– Joder, ¿qué es esto? -Luego se echó a reír y levantó el fláccido labio de Al con un dedo. Sonriendo, exhibiendo el brillo perfecto de sus dientes, Dave miró dentro de la boca vomitadora de Al-. Vaya, no hay ni un puto diente en todo el buzón.
Dave siguió mirando, fascinado y sintiéndose como la perra que en El Rey Lear viene a regodearse ante las cuencas vacías de los ojos de un viejo. Hasta que la zarpa enorme y peluda de Al le apartó la mano de un manotazo.
– Que te jodan.
– Bueno, ahora tienes que sentarte y tragar esta pequeña pildora amarga, Al. Hará que te sientas mejor. Es una pastilla contra el mareo, así que sé un buen chico y trágatela. Me ha costado cincuenta dólares.
Al se incorporó, se tragó la pildora y, cogiendo el vaso de la mano de Dave, lo vació del agua que cubría su dentadura.
– Hijo de puta -murmuró y volvió a desmoronarse en la cama.
– Sí, ya lo sé. Todos mis pacientes me dicen lo mismo. Mis modales son más los de un descargador de los muelles que los de un médico de cabecera -Dave secó la frente de Al con la toalla-. El Scopoderm tarda un poco en hacer efecto. Y también lo llevas pegado en los brazos por si tu estómago le presta menos atención que tu cerebro. Sólo una advertencia. Nada de alcohol mientras viajes con esto. Eso quiere decir, nada de alcohol hasta que haya acabado el viaje, ¿vale? Tú y yo tenemos un trabajo que hacer – Dave miró la hora-. Quedan menos de doce horas. ¿Quieres algo que te motive? Pues piensa en esto: mañana a estas horas tú y yo seremos millonarios.
– Bueno -estaba diciendo Sam Brockman-, así que ahora estamos solos. Salvo cuando hay maniobras de la OTAN, la armada se queda a este lado del Atlántico. Para facilitar las cosas a los de la GAS.
– ¿La GAS?
– La guerra antisubmarinos -le dijo a Kate-. Los franceses nos recogerán dentro de unas horas, al oeste de las Azores -Suspiró-. Mierda.
– ¿Qué pasa?
– Nada, que casi tengo ganas de que pase algo. Me parece una vergüenza dejar que sean los de la Interpol los que les echen el guante.
Kate asintió sin mucho entusiasmo. Para ella, ya estaban pasando cosas más que suficientes. Más de las que habría querido. Desde el desayuno había permanecido en el Carrera, dando gracias de que el mal tiempo le proporcionara una excusa para no salir al puente y ver a Dave. Quizás fuera mejor que el submarino se hubiera marchado. Eso significaba que ya no podía sucumbir a la tentación de hacer que enviaran un mensaje a la central del FBI para comprobar el historial delictivo de Dave. Eso si Delanotov era su verdadero nombre.
Un Kent Bowen de color verde subió a la cocina y permaneció de pie al lado del fregadero jadeando antes de coger un vaso y llenarlo con agua del grifo.
– ¿Cómo te sientes, Kent? -le preguntó Sam.
– Como una mierda de perro.
Kate miró a Bowen con una expresión que decía que eso es lo que era. Todavía no había ideado un plan para vengarse de él por haberle insinuado a Dave que se la tiraba. Pero estaba en ello.
– ¿El Dramamine no te hace efecto? -dijo Sam.
– Eso es lo más jodido del asunto -dijo Bowen-. Si tomo una pastilla más, me caeré redondo. Ya casi me duermo de pie.
– Mire -dijo Kate-, por ahora no está pasando nada. Pavo en la paja se ha ido. No hay necesidad de que se quede despierto si se siente tan mal. ¿Por qué no se va a la cama?
Bowen sonrió débilmente.
– ¿Por qué no irse a la cama? ¿Es ése tu lema personal o algo así?
Kate se mordió el labio.
– ¿Qué se supone que quiere decir eso? -dijo Kate conservando la calma.
– Me parece que sabe de que estoy hablando, agente Furey.
– Joder, habla igual que mi madre.
– Lo dudo. Lo dudo mucho. Está claro que su madre no le dio nunca nada que se pareciera a una orientación moral.
Kate notó que enrojecía. Luego se rió con desprecio.
– Vaya quien fue a hablar. ¿Qué sabrá usted de moralidad?
Siguiendo con su idea, Bowen dijo:
– Si lo hubiera hecho…
– Quiero creer que lo que le hace hablar como un capullo es el Dramamine, Kent.
– Si lo hubiera hecho, habría vuelto a este barco anoche.
– ¿Ha venido hasta aquí a propósito para insultarme?
– ¿Entonces, no lo niega?
– ¿Negar qué?
– Que durmió con ese tipo?
– A decir verdad, dormir no dormimos nada. Estábamos demasiado ocupados follando.
– O sea que yo tenía razón.
– Pero lo que yo hice o dejé de hacer anoche no es asunto suyo.
– Si afecta a la integridad de esta operación, sí que lo es.
– Y de eso usted debe saber mucho, viendo porno toda la noche.
Bowen se inclinó y vomitó en el fregadero.
– Cuando mete la cabeza en una taza de váter está en su verdadero elemento-dijo, despectiva.
Bowen se enderezó y se secó la boca con una servilleta de papel.
– No fue toda la noche. Fueron un par de horas, Kate -dijo Sam-. Puede que tres.
– O sea que no me venga con sermones sobre integridad -dijo Kate.
– Nunca había visto ese tipo de cosas -dijo Sam-. Y probablemente no volveré a verlas. Anoche, calculo que vi todo lo que es posible ver. Había una mujer en particular -Miró a Kate con embarazo-… Bueno, sólo diré esto: Que ahora sé qué quiere decir exactamente que te estrujen la cabeza -Se echó a reír-. Bueno, de cualquier modo, no veo que ninguno de nosotros haya afectado a la integridad de esta operación. Anoche no pasó nada que sea asunto de nadie salvo del interesado o la interesada. ¿Por qué no lo dejamos así, eh, Kent?
– Esa clase de conducta adolescente puede estar bien para los guardacostas -dijo Bowen con un hipo-. Pero las actividades sexuales ilícitas de la agente Furey no entran dentro de las mejores tradiciones del FBI.
– Pero, ¿quién se cree que es? -exigió Kate-. ¿T. Edgar Hoover? Actividades sexuales ilícitas, ¡vaya montón de mierda!
Bowen sonrió en medio de una oleada de náuseas que se llevó la última sombra de color de su cara.
– Bueno -dijo-, yo sé quién soy. Sí. Así es. Yo sé quién soy.
– Los expedientes secretos de Kent Bowen.
– Pero, ¿puede decir lo mismo de su compañero sexual? Contésteme, si puede. ¿Qué sabe exactamente del señor David Delanotov?
– No me venga con esa mierda -dijo Kate, pero la verdad era que se había pasado toda la mañana preguntándose eso mismo.
Bowen respiró hondo y dijo:
– Soy un baluarte de fortaleza en una ciudad de hombres y mujeres débiles. Y defenderé la ley. Pero el señor David Delanotov es otra cosa. No es un hombre recto. El ojo hostil y el dedo del desprecio lo señalan.
Soltó un suspiro, vacilante.
– Será más bien un baluarte de mierda. ¿De qué demonios está hablando?
– Se lo diré. He hecho unas pequeñas comprobaciones sobre el señor Dave Dulanotov. Y resulta que el barco de su propiedad está matriculado en la Gran Caimán.
– No hay ley alguna que lo prohiba.
– Su anterior dueño era un tipo llamado Lou Malta, socio en el pasado de Tony Nudelli. Incluso usted debe haber oído hablar de Tony Nudelli.
Kate permaneció callada.
– Naked Tony Nudelli. Dije socio en el pasado porque Lou Malta está en la lista de personas desaparecidas del departamento de policía de Miami. Nadie lo ha visto desde hace meses.
Kate se encogió de hombros y dijo:
– No veo que eso demuestre nada.
– Nada, salvo que puede que ese Lou Malta haya sido asesinado.
– Lo único que le pedimos a alguien que nos vende algo es si tiene un título de propiedad como es debido. No si son personas como es debido.
– Kate tiene razón, Kent -dijo Sam Brockman-. El tío que me vendió mi primer coche era uno de los mayores sinvergüenzas de Florida.
– No te metas en esto -dijo Bowen.
– Cuidado, Sam -dijo Kate-. O este demente hijo de puta te abrirá un expediente a ti también.