Выбрать главу

– Para mí, el objeto de la vida es misterioso y tentador, algo en que pensar intensamente, la sospecha de las maravillas que vendrán. Y así, estoy seguro de que el destino me unirá con un alma gemela.

No podía por menos de sentirse impresionada.

– ¿De quién es? -preguntó-. ¿También de Van Morrison?

Dave negó con la cabeza.

– Suena mejor en ruso. No, es de Pushkin. En versión libre.

– No sé si esperas mi admiración -dijo Kate con una sonrisa-. Pero es bonito. ¿Encontró Pushkin su alma gemela?

– Sí, pero la historia no tuvo un final feliz.

– ¿Qué sucedió?

– Alguien lo mató de un tiro. Un tipo llamado D'Anthes.

– No hay ley alguna contra las armas de fuego que pueda detener a un loco -dijo Kate encogiéndose de hombros-. Si, como tú has dicho, puedo librarme de Q., me encantaría visitarte. Cap D'Antibes, ¿eh? Supongo que es un sitio muy chic.

– Tan chic como Valentino.

– Ésa es la parte que me preocupa. Sola, en un país extranjero, sin siquiera un guía nativo. Podría pasar cualquier cosa.

– Anoche casi pasó.

– ¿Anoche? -dijo Kate sonriendo-. Oh, eso fue sólo sexo. Hoy se parece más al tema de un programa de Oprah. El espectáculo completo: cómo nos conocimos. O algo por el estilo.

– No te preocupes -dijo Dave-. Yo siento lo mismo.

– D'Antibes, D'Anthes. No te preocupes. Eres una auténtica luz roja; lo sabes, ¿verdad Van? Cualquiera pensaría que estás tratando de enviarme alguna especie de señal.

– Llamando por todas las frecuencias, teniente Uhura.

– Adelante, capitán.

– Suena algo estúpido, pero me estoy enamorando de ti. Quizás no fuera exactamente amor a primera vista. Si lo hubiera sido, te lo habría dicho ayer. Pero queda tan cerca que casi lo es.

– Diría que es de foto finish -Kate le acarició la mejilla con el dorso de la mano-. Además, es la segunda impresión lo que cuenta; pregúntaselo a cualquier adivino. ¿Sabes, Van? Me recuerdas a mi abogado.

– ¿A tu abogado? -dijo Dave riendo-. ¿Y eso?

– Me recuerdas que tengo que llamarlo para averiguar por qué se está retrasando mi divorcio.

– ¿Crees que tú y yo formaríamos un buen equipo?

– Podría ser.

Dave hizo una breve pausa, mientras pensaba en la mejor manera de probarla. Una cosa era que le dijera que lo quería. Después de todo, pensaba que era un tipo decente, o tan decente como se podía ser si, además, daba la casualidad de que eras millonario. Pero sería otra cosa si dijera que estaba dispuesta a tener una relación con un ladrón. Y no con un ladrón cualquiera, con uno muy poco corriente.

– Juntos, tú y yo, podríamos hacer dinero de verdad.

– ¿Sí?

– ¿No te gustaría hacerte con un montón de dinero?

– Todo depende de lo que tuviera que hacer para conseguirlo. No nos veo ganando los dobles mixtos en Forest Hills.

– ¿Y si te dijera que estoy a punto de jugar una partida de cartas con cuatro ases en la mano?

– Te preguntaría si esa mano estaba en la mesa o en el interior de tu manga.

Dave permaneció silencioso.

– Oh, oh, parece que, después de todo, sí que hay algún tínglado en marcha. No sé, Van. Yo diría que Montecarlo es un lugar bastante adecuado para ir con cuatro ases.

– ¿Y si dijera cinco ases?

– Hay un nombre para ese tipo de gente, Van. Y números también. Y tienes que vigilar que no te den por el culo cuando te duchas -Kate sonrió algo insegura-. Es una broma, ¿verdad? No eres jugador, ¿eh?

– Hablaba metafóricamente -dijo Dave.

– Ah, ya veo. Una metáfora. Me alegro. Había empezado a pensar que había conocido a un tramposo.

– Pero entraña riesgos. Y la apuesta es alta. Para conseguir una gran recompensa.

Kate siguió sonriendo. Sabía que, si dejaba de hacerlo, le iba a resultar difícil volver a empezar. La conversación había tomado unos derroteros totalmente inesperados. Por un momento había pensado que se iban a declarar un amor imperecedero y que iban a hablar de casarse. Pero ahora no sabía qué pensar.

– Y ahora me dirás que eres una especie de ladrón de joyas de alto nivel, que ahora vive tranquilamente en una villa en lo alto de una colina en la Costa Azul. Como Cary Grant en Atrapar a un ladrón. Vamos Dave. ¿De qué va esto?

Dave consideró la idea cuidadosamente durante un par de segundos. ¿Por qué no? Ser un ladrón de joyas de alto nivel encajaría muy bien en la clase de prueba de fuego que tenía en mente. Después de todo, si estaba dispuesta a aceptar a un ladrón de guante blanco, también estaría dispuesta a aceptar a un pirata, o como quiera que se llamase a un tipo que daba un golpe a bordo de un barco.

– Hablo del todo en serio, Kate.

Todavía esforzándose por conservar su buen humor, la sonrisa de Kate era ahora algo forzada.

– Para serte franca -dijo-, nunca me he visto haciendo uno de los papeles de Grace Kelly. Para empezar, conduzco mucho mejor que ella, y además, bueno, ¿aquella película acababa bien o no? No me acuerdo. ¿Y Cary Grant no era un ladrón de joyas reformado que trataba de limpiar su nombre? -Dejó de hablar, irritada, su buen humor desapareciendo por momentos-. Mierda, Dave, esto no se le hace a una chica de la que te acabas de enamorar. ¿Sabes?, cuando la gente se casa, dice «en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad»; no hay nada sobre el bien y el mal -Ahora estaba empezando a sentirse inquieta; como si hubiera ganado la lotería y no supiera dónde había puesto el billete-. Esto no tendría que pasar. Mira, puede que te hayas hecho una idea equivocada de mí. Lo de anoche, tan a lo Rita Hayworth, tan a lo Gilda, fue sólo una representación. Yo sólo soy una sencilla chica de provincias. De Titusville, ¿recuerdas?

– ¿Y qué se ha hecho de la chica de la Space Coast?

– Houston, tenemos un problema. Me parece que el cohete ha estallado en la pista de lanzamiento.

Dave la besó otra vez, como para tranquilizarla.

– ¿Estás segura de eso? -preguntó luego.

– No -dijo ella débilmente, y lo besó a su vez-. Pero tengo la sensación de que no voy a aterrizar en la Luna. Mis sistemas de teledirección son un desbarajuste total.

– Sólo necesitas un poco de tiempo para reajustarlos de nuevo, eso es todo. Todavía puedes completar tu misión.

– Si tú lo dices -Kate sonrió, irónica-. Escúchame Dave. ¿Podemos hablar sensatamente un momento? Esto no es una película; es algo real.

– ¿Qué es real? Alguien dijo en una ocasión que no sabríamos cómo enamorarnos si no hubiéramos leído una descripción antes. Bueno, pasa algo parecido con las películas. Puede que incluso más. A veces, cuando pienso en lo que ha sido mi vida, lo único que recuerdo son las buenas películas y mis programas favoritos de televisión. Los mejores momentos de mi vida, en su mayoría, los he pasado en los cines. Y me parece que lo mismo puede decirse de la mayoría de la gente, Kate. Algunas de nuestras experiencias más extraordinarias proceden de las películas. No de verlas, ¿sabes?, porque si es una buena película, es como si fueras parte de ella. Mira, eso es lo que yo llamo realidad virtual, no uno de esos cascos de moto que tienes que encajarte en la cabeza para ver la mano que hay delante de tu cara -Dave se encogió de hombros-. Así que, ¿qué es lo real? No lo sé. De lo que estoy seguro es de que las cosas son sólo lo corrientes que tú quieras que sean. Si quieres que tu vida sea tan apasionante como una película, entonces es así como tienes que vivirla.

Kate se echó a reír y lo besó rápidamente.

– De acuerdo -dijo-. ¿Cuáles han sido tus experiencias más extraordinarias?

Dave se quedó pensativo un segundo. Y luego dijo:

– Entrar en la ciudad con el Grupo Salvaje. Cabalgar en mi moto al lado del Capitán América. Correr hacia el Nornoroeste, huyendo de aquel aeroplano fumigador. Ser seducido por la señora Robinson. Escapar por las alcantarillas de Viena. Poner pies en polvorosa delante de una gran bola de piedra en un templo inca. Montar en una cuadriga contra Messala en el circo de Antioquía. Destruir la Estrella de la Muerte con mi último misil. Jugar al ajedrez con la muerte. Besar a Hedy Lamarr. Besar a Grace Kelly. Besarte a ti.