Kate encendió un cigarrillo.
– ¿Qué es esto? ¿El examen para el título de capitán de la Marina Mercante? Quizás quieras ponerme a prueba; ver si puedo instalar nuevos impulsores a oscuras, ese tipo de cosas.
Cuando vio que Dave no respondía, Kate sonrió y dijo:
– ¿No me digas que nunca has oído hablar de impulsores?
Dave parecía dispuesto a admitir su derrota.
– Es como un propulsor -dijo ella, maliciosa.
– Ah, sí, me parece que sé…
– Sólo que se escribe diferente. «Im» en vez de «pro». De hecho, ahí se acaba la similitud -Sonrió triunfante-. Si el impulsor se estropea, también se estropea la bomba de combustible y el motor Diesel; así que es importante ser capaz de sacarlos y montar uno nuevo. Incluso en alta mar, incluso de noche, incluso durante una tempestad. Puede ser algo peliagudo si no sabes cómo hacerlo.
Le echó un poco de humo a la cara y observó cómo la sonrisa se le extendía por toda la cara.
– ¿De qué hablabas con aquellos tipos?
– Acababan de convencerme para que fuera a ver en acción el porno duro.
– Ahí es donde está Al -dijo Dave-. Es un auténtico fanático. Lo ve todo.
– Justamente -dijo Kate-. En esa película seguro que se ve todo. ¿Quieres echar un vistazo?
– Claro.
Kate se sintió un poco decepcionada. Esperaba que él fuera la clase de hombre que sacude la cabeza ante la idea misma de ver porno. Pero ahí estaba, cogiéndola por el codo y acompañándola escaleras arriba, hacia la sala de proyecciones. Por lo menos, podía haber fingido que lo desaprobaba, aunque fuera durante un minuto o dos. Estaba llegando a la conclusión de que, probablemente, todos los hombres estaban interesados en aquella clase de mierda.
– No entiendo por qué no hay más tíos que se dediquen a la ginecología.
– Es más difícil relajarse cuando la afición se convierte en trabajo -dijo Dave.
– ¿Es una observación basada en la experiencia personal?
– En eso y en un montón de vanas ilusiones.
– No eres un soltero alegre; de eso doy fe, Van.
Notó su mano en la base de la espalda mientras subían las escaleras. Cuando casi estaban arriba, él se detuvo y bajó un peldaño.
– Creo que necesito ir al baño -confesó.
– Pensaba que eso sería después de ver la película.
– Entra tú. Volveré dentro de un minuto.
– ¿Un minuto? ¿En una película de éstas? Te podrías perder toda la historia.
– Mientras tenga un final feliz, no me importa.
Kate empezó a subir de nuevo.
– De finales felices es de lo que va esta mierda. Muchos finales felices. En un primer plano resbaladizo.
Dave calculó que tenía unos diez minutos antes de que Kate empezara a desconfiar. Salió del Jade por la popa, subiendo directamente al Juarista y luego al Carrera. Un minuto después de dejar a Kate en la fiesta estaba bajando por la escalera de caracol que conectaba el salón y comedor del Carrera con la cubierta de alojamientos en la zona central del barco.
La suite principal ocupaba todo el ancho del barco y consistía en una sala de estar, un gran vestidor y un amplio baño con jacuzzi. Dave supuso que ése era el camarote ocupado por Kent Bowen. Tiradas por el suelo del vestidor había algunas camisas de colores chillones que le parecía recordar haberle visto a Bowen. Y el dulce olor antiséptico de la loción Brut para después del afeitado que siempre anunciaba su presencia era inconfundible. Rápidamente, Dave abrió algunos cajones y casi enseguida encontró lo que andaba buscando: una Magnun 357 de alcance medio en una pistolera ProPak secreta y una cartera con tarjetas. Dave sacó una y la leyó rápidamente. La redonda insignia dorada grabada en relieve era fácilmente reconocible. Lo identificaba como funcionario del Ministerio de Justicia con tanta seguridad como la infor mación impresa al lado. Bent Bowen era Agente especial adjunto al mando en la central del FBI, en la Segunda Avenida de Miami.
– Joder -exclamó.
Devolvió la tarjeta a su sitio, cerró el cajón con cuidado y luego fue a la sala de al lado para registrar el camarote de Kate. Estaba más ordenado que el de Bowen. La cama estaba hecha, con cojines esparcidos por encima de la colcha de brocado de seda. La ropa estaba colgada ordenadamente en el vestidor, pero no había nada en los cajones empotrados que pudiera interesar a Dave; aparte de alguna ropa interior muy sexy.
– Sólo los hechos, señora -murmuró y, cerrando el cajón, retrocedió para salir del vestidor.
Con el talón chocó con algo duro por debajo de la colcha. Pensando que podía haber un cajón para ropa blanca bajo la cama, igual que el que él tenía en su propio camarote, Dave se arrodilló, retiró la colcha y agarró el cajón por el asa. Al abrirlo encontró todo lo que cabría esperar en un cajón de ropa blanca. Tuvo que meter el brazo hasta el fondo para tocar la forma bien conocida que medio estaba esperando. Al momento estaba mirando una Smith & Wesson Airweight 38, alojada en una bonita Vega de piel, aunque el percutor oculto de la pistola hacía que fuera perfecta para el bolso. Unido a la pistolera había una cartera con una placa del FBI y una tarjeta que identificaba a Kate, no como Kate Parmenter, sino como Kate Furey, Agente Especial. Parecía más joven en la foto y llevaba el pelo diferente. Pero era imposible confundir aquella cara inquieta.
Dave asintió con amarga satisfacción. No sabía si gritar de alegría o aullar de dolor.
– Una agente federal -musitó-. Es una jodida agente federal.
Lo que no acababa de entender era qué estaban haciendo ella, Bowen y el otro tipo, que probablemente también era un federal, en el Duke. No había forma alguna de que pudieran estar enterados de los planes de Dave. A menos que estuvieran siguiendo la pista del dinero.
– Federales de mierda.
Hurgó de nuevo en el cajón buscando algo que pudiera desvelarle algo más, pero no encontró nada. Cerró el cajón y entró en el baño. Sus ojos tomaron nota de la marca de perfume de Kate para un uso futuro, una pequeña botella de gotas para los ojos Murine, una loción para el sol y un impresionante surtido de elixir dental, seda dental, palillos y tabletas antisarro que ayudaban a explicar la sonrisa de modelo de Kate. Los cajones estaban vacíos, pero en un armario debajo del lavabo encontró una grabadora de carrete TEAC. Una clase de grabadora que no se usa precisamente para escuchar Música Acuática de Händel cuando estás en el baño. Dave sabía que estaba preparada para grabar desde algún tipo de micrófono oculto. Pero, ¿dónde lo había colocado?, ¿en qué barco?
Apretando un botón rebobinó la cinta un par de segundos. Lo menos que podía hacer era verificar que los federales no estaban interesados en él o en el dinero ruso.
La cinta empezó a sonar.
Estaba escuchando las voces de un hombre y una mujer. El hombre era americano, pero la mujer sonaba como si fuera australiana. El acento ayudaría a concretar más. Aunque en realidad no tenía importancia. Ninguno de los barcos rusos llevaba mujeres. Y estos dos no decían nada interesante. Sólo bobadas sobre esto y aquello. Dave apagó la grabadora y empezó a sonreír. Los federales estaban vigilando el barco de otro. Alguien de quien Dave no sabía nada en absoluto. Todo iba bien. Su plan a cinco años podía continuar más o menos como estaba previsto. Siempre que el submarino lo permitiera. Y el ver aquellas placas y tarjetas de identificación del FBI le había dado una idea.
Durante diez minutos Kate estuvo demasiado escandalizada para notar la ausencia de Dave. Su imaginación se había visto bruscamente trasladada a algún otro lugar, ya que ni el más mínimo aspecto de la anatomía humana escapaba la atención de la cámara: cada conducto mucoso, cada pliegue subcutáneo y cada folículo sebáceo. Pero lo que más le sorprendía no era la explícita intimidad de lo que se representaba, sino que todavía hubiera mujeres dispuestas a tener relaciones anales sin protección. ¿Pero dónde habían estado esas mujeres durante los últimos diez años, tan llenos de ansiedad por los virus? ¿Se imaginaban que sólo porque lo estaban haciendo en una película el departamento de efectos especiales las protegería?