Выбрать главу

Al observar su gesto de desagrado ante el torso desnudo de Al, Dave dijo:

– ¿No podrías ponerte una camisa o algo, Al? Es como tener un coco gigante dando vueltas arriba y abajo aquí dentro.

– A algunas mujeres les gustan los hombres peludos -dijo Al sorbiendo un poco de café.

– Da la casualidad de que Dian Fossey y Fay Wray no nos acompañan en este viaje -replicó Dave.

– Déjeme que le cuente algo sobre eso de los gorilas -dijo Al-. Los tipos peludos tienen más inteligencia que los que tienen menos pelos que la mierda, como usted mismo, jefe. Es un hecho. Lo decía en el Herald. Los científicos han hecho un estudio y lo han demostrado. Los tipos listos tienen pechos peludos. Un montón de médicos, un montón de profesores universitarios; no muchos abogados, ningún policía; muchos escritores. Y los tíos listos de verdad, de verdad, esos tienen también la espalda peluda.

– ¿Decía algo sobre cerebros peludos en ese estudio, Al? – preguntó Dave riendo. Miró a Kate, que le devolvió apenas la sonrisa-. Bueno eso es algo nuevo para mí. Le da un giro diferente a la historia de Sansón, supongo. No es su relación con Dios lo que ella jode cuando le corta el pelo, sino su C.I.

– Puede reírse tanto como quiera -dijo Al, marchándose de la cocina-, pero es un hecho.

Kate carraspeó nerviosa y continuó esforzándose por mantener la sonrisa, incluso cuando Dave le sonrió disculpándose. Ahora que lo veía de nuevo, sí que parecía que pudiera ser un ladrón de joyas de alto nivel. Probablemente, llevaba a Al para conducir el coche en el que huía o para disponer de sus músculos si era necesario.

Cuando Al se hubo marchado, Dave sacudió la cabeza.

– Ese Al -dijo sencillamente-, vaya tipo, ¿eh? Ya te dije que era un animal.

– Me parece que es la primera vez que os veo juntos.

– Eso es fácil de explicar -Abrazándola, Dave inspeccionó el desayuno que Al había rechazado-. Somos como Jekyll y Hyde. Mmm, tiene buen aspecto.

– ¿Y cuál de los dos es el señor Hyde?

– Él, por supuesto. ¿No te has fijado en el pelo que tiene en las manos? Ese tío es como un puto felpudo.

Kate se soltó y empezó a servirle el desayuno.

– ¿Te pasa algo? -le preguntó él-. No te arrepientes de lo de anoche, ¿verdad?

– Todo va bien -dijo ella y, ansiosa por tranquilizarlo, añadió-: ¿Sabes una cosa? Si tú fueras el señor Hyde, yo sería la señora Seek *.

– Eso suena prometedor.

Dave se preguntó si habría algo en aquella exhibición de mentiras. ¿Estaría tratando de divertirse durante una misión de vigilancia por lo demás poco interesante? ¿O había algo más? Le pareció imposible averiguarlo hasta que hubieran dado el golpe. Se sentó a la mesa y empezó a comer lo que ella le había puesto delante.

– Estoy seguro -dijo- de que preferiría compartir una conciencia dividida contigo que con Al. Piénsalo. Una asociación al 50%. Mitad y mitad.

– ¿De verdad? Pues hasta el momento no puede decirse que hayas sido muy directo conmigo.

Con la boca llena de comida, Dave enarcó las cejas.

– Lo que quiero decir -se apresuró a explicar Kate- es que no me has contado mucho sobre lo que haces. No puedo dejar mi empleo con Kent sin saber un poco más sobre ti; sobre lo que haces; sobre dónde vives.

– Ya te lo he dicho -respondió Dave-. Robo piedras. Igual que John Robie en Atrapar a un ladrón. El Gato. De hecho, no uso título ni un guante con un monograma. No tiene sentido ponérselo fácil a la policía para que me acuse de un montón de golpes en el poco probable caso de que me cojan. Naturalmente, sólo robo a los que pueden permitírselo. De hecho, pensaba que podría haber unas cuantas piedras bonitas en este barco; hasta que descubrí que es raro que los propietarios viajen con sus barcos. Eso fue antes de que los controladores aéreos conocieran el aprieto en que me hallaba y decidieran echarme una mano.

– Se ha acabado -dijo Kate-; la huelga. Lo dijeron por la radio ayer tarde.

– ¿Ah, sí? Bueno este viaje ha sido muy decepcionante, por lo menos desde un punto de vista profesional. Ni joyas ni dinero en metálico ni siquiera un pequeño picasso. Me pregunto en qué gastará el dinero la gente hoy día. En seguridad y en porno, supongo. Eso no deja mucho margen para alguien como yo, Kate – suspiró-. Espero que las cosas vayan mejor en la Costa Azul.

– ¿Hablas en serio?

– Yo siempre me tomo en serio las asociaciones, Kate. Después de anoche tendrías que saberlo. Pero, además, hay otra razón. Ya tengo un socio. Hay que tener en cuenta a Al.

Kate sintió que recuperaba parte de su aplomo.

– Sustituta de Al; me siento muy halagada -dijo-. Pero, ¿sabes?, el negocio no suena especialmente atractivo. Podrías tratar de venderme los términos del acuerdo: Qué saco yo, qué puedo hacer, esa clase de cosas.

– Ya te lo he dicho; ése no es mi estilo. Además, ya conoces las condiciones. Ayer te oí decirlas a ti misma. En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Cincuenta, cincuenta, Kate. Con todos mis bienes materiales te doto. ¿Qué me dices?

– ¿De verdad me estás pidiendo que me case contigo?

Dave se llevó un poco de jamón a la boca con el tenedor y asintió con la cabeza.

Kate sonrió.

– Pero si ni siquiera te conozco.

– Cada día se casan miles de personas que no se conocen. Lo sé. Lo he leído en los periódicos.

Kate se sentó frente a él, atónita. ¿Se mostraría tan decidido a casarse con ella si supiera que era una agente federal?

– ¿Cuándo tendrás el divorcio? -preguntó Dave.

– Dentro de un par de meses.

– Casémonos entonces.

Le divertía su azoramiento. Percibía que lo amaba tanto como él a ella. Quizás incluso quería casarse con él y, de no ser una agente especial en una misión secreta, puede que hubiera aceptado. Por otra parte, pensaba en lo bien que habían estado la noche antes; en lo cómodo que se sentía con ella ahora y en lo que le costaría dejarla. El tiempo se estaba acabando. Dentro de dieciocho horas Al y él iban a dar el golpe. Después de eso tal vez no volvería a verla. La verdad es que todo lo que había dicho lo había dicho en serio. Si para conservarla bastara simplemente con casarse con ella, lo habría hecho inmediatamente. Casi la única carta que le quedaba por jugar era que sabía que era una agente federal. Pero sólo la jugaría cuando llegara el momento de marcharse, cuando ella lo supiera más o menos todo, pero no antes.

– Te gusta ir rápido, ¿eh, Van?

– Voy al Gran Premio de Mónaco, ¿recuerdas?

– Creía que quien iba era el financiero, no John Robie.

– El Gran Premio es bueno para los gatos ladrones. Hay mucho ruido. La gente no oye mucho durante una carrera de Fórmula 1. Y Montecarlo siempre es Montecarlo. Siempre hay montones de piedras por todas partes. Es como Tiffany's con una ruleta y una bonita playa -Dave enderezó el cuchillo y el tenedor y alargó la mano a través de la mesa para enrollar un mechón del pelo de Kate en el dedo. Aunque todavía no se había duchado seguía oliendo maravillosamente-. No debería ser un gran problema para una chica de la Space Coast. La clase de chica que usa Allure.

– ¿Cómo sabes que ése es mi perfume?

– Lo reconozco. Es mi perfume favorito. Por lo menos ahora lo es.

Kate apoyó la mejilla en la mano y suspiró melancólica. Howard no era capaz de distinguir un perfume del humo de los puros. Era mala suerte conocer a un hombre que se enamoraba de ella a primera vista justo cuando ella se hacía pasar por otra persona. Un hombre que sabía poesía. Un hombre que no era un amante egoísta. Un hombre que era un ladrón y un ex presidiario. Era otra de esas pelotas con efecto que la vida tenía por costumbre lanzarte. Se puso de pie.

– Sigo necesitando un poco más de tiempo -dijo, mirando automáticamente el reloj-. Y será mejor que vuelva. Kent es bastante maniático con este tipo de cosas.

вернуться

* * En inglés Hide (pronunciado igual que Hyde) significa «esconder» y Seek, «buscar». (N. de la T.)