta Europa. Parece que un montón de propietarios de barco que quieren cruzar el Atlántico esta primavera han decidido ganarle la mano a la huelga y viajar con sus barcos.
– ¿Y?
– Y Delano ha hecho la reserva en la SYT inscribiéndose él como propietario y a mí como tripulante. Va a estar dándome órdenes constantemente. Tocándome las pelotas, como si yo fuera un asalariado.
Tony se esforzó por no reírse.
– Recuerda esto, Al -dijo-. Esa lengua afilada va acompañada de un cerebro también afilado. No lo olvides, es judío, y los judíos son inteligentes. No cometas el mismo error que Willy El Tuerto. No subestimes a ese hebreo.
– Vale, vale -asintió Al, impaciente.
– Y no dejes que te haga perder los estribos. Puede que haya una razón detrás. Así que mantén el control y ofrece la otra mejilla. Hay dos cosas que tienes que recordar si empieza a tomarla contigo. Una, cuando todo esto acabe tú vas a romperle el jodido culo, y dos, vas a quedarte con su parte del dinero. Eso tendría que aligerar el peso de tu cruz. ¿Qué me dices?
– Sí, tienes razón. Gracias, Tony.
– Una cosa más. Vigila que no seas tú a quien traicionen. El Atlántico es muy grande, Al. Y la historia reciente nos enseña que muchas cosas pueden ir mal en el océano.
– A mí me lo dices -dijo Al-. Aquel chaval del que te hablé…
– Si pasa eso…
Nudelli exhaló una nube de humo y observó cómo flotaba en el aire entre los dos, como sí estudiara el alcance de la amenaza que quería comunicar al otro hombre. El humo se desplazó lentamente subiendo por la falda de bronce de Marilyn, añadiendo un toque infernal a su famosa pose. Había conocido a Marilyn de verdad; la había visto una vez, poco antes de que muriera, cuando iba con Sam Giancana. Una chica agradable. Era una vergüenza lo que le había pasado. Sólo que no había sido Sam quien había ayudado a adelantar su muerte.
– Si algo saliera mal -dijo-, puedes estar seguro de algo; yo puedo ser tan cruel como cualquiera de los cabrones de los Kennedy, incluyendo a Joe.
Nunca habían sido una familia unida. Tal como Dave lo veía, ni siquiera fueron una familia.
Era la historia habitual. Un padre que bebía; era su origen ruso. Una madre que estallaba; era su origen irlandés. Y su hermana, con un embarazo no deseado y un novio que no se casó con ella. Bueno, no puede decirse que fuera culpa de Nick. Probablemente Nick Rosen se habría casado con ella si alguien no le hubiera cortado el cuello antes.
Para cuando cumplió los veinte, Dave más o menos había terminado con ellos. Con la ocasional excepción de Lisa. No es que tampoco fuera de mucha ayuda para ella. Sólo arreglárselas para seguir viviendo él ya era bastante difícil sin tener que cargar con el peso de sus problemas. Pero por lo menos, había tratado de ayudarla. Una vez. Puede que ahora, después de cinco años, fuera el momento de intentarlo otra vez. Puede. Fue así como se encontró conduciendo hacia su deprimente casa de dos dormitorios en las afueras del bulevar Hallandale Beach unas dos semanas después de volver de C.R.
Dave salió del Miata con su bolsa de deporte Nike y subió por el camino. Llamó a la combada puerta de madera y un perro grande empezó a ladrar dentro de la casa. Esperó. Todavía no era mediodía. Una hora estúpida para ir de visita. Quizás se hubiera ido a trabajar, aunque las cortinas estaban corridas y había un desvencijado Mustang rojo aparcado enfrente. Un coche que antes había sido suyo. ¿Cómo podía haber dejado que se oxidara así?
Volvió a llamar. Esta vez, cuando el animal ladró, oyó que alguien lo maldecía. Al cabo de un par de minutos la puerta se abrió chirriando y allí, ajustándose un delgado batín, una especie de kimono, en torno a su cuerpo desnudo y demasiado gordo, estaba Lisa. Más vieja de lo que la recordaba; pero es que lo era, claro. Y más dura también; como si la vida no la hubiera tratado demasiado bien. Quizás si Nick no hubiera muerto hubiera sido diferente. Pero al diablo con todo aquello, se dijo. Era él quien había pasado los últimos cinco años entre rejas. ¿Y acaso había pensado ella en ir a verlo? ¿En hacer algo más que escribir un par de cartas llenas de faltas de ortografía? No lo había hecho.
– Dave, Dios mío -dijo, evidentemente nerviosa-. Caray. Has salido.
– Hola Lisa.
Un perro increíblemente grande llegó hasta la puerta, empujándola por detrás con un morro del tamaño de una caja de zapatos y gruñendo suavemente. Parecía un Dobermann que se alimentara de esteroides en forma de galletas de chocolate.
Ella empujó el perro hacia dentro de la casa y dijo:
– Sólo es mi hermano pequeño.
Dave no estaba seguro de si estaba hablando con el perro o con alguien de dentro de la casa. Alcanzó a ver un sombrío interior y sus agudos ojos repararon en la tele vieja, un sofá sucio y apolillado, una mesa con una botella de bourbon medio vacía y, al lado de la botella, como incongruentes recién llegados, dos billetes nuevos de 100 dólares.
– No estaba seguro de encontrarte -dijo Dave.
Ella se encogió de hombros, y siguió tratando de encontrar una sonrisa. Cuando apareció, era una sonrisa violenta.
– Bueno, pues aquí me tienes. Tendrías que haber llamado – añadió, echando una mirada por encima del hombro.
– Estaba cerca de aquí -mintió Dave-, de paso. Así que pensé que podía acercarme a verte, decirte hola y ver qué tal estabas.
– Es que en este momento es un poco inoportuno.
Dave podía adivinar lo que había interrumpido.
– ¿Un nuevo novio?
Lisa sonrió sin ganas y asintió con muy poco convencimiento.
– Sí.
– Me alegro.
– Estábamos… -Una mirada avergonzada llenó los puntos suspensivos-. Me sentiría incómoda si te dejara entrar. Mi ropa interior está tirada por todas partes.
Dave sonrió y dijo:
– La misma vieja Lisa de siempre.
Ahora ella miraba más allá de él, al vecindario.
– Eh, nada de vieja Lisa, ¿quieres? Sólo tengo cinco años más que tú.
Era verdad. Ahora se acordaba. Ella tenía su actual edad cuando lo metieron en Homestead. Dave estaba a punto de decir algo sobre eso, pero lo dejó correr. No estaba allí para reprocharle nada, sino para ayudar.